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Incertidumbre

Se inicia un nuevo tiempo político con más información sobre “la dimensión de los actores”: eso es lo que nos dirá la gran encuesta nacional del domingo

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Carlos Leyba 10 septiembre de 2021

Por Carlos Leyba

Los días que corren son de incertidumbre. No sólo por lo abierto que están los pronósticos, acerca de los resultados electorales de las primarias sino, específicamente, por lo inciertas que son, en términos políticos, las consecuencias de esos resultados para el proceso que se inicia al terminar el conteo de los votos.

Con el diario del lunes se inicia un nuevo tiempo político con más información sobre “la dimensión de los actores”. Eso es lo que nos dirá el próximo domingo.

La “gran encuesta nacional” nos brindará el “estado de las cuestiones políticas” en la verdadera línea de largada en la carrera por el control del Congreso.

Porque de eso es de lo que se trata la elección de noviembre: ¿quién controla el Parlamento?

Un triunfo para el oficialismo será pasar a dominar en Diputados y profundizar el control del Senado.

Ambas mayorías parlamentarias le habrán dado el control institucional en la prioritaria dimensión de la Justicia, principal preocupación de la administración. Y también la capacidad institucional para repartir los costos de la crisis económica.

Las elecciones no resuelven la crisis pero sí, tal vez, resuelvan como administrarla.

Esa es la carrera que empieza el lunes. Hasta ahora han sido sólo aprontes.

Algunos párrafos del discurso de cierre de CFK en Tecnópolis sugieren como se tratará de resolver la crisis económica, lo que será más claro si logra el deseado control parlamentario.

El lunes sabremos quiénes serán los que tallarán realmente en los principales espacios políticos. Hagamos un ejercicio.

Extremando la simplificación, si le va mal al Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires, Alberto y Kicillof bajarían transitoriamente un escalón en la interna. Por cierto, una baja reversible. Pero el golpe sería fuerte, porque “la culpa” tiene cabezas naturales. Esto no es lo más probable.

En ese caso, le habría ido bien a Horacio Rodríguez Larreta si es que Diego Santilli supera largo a Facundo Manes y María Eugenia Vidal le saca mucha distancia a Leandro Santoro. Una línea PRO menos taliban y más política habría confirmado que podía rendir electoralmente.

En ese escenario podemos imaginar a Cristina protagonizando abiertamente el Gobierno. Por eso suenan importantes sus últimas palabras que serían un mensaje de “¿podremos entendernos?”. No es mucho. Pero es bien distinto del presente.

Pero, en el otro extremo de los resultados, si a Fernández le va muy bien en la provincia con Tolosa y en la Capital con Santoro, que la iguala o supera a Vidal, la imagen de Larreta se opaca y la de Alberto puede revivir.

Paradójicamente, en ese caso, el Presidente podría sostener el espíritu de “¿podremos entendernos”? que expresó Cristina ayer en Tecnopolis: “Espero que el lunes podamos debatir un país sin agravios haciendo mucho hincapié en la necesidad de un acuerdo político para construir la Argentina que viene. Un país no se construye solo y nadie se salva solo”.

Es decir, Alberto “triunfador” podría que volver al discurso de su campaña de 2019. Pero, en ese caso, se encontraría con un interlocutor sí favorable al diálogo (Larreta), derrotado.

Estas son puras especulaciones que colorean la enorme incertidumbre política en la que estamos y lo dificil que entender y describir el estado del presente.

Los analistas no pueden descifrar, en cualquier caso, cuales serían las decisiones del gobierno de aquí a noviembre. Incertidumbre.

Las preguntas que pasan por la cabeza de Alberto y Cristina son, entre otras, qué hacer con el Gabinete y con la política económica. O qué hacer con la política internacional ante cuestiones que exigen decisiones como el FMI; o la política uruguaya ante las normas vigentes del Mercosur.

E inclusive qué hacer en política social: “no se puede seguir haciendo lo que se hace”, es decir, la administración de la pobreza a base de planes. Todo requiere decisiones aún para que todo siga como está.

“Algo tiene que cambiar para que todo siga como está” (Di Lampedusa).

Pero si no se toman decisiones de cambio será dificil evitar cimbronazos antes de las elecciones de noviembre. “Algo tiene que pasar”. No podemos imaginar en qué dirección ni qué harán. Incertidumbre.

Una de las tradiciones malsanas de la política argentina es creer en el beneficio de la sorpresa. “Sorprender” desconcierta pero no le gana a la realidad.

Acordar es la negación de la sorpresa, exige conversar. La polìtica argentina es de baja calidad porque no conversa ni acuerda y apela a la sorpresa. Allá vamos. De ahí más incertidumbre.

Baruch Spinoza señalaba que dos emociones básicas del hombre son el miedo y la esperanza. La esperanza convoca a la acción, pero requiere certezas. El miedo a la deserción. En ambas sensaciones hay signos vitales. Nunca tan claro que para construir esperanzas hay que acordar.

Pero hay un tercer sentimiento que refleja renuncia a la vida: la apatía. El desinterés. Muchos analistas de opinión señalan la intensidad de la apatía. Es que en estas elecciones, a la incertidumbre, se le suma la apatía, el desinterés.

El colectivo de apáticos, contradictorio y disperso, suma la abstención,el voto en blanco, la derecha antisistema y la izquierda de lo inaccesible por las urnas. Un tercio de los votos.

No tiene “esperanzas” ni “miedo". Están afuera.

Cualquiera sea el resultado el lunes comienza la búsqueda de esos votos apáticos porque ellos definirán noviembre.

Cómo se conformará el Senado y Diputados dependerá no de lo que se desea sino de la definición de aquello que se detesta. No es un signo de la buena salud de la democracia para gestar la vida buena.

¿Cuáles son las ideas en discusión respecto a resolver los problemas del presente o acerca del mediano y largo plazo? Es lo que esperamos nos respondan de ahora en más. Hasta aquí no lo han hecho.

Ante tanta incertidumbre necesitamos que esclarezcan. Abrimos un crédito. Necesitamos hacerlo. Lo que hasta ahora dicen es poco. Sólo se emiten ruidos. Unos procaces, escandalosos. Otros mentiras. Desesperados para llamar la atención. Nada relevante acerca de cómo salir del presente y menos aún acerca de lo por venir.

Estamos mal, muy mal y pensamos que, de seguir así, estaremos peor.

Los candidatos no dan pistas. El discurso dominante es la acusación que el “otro” tiene la responsabilidad excluyente de los males que atravesamos.

Aún haciendo un enorme esfuerzo para asignar responsabilidades, buscar causas y efectos, resulta imposible no concluir que todos los que disputan, con mayores probabilidades de ser votados, han cooperado en la construcción del desastre.

Sumaron pobres, deuda social y fiscal, externa y consumo de stocks, desigualdad, estancaron o redujeron la capacidad de producción. Cuando gobernaron no pensaron el futuro y no aliviaron los males del presente.

Las culpas pertenecen a un bloque compacto de desidia, torpeza y superficialidad.

Ninguno de los que concurren a las urnas atacó las causas. Todos creyeron que los problemas se resolvían atacando las consecuencias. Así nos fue.

En ausencia de temas relevantes, en el marco de la dramática situación social y la ausencia de expectativas en la economía, podemos sintetizar un escenario de tres tercios.

Un tercio ?cuyo volumen es sorprendente? es el que suma como ya dijimos a los apáticos. Es un colectivo de contrarios a los que los une el rechazo al oficialismo actual y a la principal oposición.

Otro tercio es el oficialismo y el tercero es la oposición.

El que encabece el resultado, no tanto en las PASO como en noviembre, será el que habrá sumado, al tercio propio, lo que haya podido arañar al tercio de los apáticos. Por eso ningún resultado ofrecerá entusiasmos.

¿Qué propuestas pueden ofrecer a los apáticos?

Se habla de “recuperación”. Pero recuperar no es crecer. Es poner en marcha las capacidades ociosas que subsistieron.

Tampoco hay políticas o propuestas para reducir la pobreza o la inflación. Lo que debe bajar no deja de crecer y lo que debe crecer no deja de bajar.

Los que se postulan para integrar el Parlamento no proponen “soluciones” a los “problemas”. No exponen el diagnóstico de las causas estructurales.

Hay problemas de coyuntura, de la macroeconomía, de corto plazo que derivan de enfermedades profundas.

Detrás hay dramas, situaciones que pueden tornar en tragedia, como la pobreza, el estancamiento de largo plazo, la desinversión, la ineficiencia.

Nuestro país está en decadencia, en proceso de regresión.

Necesita invertir la dirección del proceso histórico que se arrastra, exactamente, desde el día que, en 1975, un grupo de alucinados, en un gobierno débil, hostigado por la guerrilla y su siembra de muerte y terror y por la amenaza de un nuevo golpe militar, utilizó el sistema de “no miremos las consecuencias”.

Lo que hagamos y que tenga alguna probabilidad de éxito requiere de un acuerdo político lo más amplio posible y una clara coincidencia en cuáles serán las consecuencias inmediatas.

Sabemos que “contra” el campo y contra la industria no hay acuerdo posible con la producción. Y no tiene sentido pensar en un acuerdo político que pueda sostenerse sin un acuerdo con la producción.

Todo acuerdo requiere de un diagnóstico estructural y de una mirada de lo que hizo y hace el mundo. Y no del recitado de los libros de texto que no responden a las situaciones concretas.

Los países existosos son una mina de ejemplos de lo que hay que hacer antes de tener buenas cuentas fiscales y baja inflación. Allí no atacaron las consecuencias. Fueron, siempre, a las causas.

La cultura económica que hemos extraviado es que “el desarrollo” ?poner en acto el potencial del país? es una construcción nacional.

Toda política económica “es nacional” y necesita de un acuerdo mínimo, implícito o explicito, acerca de las reglas, de las relaciones entre el Estado y los privados, de lo que está en el mercado y lo que no debe estarlo.

Fundamentalmente que no hay construcción, y desarrollo, sin protagonismo de la acumulación.

Todo lo demás es demagogia, desengaño y frustración que es lo que multiplica la decadencia. El predominio del miedo sobre la esperanza.

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