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Una mirada sobre Noruega, más allá de las elecciones

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Paolo Rizzo 16 septiembre de 2021

Por Paolo Rizzo

En Noruega, la coalición de centroizquierda ganó las elecciones legislativas con 48,9% de los votos y el líder del partido laborista Jonas Gahr Støre asumirá como presidente. A pesar de tener un patrimonio personal estimado de 14 millones de euros, Støre promete nivelar las desigualdades económicas y atacar el cambio climático. Será el presidente de un país que está entre los más ricos, felices y avanzados del mundo.

Noruega es el sexto país europeo por extensión: más grande que Alemania, Italia y Reino Unido. Sin embargo, solamente cuenta con cinco millones de habitantes, lo que hace de Noruega el país continental europeo con la menor densidad de población (16 habitantes por km2, igual que Argentina). A diferencia de Suecia, con el cual comparte 1600 kilómetros de frontera, Noruega no forma parte de la Unión Europea. En el pasado, su Gobierno había logrado un acuerdo con la UE para sumarse al bloque, pero el pueblo había rechazado la adhesión en dos referéndums, uno en 1972 y otro en 1994. Hoy menos del 25% de la población votaría para entrar en la UE.

De todos modos, Noruega tiene una relación especial con la UE ya que forma parte del Espacio Económico Europeo (EEE) juntos a Islandia, Liechtenstein y los 27 países de la UE. De esta forma, Noruega participa del mercado interior de la unión y reconoce todos los derechos y las obligaciones de dicho mercado. El país garantiza el derecho de libre circulación de personas, capitales, bienes y servicios. A la vez, cumple con parte de la legislación europea y se calcula que adoptó 75% de las directivas europeas. Su participación hibrida a la unión le permite tener un pie adentro y uno afuera del bloque. En los meses sucesivos al referéndum inglés se pensaba que Inglaterra pudiese adoptar el modelo noruego, pero la entonces primera ministra Theresa May optó por una “Brexit duro”.

Su historia economía hace de Noruega un país modelo. Hoy, con casi 70.000 euros de PIB per cápita, Noruega es el país europeo más rico y uno de los más igualitarios. En Alemania, el PIB per cápita es la mitad (35.000 euros), en Francia 30.000 euros, en Italia 25.00 euros, en España 22.000 euros mientras en la vecina Suecia, 42.000 euros. Pero no fue siempre así. Según el Maddison Project Database de la universidad holandesa de Groninga, en 1820 Noruega era el país más pobre de la Europa occidental.

Las razones de la prosperidad económica noruega son principalmente dos. La primera son las inmensas reservas de petróleo y gas. La segunda es la prudente gestión de los ingresos procedentes de la venta de estos bienes.

El petróleo fue encontrado en mar en 1969 y en poco menos de dos años había empezado la producción de petróleo. Con los ingresos de la venta de hidrocarburos, Noruega ha creado en 1996 un fondo soberano de inversión que es ahora el más grande del mundo. Su dueño es exclusivamente el Gobierno de Noruega, o sea el pueblo, y solo puede invertir en el extranjero. Se trata de un ejemplo que contradice la teoría de la “maldición de las materias primas” y que hace de Noruega un ejemplo en la gestión de las entradas de las ventas de hidrocarburos. ¿Qué hubiese pasado si Venezuela, el país con las más grandes reservas de petróleo del mundo, hubiese optado por este camino?

Hoy el fondo noruego tiene participaciones en más de 9.000 empresas de 73 países e invierte, según rígidas leyes y conductas éticas, en acciones, bonos, inmuebles e infraestructuras. Es gestionado de forma totalmente trasparente y los datos del fondo son constantemente actualizados en la página web. Su valor actual es de casi 1.200 billones de euros, lo que significa que cada noruego tiene una cuota de casi 240.000 euros en el fondo. Pero a pesar de que el fondo haya sido construido con las entradas del petróleo, su política es de no invertir en compañías que causan severos daños al medioambiente. Tampoco invierte en compañías que no respetan derechos humanos.

No se trata solo de anuncios. Noruega representa una potencia diplomática pacifista que defiende activamente los derechos humanos y la democracia. Fue en Oslo, la capital noruega, que el israelí Isaac Rabin y el palestino Yasir Arafat llegaron a un acuerdo bajo la supervisión de Bill Clinton (los acuerdos de Oslo de 1993). Noruega tuvo un rol también en los negociados de paz en Colombia y en Guatemala. Ahora es el actor clave en el diálogo político venezolano en México.

La política energética noruega representa otro ejemplo para el mundo. El país sigue siendo uno de los grandes productores de petróleo. Ese sector, que genera 160.000 trabajos (el 6% del total), produce 14% del PIB y representa 42% de todas las exportaciones. Pero Noruega exporta casi toda su producción de petróleo ya que no la necesita. Hoy en día, el país produce 96% de su energía desde fuentes renovables y tiene más de 1.500 centrales hidroeléctricas. Además, 72% de todos sus coches registrados es eléctrico. Noruega apunta ahora a prohibir el uso de vehículos a combustión a partir de 2025. Además, la sociedad se pregunta si seguir el ejemplo de Dinamarca que se ha comprometido en parar la producción de petróleo en 2050.

Será una de las responsabilidades del Gobierno decidir si cierra su principal industria. Al fin y al cabo, el verdadero desafío para el próximo Gobierno será garantizar la sobrevivencia del modelo económico, social y energético noruego sin perjudicar el medioambiente. Al lograrlo con éxito, el mundo seguirá viendo a Noruega como a un ejemplo y, quizás, como una utopía.

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