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La fascinación de los argentinos por el dólar y algunas singularidades

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30 abril de 2021

Por Eduardo R. Ablin Embajador

“Si desde los partidos políticos no somos capaces de acordar un acuerdo mínimo frente a cuestiones estructurales como el endeudamiento y la estructura bimonetaria va a ser difícil de gobernar la Argentina, sino imposible tal vez. Tenemos la responsabilidad histórica de lo que siempre hemos creído y pensado"

-Cristina Fernández de Kirchner, 24 de marzo de 2021

“Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”

El eventual desarrollo en nuestro país de cualquier opción realista dirigida a edificar una política monetaria autónoma, capaz de desmontar la histórica estructura bimonetaria reinante -de forma de tornar posible gobernar la Argentina, acorde la imperiosa exhortación en tal sentido pronunciada por la vicepresidenta- demanda poder estimar con algún grado de certeza el stock de dólares requerido para garantir un flujo sostenido del sistema económico doméstico, al mismo tiempo que el diseño de herramental que garantice la recuperación de la capacidad del peso de cumplir su papel de instrumento de preservación de valor, aspirando así a consolidarse como moneda local de uso generalizado y único.

Al respecto, cabe contemplar que según estudios recientes (prepandemia) basados en datos del Banco de la Reserva Federal de Nueva York cerca de dos tercios del total de billetes en circulación emitidos por los Estados Unidos (EE.UU.) -que totalizaban según el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) un valor en torno de U$S 2 billones (2 seguido de 12 ceros) al culminar 2019 (último dato disponible)- se encontraban localizados fuera de su territorio.

Por su parte, 75% del total de billetes de dólares circulantes en 2019 correspondían, según el Banco de la Reserva Federal de Chicago, a la denominación de U$S 100 (15 millones de unidades, es decir, U$S 1,5 billones), de los cuales entre 70-80% (11-12 millones de papeles, o sea U$S 11 a 12 billones) se encuentran situados en terceros países.

Esencialmente los mismos se hallan concentrados en aquellas naciones cuya población los retiene como refugio ante la inestabilidad macroeconómica doméstica, reflejada en la debilidad y oscilante valor de sus monedas nacionales, destacándose en particular los casos de Rusia y Argentina.

En este sentido las fuentes citadas no descartan que buena parte de dicho circulante se halle fuera del sistema financiero de sus respectivas localizaciones, y por ende se mantenga ajeno al circuito de las economías formales de los países donde se acumulan, coincidiendo diversas estimaciones basadas en investigaciones del Gobierno de EE.UU. complementadas por datos cambiarios locales en que en nuestro país se atesorarían cerca de U$S 130.000 millones en billetes de la denominación antes señalada, o sea aproximadamente 8% de la circulación total de los mismos, valor que concuerda en buena medida con los datos contenidos en el informe del Banco Central de la República Argentina (BCRA) titulado Mercado de cambios, deuda y formación de activos externos 2015-2019.

En cualquier caso, la estimación citada del stock de billetes que la población y empresas mantendrían localmente en su poder no incluiría aquel monto conservado fuera del sistema financiero (en el “colchón” según la tradicional jerga popular), con lo que el total computable se habría aproximado al cierre de 2019 a U$S 175.000 millones (registrando un aumento de U$S 55.000 millones respecto de 2015).

Al respecto, aún los cada vez más estrictos controles de cambio instaurados a lo largo de 2020 no pudieron impedir que los residentes en nuestro país lograran incrementar, según datos contenidos en el informe Balanza de Pagos, Posición de Inversión Internacional y Deuda Externa” publicado por el Indec, sus tenencias de dólares por un valor en torno a los U$S 8.300 millones, incorporados informalmente a patrimonios familiares y empresariales sin verse exteriorizados como depósitos en entidades financieras.

Así, aún cuando el incremento registrado de tenencias de divisas de los argentinos se desaceleró significativamente el año último, en ningún caso se paralizó. En efecto, los U$S 8.300 millones atesorados en 2020 contrastan con el mucho más profundo rechazo al mantenimiento de pesos evidenciado durante el bienio precedente -2018/19- en un contexto en que el mercado cambiario todavía tornaba mucho más viable el acceso a la compra de dólares, pudiendo los particulares adquirir en 2018 casi U$S 24.000 millones, así como procurarse U$S 32.700 millones en 2019.

En cualquier caso, la creciente acumulación de divisas durante el período analizado respondió básicamente a un incremento en la desconfianza acerca de la sustentabilidad del sistema financiero, por lo que a lo largo de 2020 el stock de depósitos en moneda extranjera en el sector bancario continuó según el BCRA contrayéndose en U$S 3.000 millones (incluye al sector público), para ubicarse al concluir el año en torno a U$S 17.700 millones, aún cuando los particulares tienden a ampliar sus depósitos bancarios hacia fin de año por motivos impositivos, ya que los mismos se hallan exentos del Impuesto sobre los Bienes Personales.

De esa forma, si se toma en consideración que acorde con diversas estimaciones sólo U$S 7 de cada U$S 100 circulantes en Argentina se encontrarían depositados en cuentas en los bancos locales, los residentes mantendrían el inveterado hábito de conservar un impactante volumen de billetes (dólares “físicos”, acorde la terminología cambiaria) resguardados en sus domicilios (en el “colchón”, según la jerga popular) o en cajas de seguridad, con lo que al menos U$S 115.000 millones se mantendrían en dicho ámbito.

Obviamente dicho cálculo no incluye las eventuales tenencias por parte de ciudadanos argentinos de activos dolarizados fuera del país, cifra que difiere ampliamente según las diversas fuentes disponibles, presumiendo el propio Indec que los mismos habrían rondado los U$S 330.000 millones hacia 2020 ?aunque tal valor incluye inmuebles y otros activos no financieros- limitándose los depósitos bancarios a U$S 44.000 millones del total citado, U$S 14.000 millones por encima de 2015.

Al respecto cabe recordar que la compilación de esta serie de datos del Indec se origina en 2006, evidenciando que mientras el monto de activos financieros en dólares mantenidos por los residentes argentinos en el exterior se habría duplicado desde 2010, los depósitos en dólares en bancos locales crecieron sólo 35% en igual período.

Al respecto cabe remarcar que el blanqueo record de capitales concretado en 2017 -el cual incorporó a fines tributarios fondos por valor de U$S 117.000 millones, superior al 18% del PIB de ese entonces- no parece haber alterado la tendencia histórica constatada.

En ese sentido, resulta significativo observar que acorde los registros del BCRA la formación de activos externos por los ciudadanos habría alcanzado cerca de U$S 85.000 millones en el período 2016/2019, valor muy similar al registrado en el lapso 2008/2015, aunque superior a la dolarización aparentemente registrada en el mercado doméstico.

De allí que pueda observarse un relativo consenso proveniente de diversas fuentes en el sentido que los nacionales argentinos acumularían entre billetes preservados localmente y depósitos bancarios en el extranjero un total de activos financieros dolarizados próximo a U$S 250.000 millones.

En efecto, si se infiriera -con alto grado de verosimilitud- que el blanqueo de 2017 no hubiera incorporado el total de activos financieros en dólares propiedad de ciudadanos argentinos localizados en bancos en el exterior las disímiles valuaciones citadas -entre U$S 130.000 y U$S 175.000 millones en el país más U$S 44.000 en el extranjero- obviamente ascenderían en línea con el valor precedente.

En cualquier caso, la cifra mínima de atesoramiento en el país por parte de los ciudadanos fuera del sistema bancario -estimada en U$S 130.000 millones- impacta por su volumen, ya que triplica largamente el valor de las reservas brutas internacionales en poder del BCRA -ubicadas en torno de U$S 39.400 millones al concluir 2020 según dicha institución- así como casi quintuplica el valor de la base monetaria doméstica en pesos.

En efecto, mientras los billetes de dólar atesorados en nuestro territorio oscilarían según lo ya señalado al menos en torno de U$S 130.000 millones, la base monetaria doméstica ($2,4 billones acorde BCRA) convertida a la cotización del dólar oficial minorista a fines de 2020 ($89,25 por unidad acorde al valor oficial para su venta en el Banco de la Nación Argentina) superaría apenas U$S 27.000 millones.

Expresado de otra forma, la sociedad dispondría en el país de dólares “físicos” por casi cinco veces el valor de los pesos que circulan en la economía, así como más de diez veces si el cálculo se lleva a cabo a la cotización del mercado “informal”, evidenciando que la demanda de la moneda local de las personas y empresas se inclina por el mantenimiento de los mínimos indispensables para la concreción de sus transacciones cotidianas, lo que refleja una enorme desconfianza y por ende genera una significativa huída de la moneda nacional.

De igual forma, utilizando la estimación más conservadora de atesoramiento de dólares en el país -U$S 130.000 millones- resulta impactante que la misma equivaldría a un tercio del PIB anual calculado provisoriamente para 2020 (U$S 380.000 si se utiliza la cotización “oficial” del BNA antes citada), y prácticamente dos terceras partes del total del mismo si se midiera acorde a la cotización del mercado “informal” al cierre del año último ($166 por dólar).

Al respecto cabe tener presente diversas experiencias en materia financiera que han permanecido en la memoria social, las que no resultan atractivas para inducir a los ahorristas locales a depositar fondos en el sistema bancario local, y menos aún si se trata de moneda extranjera.

Entre las más significativas entre dichas vivencias puede rememorarse el titulado Plan Bonex de fines de 1989 -en la etapa inicial del Gobierno del presidente Carlos Menem, y previo a la puesta en vigencia del denominado Plan de Convertibilidad- que impuso el canje compulsivo de los depósitos a plazo fijo constituidos en los bancos por títulos públicos a mediano plazo (Bonos Externos 89), en un contexto calificable como hiperinflacionario.

De igual forma cabe citar al denominado “corralito” -impuesto por el gobierno del presidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2001- hasta que finalmente su fracaso acarreara la renuncia del ministro de Economía, Domingo Cavallo, así como del propio Presidente. A lo largo de su año de duración dicho mecanismo comportó restricciones a la libre disposición de los fondos depositados en cajas de ahorros, cuentas corrientes y aún plazos fijos con el propósito de evitar la salida de fondos de los bancos y así evitar una ola de pánico y el eventual colapso del sistema.

Finalmente, también la Convertibilidad -fallido esquema de cuasi-dolarización que no obstante se evidenció exitoso durante largos años- dejó un significativo aprendizaje. En efecto, al asumir el presidente Eduardo Duhalde a inicios del 2002 pronunció una recordada promesa de “que el que había depositado dólares recibiría dólares”, desmentida en los hechos por las medidas orientadas por su Ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, quien para superar un profundo retraso en el tipo de cambio sugirió derogar la Ley de Convertibilidad y pesificar la economía, reprogramando los depósitos en dólares a una tasa de $1,40 por unidad, con el efecto de licuar con tal devaluación 40% los pasivos domésticos de todos los actores económicos, incluyendo al propio sector público.

Al respecto no cabe sorprenderse que estas traumáticas experiencias transitadas a lo largo de tres décadas induzcan a los argentinos a ahorrar en moneda extranjera y mantenerla fuera del sistema bancario, generando enormes costos para la economía del país.

En efecto, tal conducta redunda en que Argentina constituye uno de los países con menor coeficiente crediticio a nivel internacional, que no supera al 15% de su PIB. Dicho nivel extremadamente reducido resulta atribuible esencialmente a la ausencia de depósitos, carencia que conlleva enormes limitaciones para una inversión competitiva, ya que si no se dispone de una atractiva oferta crediticia difícilmente se registren elevados niveles de inversión, lo que a su vez restringe decididamente los niveles de crecimiento, consolidando el subsecuente afianzamiento de una elevada tasa de pobreza de la sociedad.

Así, en el caso del sector privado las empresas se ven afectadas por la competencia impulsada por la demanda de crédito del sector público para cubrir su consuetudinario déficit, concretada a través de instrumentos financieros que generan un desplazamiento del acceso privado al crédito (“crowding-out”) que conspira en definitiva contra la inversión productiva. Por ello resulta esencial lograr que los ahorros, en dólares o en pesos, se radiquen localmente de forma de garantizar un apropiado nivel de financiamiento a la economía privada, el cual en última instancia depende de una mayor disposición de depósitos que permitan dinamizar la actividad crediticia.

Por el contrario, la competencia por el crédito derivada de la escasez de depósitos profundiza en el caso argentino una puja del Tesoro para atraer crédito destinado a financiar el elevado déficit fiscal. Cuando la oferta crediticia doméstica se agota el mismo se ve obligado a recurrir a fuentes externas, generando la acumulación de la ya histórica deuda externa, hasta que finalmente las fuentes internacionales también cesan su flujo, quedando el Estado librado casi exclusivamente al recurso a una masiva emisión, con su subsecuente efecto inflacionario y un mayor deterioro de las finanzas públicas.

¿Cómo lograr entonces que el enorme capital acumulado en dólares por los residentes en el propio territorio nacional -que como se ha visto supera largamente a la masa monetaria en la moneda doméstica y equivale a una porción altamente representativa del PIB- pueda integrarse al circuito crediticio, y por su vía al esquema productivo del país?

Formular reflexiones realistas que apunten a resolver este interrogante suscitado públicamente en reiteradas oportunidades por la expresidenta, esgrimiendo una abierta crítica al régimen bimonetario con el cual la sociedad argentina convive, probablemente contribuya a poder imaginar una renovada etapa de crecimiento -en el marco de una actualizada inserción internacional- capaz de lograr superar el estancamiento presente de Argentina, reflejado en la pauperización de una sociedad que resultaba relativamente afluente aún hace un par de décadas.

El presente artículo es el segundo de una serie que será publicado en las próximas ediciones

Para leer la primera nota, aquí

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