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Telón de fondo

Cristina impuso un Jefe de Gabinete que realmente quiera y pueda serlo. Así como para poder ganar en 2019 designó a Alberto, a pesar de las diatribas que recitó en los “medios hegemónicos”, no ha tenido el menor reparo en designar a Manzur, quien la jubiló públicamente.

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Carlos Leyba 24 septiembre de 2021

Por Carlos Leyba

Cristina decidió un cambio de gabinete para bloquear la eventual futura derrota en noviembre.

Para ella. el resultado no es sólo una cuestión partidaria sino la de vivir o no, muchos años con la zozobra de no saber que pasa con su vida. Más que comprensible, más allá de estar o no de acuerdo con las consecuencias de sus deseos.

Es que una sociedad que ha perdido el apetito de futuro está condenada a representaciones, lo que se actúa en el teatro de la política, de pequeñas cuestiones personales. Es lo que hay.

La decisión de CFK no ha sido sólo el desplazamiento de “funcionarios inútiles” de la derrota multidimensional: mala economía, desatención social, mal manejo de la pandemia, cierre eterno de las escuelas, inseguridad cotidiana, evidencia de los privilegios, malestar.

Tal vez sea transitorio. El cambio de gabinete es la apertura de un paréntesis. Si noviembre es derrota cambiará pero si es triunfo, también.

Es un paréntesis porque no hubo, no hay y no parece que habrá, un programa que implica pensar, reflexión, consenso y mira de largo plazo.

Ese es el verdadero cambio: gobernar a partir de querer generar un programa de largo plazo, invertir en diseñarlo y lograr un amplio consenso para que pueda durar y encontrar un liderazgo moral y eficiente. No es un cambio de gabinete, que sólo es un “vamos viendo”.

Se trata de aquello que “se puede hacer” para mantenerse en el poder.

Lo hecho, aparentemente, se trata de una cuña en la vía “a ninguna parte” recorrida por Alberto. Un vía plena de alteraciones al orden de prioridades, de postergaciones sine die al tratamiento de problemas centrales y de notable ausencia de energía de ejecución.

Enmarañada arquitectura ministerial en la que los superiores jerárquicos, en general sin antecedentes para el cargo, dependen de la autorización de los subordinados; sin contacto ni consideración del resto de los ministros y sin una conducción integradora del conjunto.

Basta esta descripción para visualizar que el “telón de fondo” en el que transcurren los discursos del Presidente y sus ministros, lejos de entusiasmar, invitan a abandonar la sala con la idea de que nada deseado va a pasar.

Es que lo que vimos en septiembre. No sólo fue la derrota, sino el tercio de los ciudadanos que decidieron, con distintos votos, decir un “no juego” que incluye ausencia, voto en blanco o votos no competitivos a la izquierda o a la derecha.

La “vía a ninguna parte”, bautizada por su autor como “progre social demócrata”, es el telón de fondo a la pandemia impulsado por Alberto para satisfacer, sin ideas acerca de un programa de gobierno, los reclamos militantes de las minorías intensas y activas.

La consecuencia de esta opción fue, en la práctica, el desplazamiento efectivo del diseño y ejecución de una agenda productiva para el combate a la pobreza. Gigantesca inmoralidad que empantana cualquier salida espontánea del estancamiento, si es que esa salida espontánea existiera.

De esa agenda no tenemos ninguna pista ni en el oficialismo ni en la oposición.

Esa carencia aventa cualquier idea de consenso e inhibe cualquier curso de acción para salir del estancamiento que es la madre de todas nuestras desgracias.

Un cambio de gabinete no resuelve ese problema, pero puede cambiar el telón de fondo y sustituirlo por uno que invite a escuchar y que revalúe la palabra de los gobernantes.

Con el que instaló Alberto “no se lograron lograr esos logros” (sic) como dijo Axel Kicillof y la consecuencia fue la derrota de las PASO.

El nuevo gabinete sugiere ese cambio de telón que podría ser capaz de adherir, entre otras, las voluntades peronistas a las que el “progresismo” berreta de Alberto terminó alejando.

Fernández priorizó, por ejemplo, al lenguaje inclusivo en el BCRA que montó una gerencia para aplicar ese “lenguaje” a las normas del ente. Patético.

Mareado por la “onda verde” decretó una interpretación de la ley de interrupción del embarazo legal y gratuito que prácticamente aboga por el aborto a demanda, deformando el sentido de la ley.

Cultivando la cultura penal “zaffaroniana”, la aplicó a las prácticas de seguridad cotidiana y la extendió a la cultura de las tomas de tierras y hasta la laxitud infinita en las reivindicaciones de “naciones pretendidamente originarias”.

Todo eso responde a la “cultura de más derechos sin respetar la lógica de la acumulación que los haga sustentables". Todo eso, más “la inspiración Donda INADI” de la vida cotidiana, que no apunta a la discriminación que sufren las personas con capacidades especiales y los millones de niños a los que la pobreza les cancela el futuro y que alcanzó su cenit con el cierre de las escuelas ignorando que pobreza y marginalidad excluyen de tecnología y conectividad.

Orden de prioridades es condición necesaria de cualquier gobierno y Fernández lo extravió desde el primer día. Desprecio por los programas y hundimiento en la postergación de todo lo importante.

Eso causa daño a la Nación y exaspera a los miembros del frente. El resultado electoral probable crispó a Cristina.

De ahí la imposición brutal del cambio de gabinete para poder revertir el resultado: “el gabinete” de Alberto garantizaba la derrota.

Cristina impuso un Jefe de Gabinete que realmente quiera y pueda serlo.

Así como para poder ganar en 2019 designó a Alberto candidato a Presidente, a pesar de las diatribas que le recitó día tras día en los “medios hegemónicos”, no ha tenido el menor reparo en designar a Juan Manzur, quien la jubiló públicamente, porque supone que es alguien que puede conducir.

El tucumano tiene opinión en política internacional y está en las antípodas de la estudiantina del Grupo de Puebla en el que el “progre” Fernández se imaginó líder.

Si Manzur es coherente, virtud poco común en nuestra política, hay ahí un giro urgente. ¿Cómo giran Santiago Cafiero y su discurso, o Jorge Taina y la compra de aviones chinos?

Manzur tiene opinión en materia cultural y sugiere que su orden de prioridades es lejano al del equipo Vilma Ibarra, Donda o Elisabeth Gómez Alcorta, las que deben trinar al tener un celeste como su nuevo jefe.

Manzur está dispuesto a ejercer la Jefatura de Gabinete y sus ministros volverán a ser “secretarios” en el Poder Ejecutivo. La primera señal fue hacerlos madrugar aunque, bien sabe, que por mucho madrugar no se amanece más temprano. Por ejemplo, qué estará programando Juan Cabandié ante las probables altas temperaturas de este verano y la época de incendios en el centro, norte y sur del país.

El “olvídelo” cabe para casi todas las demás preguntas a los viejos ministros. Ellos ignoran que gobernar es prever. Buscan agua cuando el bosque arde: lo han demostrado.

Cristina dejó a Martín Guzmán pero, previamente, lo fidelizó por línea directa . Lo obligó al reparto para votantes remisos. Otro podría haber cumplido esa tarea, pero CFK es consciente de la necesidad de mantener la máscara Guzmán para que el FMI no apresure sus reclamos.

Martín, al que Manzur conoce mucho antes que Fernández lo imagine ministro, debe cumplir dos objetivos: poner “platita en el bolsillo” en los sectores más castigados para cambiar su ánimo económico y mantener al FMI en calma y a la espera de una conversación madura.

En “ese barrio” sólo Guzmán puede, con el aluvión de pesos que se viene, mantener la expectativa del FMI y, derivada de ella, una cierta calma en los mercados aunque será duro de roer hasta noviembre.

Pensando en términos electorales Guzmán era irremplazable, siempre y cuando fuera previamente fidelizado para el reparto.

Martín cuenta ahora con un jefe que puede hablar de igual a igual con gobernadores, senadores, dirigentes del oficialismo, sindicales y no pocos empresarios. Alguien que puede hacer la política que la economía requiere. Algo necesario pero insuficiente.

Pero la economía encerrada en el corto plazo, por definición, no avanza más allá de unos pocos metros y por eso no genera el combustible que la alimenta desde afuera.

Ese combustible es la confianza, las expectativas o las ganas de invertir.

Una economía sin ganas, por más ordenada que esté en los papeles, se agota cada fin de mes y todo es volver a empezar. Y además esta lejos de los papeles ordenados.

La reincorporación de Julián Domínguez es un gesto de buena voluntad hacia el sector agropecuario. Domínguez le garantiza al sector capacidad de escucha que es reconocer al otro como tal. Algo que hasta ahora no había ocurrido. Pero Julián, que tiene como, tendrá que enfrentar a los talibanes de Kicillof instalados en Desarrollo Productivo. El primer sopapo será el fin del cepo a las exportaciones de carne. La patrulla perdida de Kicillof puede ser encepada por la sensatez de Domínguez, lo que no es poco.

Finalmente, con un protagonismo aparte, está Aníbal Fernández quien, al revés de Alberto que se declara “progre”, aclaró oportunamente que siendo “duhaldista portador sano” no se consideró nunca un “progresista”.

Aníbal, pegado a Sergio Berni, apuntará a una campaña de seguridad en el conurbano y frente al narcotráfico de Rosario, con un volumen superior de enfrentamiento y sobre todo alta voz publicitaria en boca de un hábil declarante. Aníbal de Quilmes se concentrará en golpes fuertes que den señales que la inseguridad es combatida en los conurbanos y el narco en Rosario. No hay que descartar que Aníbal trate de poner orden en el desastre de las tomas en el sur del territorio porque sería un golpe de efecto barato.

Cristina esperar revertir el desastre de septiembre con plata en el bolsillo, manteniendo al FMI en calma, dando la imagen que hay gobierno, pegando fuerte en la inseguridad y el narco y desenojando al campo y a la clase media tradicional.

Las minorías intensas harán mucho ruido.

Se cumplirá aquello de que algo cambie para que todo siga igual.

La dirigencia no parece comprender que es urgente elaborar un programa, pensar y consensuar, para hacer posible el liderazgo que reclama el terminar con la decadencia.

No es eso el nuevo “telón de fondo” que es lo que la Gran Tramoyista ha bajado.

Hay que perdonar: no sabe hacer otra cosa.

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