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Economistas brillantes que optan por suicidarse, ¿qué está pasando?

Héctor Rubini 09 septiembre de 2019

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

Puede que no sea tendencia, puede que sí. Lamentablemente, cuando se suceden episodios de suicidios con relativa frecuencia, recién luego de una serie de episodios ex post se puede tener cabal idea de qué puede estar ocurriendo. En ese punto, y en particular los economistas, poco tenemos por aportar. Nunca es tan certera la sentencia de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Sin conocimiento de terceros de la situación previa de cada persona que opta por quitarse la vida, su ocurrencia nos resulta incomprensible.

Más incomprensibles son episodios cuando quienes optan por suicidarse son economistas brillantes, que han alcanzado posiciones académicas en las universidades más prestigiosas del mundo, y que han logrado trascender internacionalmente con publicaciones por demás influyentes. En lo que va del año nos hemos despachado con dos noticias tremendas como han sido el suicidio de Alan B. Krueger de 58 años, el pasado 16 de marzo, y el pasado 27 de agosto, el de Martin (“Marty”) Weitzman, de 77.

Krueger, entre otros cargos, fue titular del Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama entre noviembre de 2011 y agosto de 2013. Posmortem, aparece aun hoy en el ranking Research Papers in Economics (RePEc) en el puesto 30 de los economistas con mayor impacto en el mundo por sus publicaciones de libros y papers en revistas académicas indexadas. A su muerte era profesor en el doctorado en economía de la Universidad de Princeton. Ya tenía terminado su último libro, “Rockonomics”, que fue publicado el pasado 4 de junio

Weitzman, docente e investigador de Harvard, fue el economista pionero del análisis de los escenarios considerados como poco probables, pero no imposibles, de catástrofes económicas de diverso tipo como consecuencia del cambio climático. Sin embargo, sus contribuciones que al igual que Krueger, combinaban un dominio magistral de teoría económica, estadística, matemáticas y sentido común para diversos campos, incluyendo la fijación de precios de activos.

Ambos estaban activos a la fecha de su suicidio. Krueger en sus actividades de docencia e investigación en Princeton. Nada parecía imaginar el desenlace final. Weitzman no dejaba de escribir. Veinte días antes de suicidarse dejó en su página de Internet el último borrador de un futuro paper (“Voluntary Prices vs. Voluntary Quantities”) en coautoría con Torben Mideksa, un investigador de posdoctorado en Harvard.

Las motivaciones dieron lugar a diversos comentarios. En el caso de Krueger, los comentarios conocidos apuntan a un pozo depresivo del que aparentemente no pudo salir. Un claro ejemplo de que el brillo académico y la fama no proveen suficiente protección, refugio o “aguante” frente a dramas internos. Algo que algunos colegas y ex alumnos atribuyen a cierto “folclore” que se ha arraigado fuertemente en el ámbito de los economistas dedicados full time a la investigación pura. Da la impresión de que ciertos temas, campos, tópicos pasan a considerarse non-issues en base a ciertas “tradiciones orales” cuyo arraigo y fundamento no tiene en muchos casos suficiente base científica ni empírica. Cuestionarlos, discutirlos, tratarlos, o peor aún, apelar a ciertas técnicas o modelos, en algunos debates se consideran casi anatemas. Determinados tomas en ciertos círculos de editores de revistas científicas parecería que no deben ni mencionarse en un paper o libro. Algo que se traduce luego en el armado de círculos cerrados tanto para promover determinados enfoques, o para la selección de manera absolutamente arbitraria y sin base objetiva sólida, de profesionales o estudiantes para posiciones laborales dentro o fuera de los ámbitos académicos.

No pocos profesionales se sienten efectiva o potencialmente discriminados, y en caso de percibir que no hay salida, pueden optar finalmente por el suicidio. Algunos estudios en los últimos 10-15 años en varias universidades estadounidenses coinciden en señalar que los docentes e investigadores full-time inclusive tratan de no revelar sus problemas emocionales o mentales a los departamentos en la materia de su institución académica por temor a ser expulsados, o ridiculizados. Algo que en otros casos puede asociarse a la percepción (errada o no) de cierta falta de reconocimiento, aun a pesar de lograr publicar decenas de papers científicos y libros con aceptables niveles de ventas.

El caso de Weitzman, quien pasó al retiro efectivo en Harvard el año pasado es algo extraño al respecto. Su rival en el análisis del cambio climático era William Nordhaus, quien recibió el premio Nobel el año pasado junto a Paul Romer. Pero Nordhaus expresó que en caso de recibir el Nobel esperaba compartirlo con Weitzman, y no con Romer. Además, el propio Nordhaus participó en octubre pasado del simposio de Harvard en honor a las contribuciones de Weitzman, que se jubilaba en dicha casa de estudios. Nunca hubo animosidad entre ambos, pero varios testimonios post mortem dan cuenta de cierto abatimiento al no haber sido galardonado con el Nobel. Algo que se agudizó este año cuando Weitzman tomó conocimiento de que un colega detectó un error en un borrador que había hecho circular. Luego de su deceso, se encontró en su casa una nota de su autoría en la que afirmaba que estaba disminuyendo su capacidad para resolver los difíciles problemas que fueron el objeto de su carrera profesional. Testimonio de un inexplicable derrumbe de su autoestima, que condujo al peor final posible.

Ciertamente, algo está pasando en buena parte de la profesión. ¿Demasiados temores hacia los colegas? ¿Narcisismo no resuelto? ¿Otro tipo de problemas más profundos y serios, que ameritan real asistencia médica o de otros profesionales? Los economistas carecemos por nuestra formación de los elementos analíticos y científicos precisos para responder estos interrogantes. Pero si algo es claro es que tanto desde las universidades como desde otros ámbitos algo se debe hacer para evitar estos desenlaces. Tanto por cuestiones relacionadas con percepciones propias de tipo de reputacional, como por el impacto psicológico de episodios de competencia desleal y de efectiva discriminación laboral en diversos ámbitos profesionales.

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