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Cuestión de gatos

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02 junio de 2021

Por Ricardo De Lellis (*)

Está claro que últimamente las democracias liberales vienen en declive en los países del mundo occidental. La combinación de varios factores, como los impresionantes avances de la tecnología transformativa, la mayor globalización, con su consiguiente impacto en las cadenas de valor y los cambios demográficos (con sociedades más envejecidas y tasas de crecimiento por debajo de la tasa de reposición), ha generado un clima de insatisfacción en buena parte de sus poblaciones.

Si se agrega a esto la crisis financiera de 2008 (con sus efectos y consecuencias aún presentes) y ahora la pandemia (aún en proceso de desarrollo), era posible esperar el surgimiento de líderes autocráticos en algunos países y de populistas en otros, que intentaran sacar ventaja de ese alto nivel de insatisfacción.

Donald Trump es un buen ejemplo de esto, aunque con los límites de un país republicano. Y quien lo sucede, Joe Biden, sin pretender emular los pasos autoritarios de su antecesor en el cargo, se ha propuesto una agenda de gobierno muy ambiciosa, que es no sólo avanzar en cuestiones económicas, necesarias por otra parte a estas alturas como una reforma impositiva, inversiones en infraestructura o una mayor protección para la industria americana (objetivos estos dos últimos que comparte con su antecesor y por los que lograra pocos avances) sino también en temas culturales (mayores y mejores beneficios, en especial para los sectores de la población que han quedado atrás por los mencionados desarrollos).

De ese modo, Estados Unidos estaría dejando atrás el período iniciado por Ronald Reagan, caracterizado por mayores libertades económicas y un regreso al “Big Government” y a la construcción de un Estado de Bienestar, que empiece a parecerse más al de las naciones europeas, más evolucionadas en este aspecto.

Analistas políticos reconocen que ambas cosas son muy difíciles de llevar a cabo y aquí prima la primera de las cuestiones relacionados con el título de la nota: si bien muchos reconocerían la necesidad de estas reformas, ¿estará la sociedad americana preparada para estos trascendentes cambios? ¿Las aceptarán cuando se las quieran imponer? ¿Cederá cada uno en sus posiciones para favorecer el conjunto? ¿Quién le podrá poner, entonces, el cascabel al gato? ¿Podrá Biden?

Del otro lado de los liderazgos predominantes tenemos a China, sin los apremios de elecciones (menos aún las bienales de las democracias) y con la posibilidad entonces de planear y ejecutar estrategias de mediano y largo plazo. A partir de Deng Xiaoping, y su célebre “no importa que el gato sea blanco o negro mientras pueda cazar ratones”, China ha logrado un fenomenal desarrollo en los últimos 40 años, permitiendo hoy a 440 millones de chinos tener un ingreso promedio per cápita similar al de los americanos.

Si, simplificando, tomamos las tres ruedas que mueven la macroeconomía de un país, que son la inversión, la balanza exterior (principalmente exportaciones) y consumo, bien podríamos decir que China ha logrado equilibrar el desarrollo de las tres en un grado significativo, en un comienzo privilegiando las dos primeras sobre la tercera, para luego volver a ésta con resultados promisorios. Claro que en el desarrollo de una sociedad no son lo único importante y se aducirá que esto se hizo a expensas de otras” ruedas” indispensables para el desarrollo humano como la libertad y la seguridad individual, que, en última instancia, pueden afectar la innovación y el potencial de crecimiento, aunque por el momento esto no parece incomodar.

¿Y Argentina?

Yendo a nuestro país, y volviendo a las mencionadas ruedas macroeconómicas, es todo lo contrario a China. No logramos no solo equilibrar las tres sino, como un equilibrista fallido que trata de mantener las bolas (ruedas) en lo más alto, el máximo tiempo posible, periódicamente terminamos con las tres por el piso.

Como en la situación actual, y no solo por efecto de la pandemia. Nuestro consumo en el nivel más bajo, lo mismo la inversión medida como porcentaje sobre el PIB y, si bien nuestro comercio exterior hoy arroja balanza positiva, nuestro nivel de exportaciones es menor que el de años atrás, mucho más si detraemos los excelentes precios actuales de nuestros granos.

No solo siempre estuvimos lejos del equilibrio que lleve al crecimiento, como se deduce del estancamiento en el que estamos inmersos, sino que insistimos en las mismas recetas de siempre. Obsesionados por el cortoplacismo, llevados de la mano de políticas expansivas hacia el consumo, desestimamos la inversión (y su contrapartida: el ahorro nacional) terminando afectando las exportaciones, ya sea en forma indirecta (por la falta de incentivos) como por medidas de acción directa, como en el caso ya observado de las carnes.

Esa obsesión por el consumo nos ha llevado a descuidar de la agenda factores relevantes en el mediano y largo plazo para un crecimiento sustentable. A saber y sin ser exhaustivo: la productividad total de los factores, le eficiencia del gasto púbico, un sistema impositivo razonable y la existencia de un sistema financiero que promueva el ahorro nacional, a los que se debe adicionar todo lo relacionados con la formación de los individuos y el mercado laboral.

Y “last but not least”, el respeto de las instituciones. La oferta política parece consistir en dar gato por liebre, vender muy barato el futuro por un presente que cada vez entrega y conforma menos, en tanto que el futuro se vuelve cada vez más comprometido.

No solo los partidos políticos nuestros se la pasan tratando de identificar al gato que cace al “ratón” del crecimiento, sino que caen en posiciones antagónicas, a veces dentro mismo de sus propias coaliciones, que en nada ayudan. Lejos del pragmatismo chino, con dificultades para lograr consensos, la salida es muy difícil. Necesitamos entonces un plan consensuado, que privilegie las dos ruedas subestimadas, las de la inversión y las exportaciones para luego poder focalizarse en el consumo. El punto de partida es complejo porque parte de una fuerte desconfianza y decepción para con los principales referentes de nuestra sociedad, pero cada oportunidad perdida nos aleja más de la salida.

El tema es urgente dados los impresionantes cambios económicos y sociales que se están produciendo a nivel mundial, los que incluso le requerirán a la sociedad americana, en su porción más acomodada, salir de su zona de confort para evitar males mayores. Mucho más a la nuestra (¡hasta la serie de los Aristogatos ha tenido que aggiornarse a los tiempos actuales!).

¿Lo lograremos? ¿Y quién entonces le podrá poner el cascabel al gato? Algo es seguro: solo será posible con liderazgos fuertes que, sin cabildeos ni megalomanías, sepan construir consenso, que no es unanimidad. Y para completar el título: sin gatopardismo. No hay otra.

(*) Consultor

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