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Educación e innovación, desafíos para el nuevo gobierno

Imprescindibles en el siglo del conocimiento

26 agosto de 2015

Las estrategias de largo plazo, asociadas a políticas de Estado, son esenciales para un país que pretenda ser exitoso. Dentro de ellas el sistema educativo es clave, tanto en sí mismo como en su relación con el mundo laboral y el sistema nacional de innovación.

Si bien Argentina ha incrementado el gasto en educación, no ha mejorado su calidad y eficiencia, y el rol que cumple en el desarrollo económico, social y personal es insuficiente. El sistema universitario y la demanda de los alumnos no están orientados a las ciencias duras y a las profesiones productivas de bienes y servicios, que generan alto valor agregado, sino a otras tendencias profesionales.

Educación, con grandes déficit

Si bien la política pública ha incrementado el gasto en educación en los últimos años, no quedan claros algunos aspectos. Ante todo, la Ley Federal de Educación sancionada en 2005 estableció metas progresivas para el incremento de los recursos públicos destinados a educación, con el objetivo de lograr el 6% del PIB en 2010. Sin embargo, en base a las nuevas Cuentas Nacionales publicadas por el Indec en 2014, el porcentaje del PIB destinado a educación, ciencia y tecnología ha sido de 4,9%, mostrando el incumplimiento de ese aspecto de la ley. Estos guarismos son estadísticas agregadas que no muestran aspectos relacionados con la calidad, la eficiencia o los distintos roles que la educación desempeña en materia de desarrollo económico, social y personal.

Actualmente, el sistema educativo es presa de interpretaciones y políticas que no parecen priorizar la excelencia, la competencia, el esfuerzo personal, la iniciativa, la creatividad y la equidad de resultados entre pobres y ricos y el capital humano, logrando resultados confusos para muchos, pero claros en materia de retroceso hacia el desarrollo.

Urge cambiar hacia un sistema de calidad e inclusivo, superando el falso dilema entre calidad e inclusión, y generando un sistema educativo básico que promueva el progreso de los alumnos, preparados sea para la carrera universitaria, sea para la formación en oficios, que debe optimizarse y generalizarse en todo el país para aquellos alumnos y adultos que, no pudiendo estudiar una carrera universitaria, tengan la posibilidad de progresar a partir de calificaciones obtenidas al graduarse en oficios.

Innovación e I+D

En relación a la I+D, es interesante ver el perfil de los egresados universitarios, teniendo como referencia datos de egresados en universidades. De esto se deprende el perfil productivo dominante del país, dada una oferta de trabajo profesional determinada. Para ello, una buena medida son los graduados en las universidades de gestión estatal con sede en la ciudad de Buenos Aires. Del total de egresados a fines de la década del 2000, el 24% pertenecía a derecho, el 20% a ciencias económicas, y el 9% a psicología, totalizando este grupo del 53%. En tanto, el 6% egresaba de medicina, el 5% de auxiliares de medicina, y el 6%, de todas las ingenierías. Del resto, dominaban sociología, arquitectura, ciencias políticas y educación, ninguna con más del 4%. Es manifiesta la preferencia por carreras humanísticas y la escasez de ingenieros.

Por otra parte, en materia de innovación, Argentina sigue rezagada. Si se mira el gasto en I+D en el mundo, para el período 2010-2013 los países de América Latina estaban lejos de las naciones que más invierten en relación al PIB. Con todo, Argentina, con 0,7% del PIB, aún no ha alcanzado a Brasil (1,2%), que se alinea de a poco con el nivel de gasto de España e Italia (1,3% y 1,4%, respectivamente). Queda un largo camino por recorrer: aún estamos lejos del 4% de Finlandia o Israel, el 3,9% de Corea o el 3% de EE.UU.

La política de ciencia y técnica de los últimos diez años ha sido la mejor desde el retorno de la democracia. No sólo por la imprescindible jerarquización de investigadores y de sus ingresos salariales, sino también por la incorporación de más investigadores. Además, el perfil de la investigación viene tratando de lograr una mayor conexión con el mundo empresarial y productivo, y no sólo concentrarse en la producción académica. El gasto en I+D creció de 0,2% del PIB a 0,7%, pero se necesitan otras condiciones para que crezca en calidad e impacto productivo.

¿Cómo repensar la política de I+D+i en Argentina? Ante todo, garantizando mayor seguridad jurídica, un entorno de negocios amigable para el sector privado, con inserción al mundo, y un marco que incentive el ingreso de capitales, el retorno de los “argendólares” para generar fondos para la inversión, promover IED e innovación privada que complemente la pública con nuevos desarrollos, y asegurar el patentamiento de los inventos en el país. Educación, capital humano, seguridad jurídica e innovación son imprescindibles en el siglo del conocimiento.

El financiamiento

Una vez más, como desde hace casi setenta 70 años, la economía argentina se enfrenta al problema de la restricción externa. Desde 2016, las fuerzas para la recuperación pasan esencialmente por recrear el clima de inversión. Las fuerzas del crecimiento argentino siguen intactas: la diversidad de la actividad económica, el ahorro y los RR.NN.

El típico catching-up de la actividad económica por postergación de consumo/inversión, luego de tres o cuatro años de estancamiento, tomará un tiempo, pues la economía requiere inversión, y no más consumo, con lo cual, el crecimiento para 2016 está condicionado a la corrección de distorsiones macroeconómicas y la recreación del clima de inversión.

El impulso de la inversión será el que empuje el empleo y, posteriormente, el consumo. Esto implica el retorno de la IED y los “argendólares”, los activos externos del sector privado no financiero, que equivalen a casi medio PIB. Para tener una medida del impacto de estos capitales, el 5% de esos activos son U$S 12.000 M y equivalen nada menos que al 22% de la inversión (U$S 52.000 M). Como parte de esto debería ir a I+D es tarea de la estrategia de desarrollo por venir.

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