Ideas

La economía y la necesidad del engaño

Reseña de “Homo Falsus”, el último libro de los economistas Pablo Mira y Gerardo Rovner
Los economistas presentan la dicotomía de la “mentira” como parte del sistema económico
Iván Budassi 11-05-2022
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En la película “La invención de la mentira”, Ricky Gervais personifica a un oscuro guionista cinematográfico en un mundo en donde la mentira no existe. Ni siquiera existe una palabra para denominarla.

El guionista invita a salir a una chica muy atractiva. Cuando la busca, le pregunta cómo está. Ella, cándidamente, contesta que un poco deprimida. ¿El motivo? Tiene que salir con él, un hombre con sobrepeso y “perdedor”, porque está preocupada por quedarse sola sin casarse. Cuando llegan a un restaurante el mozo mira a la chica, mira a Ricky de arriba abajo y le dice: “Mucho para vos”. 

La secretaria de Ricky, ante la pregunta de rigor “¿cómo estás?” contesta lo que realmente siente: “Frustrada, gano poco, y te tengo como jefe a vos, que sos sumamente incompetente”. El protagonista vuelve a su tarea de escribir su libreto del día: Siglo XII, la Peste Negra. Las películas siempre tratan sobre episodios históricos. Sin mentira no hay ficción.

El discreto engaño de la economía

Pablo Mira y Gerardo Rovner (M y R en adelante), autores del libro “Homo Falsus. El discreto engaño de la economía” (Miño y Dávila Editores, 2022, 202 pags.), nos dicen que sin mentiras la vida económica sería invivible, como en la película de Gervais. 

La mentira no suele integrar las variables de los modelos económicos clásicos. Mejor dicho, la incluye para determinar que los fraudes y los engaños son “limpiados” por el mercado, dado que tarde o temprano la información sobre la actividad de los mentirosos se diseminará, lo que permitirá desenmascararlos y sacarlos de competencia. Siempre bajo la premisa mentirosa de los economistas sobre que siempre se habla ceteris paribus, es decir, que las restantes variables permanecerán inalteradas. 

Pero la sociedad, sostienen M y R, es marcadamente determinista y subestima los efectos del azar. Y contrariamente a lo que predicen los modelos neoclásicos, quizás la selección natural opera a favor del engaño: los mentirosos (moderados) tendrían una capacidad mayor de adaptación y supervivencia.

En el funcionamiento diario del mundo (y de la economía) todos vivimos engañados y engañando. Esas mentiras, que hacemos y dejamos que nos hagan cuando se resaltan exageradamente las virtudes del producto que compramos o vendemos, o cuando nos prometen o prometemos cosas que sabemos no podrán ser cumplidas, no son necesariamente dañinas. Como el saludo cordial del mozo que no tiene ganas de atendernos, o el manto de piedad que pone la persona amada sobre nuestros defectos más aparentes, el pequeño engaño hace que se lleguen acuerdos, que la economía prospere y que el comercio crezca para bien de toda la sociedad.

M y R aclaran también que la aceptación de la mentira es una cuestión de grados: los grandes fraudes (como la burbuja hipotecaria del 2008 y otras célebres “irracionales exuberancias” de los mercados financieros) tienen efectos tremendos sobre las personas, y es obligación de la regulación estatal prevenirlas y sancionarlas. 

Las mil formas de la mentira

M y R desenvuelven los diversos pliegues en los que la mentira se nos muestra en la realidad diaria y en el análisis académico. Estudian las formas tradicionales con las que, se supone,  el mercado lidia con el engaño y cómo se fracasa repetidamente ante el agudo ingenio de fabricantes, vendedores, publicistas y especuladores financieros, siempre mejor informados que los “pescados”.

Los autores analizan un factor adicional, pero importantísimo, que favorece la “pesca”: la explotación de los sesgos tan estudiados por la economía del comportamiento. Los grandes jugadores del mercado, con todos los incentivos alineados a su favor, dedican tiempo, esfuerzo y dinero para diseñar empujones para torcer las conductas humanas en su beneficio. A pesar que los avances de la economía conductual pueden predecir y sistematizar los apartamientos de la racionalidad y descubrir nuevos sesgos casi a diario, por definición estos sesgos no puedan ser corregidos con las herramientas clásicas como la educación o la denuncia. 

Allí nos pescarán entonces por nuestra dificultad en hacer cuentas y establecer proporciones; por dejarnos llevar por la saliencia de un dato que el vendedor ingeniosamente resalte; por respetar el halo que rodea a deportistas o autoridades fuera de su área de experticia (que hace que Lio Messi -que juega al fútbol, recordemos- nos convenza de comprar cervezas, gaseosas, servicios médicos, nafta, papas fritas, tarjetas de crédito, pan lactal, teléfonos, líneas aéreas, bares, circos…). 

Pescados y pescadores

Pero ojo, nos advierten M y R, ¿cómo nos presentamos a nuestras entrevistas de trabajo o a pedir un crédito a un banco? ¿Narramos francamente nuestras miserias, o nos ponemos nuestra mejor pilcha y mostramos la mejor versión de nosotros mismos? ¿Cómo llenamos en nuestros currículums esos años sin empleo, o que decimos de ese trabajo del que nos echaron impiadosamente? No sólo los malvados empresarios capitalistas pescan: todos somos pescados y pescadores.

Aclarado el punto, los autores hacen un exhaustivo (y divertido) recorrido por los diferentes tipos de engaños a los que nos sometemos: la publicidad, los mercados financieros supuestamente eficientes, las trampas de Internet o la letra chica de los contratos, las falsedades académicas, los mentirosos estrafalariamente famosos que han engañado a muchos mucho tiempo, etc..  Y cierran con los desarrollos del analista de la mentira y la deshonestidad más ocurrente de todos, el behavioralista Dan Ariely. ¿Por qué nos sentimos menos ladrones si robamos una gaseosa de una heladera ajena que si sacamos del mismo lugar los $100 que vale? ¿Por qué nos permitimos mentir si tenemos la sensación que los demás lo hacen? ¿Por qué siempre racionalizamos nuestras conductas un poco tramposas y nos convencemos a nosotros mismos de que está bien -sólo en ese caso y para nosotros- mentir o robar?

Y como los autores presumen de ser economistas de bien, no podían hacer un libro completo en la modesta prosa que usamos todos los mortales. No. Tenían que concluir con un “modelo”, reconociendo la importancia del “sesgo de veracidad matemática”, que parece otorgar credibilidad y certeza a todo lo que se exprese en números y en letras griegas.

Una verdadera decepción 

Para terminar, debo decir con sinceridad que el libro me ha decepcionado. Pensaba encontrar un tono de comedia como el que impera en el ya decenal programa de radio/podcast de M y R, “Dos tipos de cambio”. Allí las cumbias del grupo “Matriz traspuesta” se alternan con el rock acústico de “Los Insesgados” y con los más prestigiosos economistas, que cuentan sus anécdotas más hilarantes. 

Pero no. Si bien no logran quitarse el tono sarcástico y la mirada ácida sobre su profesión, este libro serio sin lenguaje solemne tiene una revisión profunda de la literatura sobre el engaño y la mentira, y su influencia en la economía y las decisiones. Y nos invita a pensar sin moralina ni autoengaño cómo forman parte de nuestras vidas, a medir hasta dónde debemos y podemos tolerarla, y cuánto y cuándo debe intervenir el Estado para ayudarnos cuando ese pecadillo y esa mentirita que aceitan las relaciones humanas y económicas se transforman en fraudes peligrosos y dañinos.

Sin dejarse influenciar por el sesgo del sobreoptimismo, M y R no auguran un futuro sincero ni una humanidad más confiable y veraz. Los avances tecnológicos permitirán en algunos casos disminuir el nivel de la mentira (los consumidores pueden opinar libremente en las redes sobre la calidad de la pizza napolitana del boliche la esquina, y muchas opiniones coincidentes quizás nos acerquen a la verdad de la milanesa). En otros la ciencia nos llevará a comprar online cosas increíblemente baratas y maravillosas que no cumplirán nuestras expectativas. Pero este libro nos abre un campo maravilloso para empezar a comprender cómo y porqué nos engañan y engañamos, y por ahí mentirle menos a quién mejor nos conoce: nosotros mismos. 

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