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El argumento

Recién comienza la disputa por el argumento de la obra que hay que representar en tres escenarios complejos.

Carlos Leyba 01 noviembre de 2019

 Por Carlos Leyba

La sociedad asiste a complicadas situaciones en los tres grandes escenarios de la vida pública. Una obra está terminando y la otra está merodeando entre bambalinas.

El escenario de la política propiamente dicha es el del poder. El escenario económico es aquél en el que se alojan las bases de las expectativas materiales individuales y colectivas. Y el tercero, el escenario social, es el que regula la temperatura del conflicto social.

En el teatro de la vida argentina la obra, la que transcurre y la que va a transcurrir, se representan en los tres escenarios al mismo tiempo. Y la nota del momento es que en los tres escenarios reina la confusión.

No es que los autores y los intérpretes estén jugando a confundir para generar sorpresa. No están inmersos en una marea de confusión. Los actores de la obra que está bajando de cartel no encuentran la salida y los que habrán de interpretar la que se anuncia no encuentran la entrada.

Lo que ve el púbico es una escena, en cada tablado, desordenada y por ahora imprevisible.

Mientras los tramoyistas levantan el decorado de la actual representación e instalan el decorado de la porvenir, el suspenso no amaina. No sólo no sabemos como va a terminar lo que está transcurriendo sino que no sabemos como va a empezar lo que está por ocurrir.

Unos y otros actores, parecido a la obra de Pirandello, estarían buscando un argumento o los autores que los produzcan, para que la representación que termina y la que está por empezar, tengan un sentido.

La confusión de los que están arriba de los proscenios y el silencio de los que están por entrar tienen la desgraciada característica de multiplicar la confusión.

Sería lógico pensar que el argumento de la obra que está por terminar estaría cerrado. Y que los actores, después de la representación realizada, habrían de conocer el argumento que interpretan. Pero no es así.

De golpe la esencia de la trama se dio vuelta. En lo económico donde el PRO y Cambiemos, recitaban “libertad” se puso “control”. Tarde.

Donde decía ni una moneda más, se abrió la canilla de la emisión. Donde se predicaba frenar, después de haber concedido dolarización, ahora se anuncia descongelar. El público se pregunta en qué obra estamos.

Lo notable es que haciendo lo contrario les fue “mejor”. Por lo menos la fuga se contuvo y el termómetro se calmo.

Pero similar transformación ocurrió en el escenario político. La “nueva política” diseñada por el neobrujo Jaime Duran Barba me hace acordar a Bragadino el alquimista veneciano, que se expresaba por vía electrónica de uno a uno y en pantalla individual, fue reemplazada por una dosis enérgica de “vieja política” con movilizaciones callejeras y actos públicos con discursos de emoción y les fue bien: juntaron dos millones de votos. En política y en economía les fue mejor cambiando radicalmente el argumento. Diría, casi haciendo otra obra. Y en el escenario de lo social, si bien ha continuado la política inevitable de subsidios para contener la crisis, la contradicción, porque apunta por ahí, es que después de alentar, a la pesca de “los votos progresistas” de Palermo Hollywood, abogando por el aborto gratuito, Mauricio se colgó de la bandera de las “dos vidas”, gritando el nombre de Dios en vano, mientras silenciaba su adhesión al Arte de Vivir.

La obra que termina, lo hace con una enorme contradicción respecto del argumento inicial. A consecuencia de lo cuál tiene confundido, no sólo al público espectador, sino a los mismos actores.

La lógica trifulca en el elenco no se hizo esperar. En el escenario político, cuando se hizo la representación en el Obelisco del cuadro “imitando a Alfonsín”, una de las principales protagonistas, la gobernadora de Buenos Aires, se tuvo que quedar abajo del escenario. No tenían una entrada para ella. Se escuchan los gritos, fuera del argumento de la buena educación, que se profesan Marcos y María Eugenia. Horrible que el maquillador haya hecho lo imposible para que la estrella del elenco no pueda competir. Pero hay más.

Uno de los principales actores de la obra que está bajando del cartel, Federico Sturzenegger, con lealtad envidiable, acaba de describir el fracaso de la obra que lo tuvo entre los más destacados intérpretes, dando claras señales de creer que él no tuvo nada que ver, a pesar de haber sido el responsable de una monumental fuga de capitales tan escandalosa como inexplicable que fue la frutilla de la torta del fracaso. No sólo él. Alfonso Prat-Gay acaba de parlotear sobre ese fracaso con un lavado de manos histórico. Aclaró, sobre todo para que lo sepan los actores de la obra por venir, que el propiciaba un acuerdo social como clave de su programa y que, cuándo no, Peña se lo bajó. ¿Qué tan esencial lo consideraba que se quedó igual?

Mucha, pero mucha confusión en el argumento de la obra que se va. Y finalmente Elisa Carrió avisó a los gritos que a partir de ahora hara mutis por el foro, mientras misiles subterráneos se cruzan entre María Eugenia y Marcos, protagonistas de distintos actos que, hay que recordar, pertenecen a la misma obra.

Más o menos así está terminando la obra que baja de cartel.

Ni hablar de la economía que dejan con una estanflación homérica que corona ocho años de pleno estancamiento: dice Sturzenegger que lo deja Mauricio es una “caída del ingreso per cápita del 10% y una inflación acumulada superior al 300% en sus cuatro años”. Vergüenza ajena. Ni hablar de la sociedad que dejan con una grieta gigantesca, pero no sólo la de lo poco que nos queremos, como decía el ex presidente uruguayo, sino la grieta social del 40% de pobreza, que se hace más del 50% si pensamos sólo en los menores de 14 años y peor si tenemos en cuenta que una joven de 30, nacida en la pobreza, lo más probable es que ya sea abuela, mientras la coetánea de la clase media todavía no sea madre. Dinámica demográfica de la reproducción de la pobreza.

Mientras tanto, en los últimos días, los precios crecen por presión de costos, por expectativas y por la dudas. Así van las cosas, así van bajando unos actores y terminando una obra que en el final invirtió el argumento con el que había empezado.

El público asiste confundido pero ansioso, por la llegada de los nuevos actores y por un argumento nuevo.

Hay tres escenarios, seis elencos y ningún argumento o al menos ninguno fácilmente identificable. En esas condiciones la manifiesta confusión del público es razonable.

Los tramoyistas ponen y sacan elementos de utilería, los iluminadores van cambiando las partes de los escenarios que enfocan y los comentaristas, obligados a decir algo so pena que el público cambie la página, el dial o el canal, imaginan los argumentos.

Todo para armar.

El primer escenario, como dijimos, es el de la política. La política es, antes que nada, el escenario del “poder” en tanto sustantivo, es decir, el poder que se alcanza, se ejerce y se conserva. La política es, entre otras cosas, el arte de “alcanzar” el poder, de ejercerlo y de mantenerlo. Ese poder del que hablamos se alcanza de varias maneras. Acabamos de atravesar el proceso electoral propio de la democracia. El “elegido”.

La historia nos enseña que hay muchos que alcanzan “poder” sin ser elegidos. Carl Schmit nos enseñó a preguntarnos por la “cima del poder” para poder anticipar su curso. La cima se construye con virtudes o con vicios. Están los virtuosos que abundan en consejos y sabiduría y está también todo lo contrario. El Rey puede ser un idiota y la cima conducir al Estado al mejor destino, por el mejor camino. Es raro. Pero posible. O el Rey puede ser un sabio y la cima trabar el derrotero que él habría señalado y transitado. Es posible. Pero es raro. Unos alcanzan el poder por los votos. Otros por su propio peso. Pero ese peso puede ser el del cerebro y el alma; o de la pura adiposidad teñida de palabras.

Ejemplos recientes del peso, que perturba y enferma, los encabeza José López Rega. No abundaré en detalles. Más cerca el grupo sushi y los hijos de Fernando de la Rúa, sin ellos, seguramente la suerte de aquel gobierno hubiera sido diferente. En el presente nos ha agobiado el mix de Peña y Durán Barba, el López Rega del PRO, que hicieron de la presidencia de Mauricio Macri el caso de alguien que dijo proponerse la unidad de los argentinos y terminar con la pobreza; y no es que le salió mal, sino que adoptó, como programa, ponerle levadura a la masa de la grieta y además fue implacable en las decisiones que necesariamente producen el incremento de la pobreza. Macri alcanzó el poder con los votos, lo ejerció y también construyó su propio desalojo por convalidar el cerco intelectual que le tendieron los que eligió como su cima. No le salió mal. Quiso hacerlo.

Cuando el poder se alcanza y mientras se conserva, el titular conjuga el verbo de “poder hacer” las cosas que quiere, que debe, que puede.

En el primer escenario político de Alberto Fernández reinó la confusión. Axel Kicillof, apalancado como delfín por Cristina, disparó un discurso propio de un dirigente universitario a años luz de un electo gobernador de la provincia más grande y complicada de Argentina.

Pero ese discurso, mas allá de su inutilidad, desdibujó al discurso del Presidente electo. El Presidente que quiere liquidar la grieta, reconstruir el federalismo y resolver la crítica situación de una economía en estanflación y cercada por la doble deuda social y externa. ¿Cuál es el argumento de esta nueva obra?

No lo sabemos. El único dato real del que disponemos es que Alberto Fernández pareciera haber elegido una “cima”, lo que rodea el poder, el pasa y no pasa, y las personas que eligió Gustavo Beliz, Vilma Ibarra, Santiago Cafiero y Eduardo de Pedro.

En relación al pasado es un salto cualitativo hacia autores capaces de tejer un argumento sólido y eso es absolutamente nuevo.

Por ahora esa elección de los que lo acompañan, en la cima, es una excelente decisión. Y una decisión que indica que recién comienza la disputa por el argumento de la obra que hay que representar en tres escenarios extremadamente complejos. La cima del poder siempre es la clave.

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