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En 1890, el general Roca y el vice Pellegrini obligaron a renunciar al presidente

Virtualmente todo presidente intenta construir su sucesión. El sucesor rara vez cumple las expectativas.

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Oscar Muiño 20 septiembre de 2021

Por Oscar Muiño

Virtualmente todo presidente intenta construir su sucesión. El sucesor rara vez cumple las expectativas. El primero en padecerlo fue Don Bartolomé Mitre, que termina aceptando a Domingo Faustino Sarmiento en lugar de su favorito Rufino de Elizalde, para frenar al temible Justo José de Urquiza.

Sarmiento, a su vez, favorece como sucesor a su ministro Nicolás Avellaneda contra Mitre, que quería volver. Avellaneda gana y Mitre se levanta en armas, acusando al Gobierno sarmientino de fraude a favor de su rival. Avellaneda tiene éxito y prohija a su comprovinciano Julio Argentino Roca, quien a su vez elige a su concuñado Juárez Celman. A partir de ahí, los problemas se agravaron. Roca conspiró contra dos presidentes que él había impulsado y que no tuvieron más remedio que renunciar.

La sombra y la campanita

Volvamos a la presidencia Mitre (1862-68). Adolfo Alsina cree que Mitre podría apoyarlo. Cuando Mitre lo descalifica en público, Alsina se enfurece y promueve la fórmula Alsina-Sarmiento. Los sarmientinos proponen otro acuerdo: el que junte más electores será presidente y el otro vice. La asamblea del Club Libertad debate en Plaza Montserrat. Saldías lo evoca: “el sol de ese día de verano quemaba a esa masa de pueblo que por entonces se congrega entusiasta”. Preside la asamblea el sarmientino Benítez. Éste “con estentórea voz, gritó: 'Los ciudadanos que estén por el señor Sarmiento para presidente de la República, que pasen a mi derecha; los que estén por el doctor Alsina, que pasen a mi izquierda'. A la derecha de Benítez estaba la sombra benefactora desde donde sería más cómodo oír los discursos. Y del lado de las sombras venció la mayoría”.

La picardía consagra Sarmiento-Alsina

Después de la victoria, Sarmiento se divierte a costillas de su vice Alsina: “Se quedará a tocar la campana del Senado durante seis años y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer, para que vea mi apetito y mi buena salud”.

La primera Liga de Gobernadores

La Liga de Gobernadores no es un invento del peronismo. Brota hace siglo y medio de la mano de Julio Argentino Roca (1880-1886). Su propósito: quebrar a Buenos Aires. Le arrebata la capital ?reconvertida en distrito federal-, la fuerza militar y finalmente sus aliados en el interior. Una vez que lo logra, Roca renegocia con el poder económico y con los restos del Autonomismo porteño que dirige Carlos Pellegrini. Juárez Celman ?concuñado de Roca- es clave en la Liga de Gobernadores y se gana la sucesión. Una vez en la Casa Rosada, construye poder propio, arrebata fidelidades a su mentor Roca y gobierna con sus propios incondicionales.

Los primeros años parecen fortalecerlo, pero una crisis externa exhibe sus demasías. Un liberalismo suicida (remate de bienes estatales que rechazan hasta los estancieros bonaerenses), tarifas altísimas que encarecen la vida, descontrol financiero, endeudamiento excesivo. Para colmo “se produjeron epidemias de crup, difteria, sarampión y viruela. En materia de tifus, Buenos Aires sólo fue superada por Calcuta y por Chicago” (María Sáenz Quesada). Y sube la mortalidad.

Juárez queda más y más aislado. Impertérrito, cree que sigue manejando el bacará y prepara la sucesión presidencial sin consultar a Roca. Sus incondicionales proclaman la candidatura del director de Correos, el cordobés Ramón Cárcano, de veintiocho años. La indignación pública estalla. Mil firmas convocan a una asamblea para “proclamar con firmeza la resolución de los jóvenes de ejercitar los derechos políticos del ciudadano, animados de grandes ideales, con entera independencia de las autoridades constituidas y para provocar el despertamiento de la vida cívica”. El 1º de septiembre desborda el Jardín Florida, frente a la actual tienda Harrod's. La asamblea aclama el Estatuto fundacional de la Unión Cívica de la Juventud para pelear por la pureza del sufragio, la honradez y el impulso al espíritu ciudadano.

Nueva maniobra del Zorro Roca. Renuncia a la candidatura para 1892 y le pide a Cárcano que lo imite. Una trampa: Roca no es candidato y Cárcano sí.

Éste no advierte la celada y renuncia. Clinc, caja.

Leandro Alem se junta con Bartolomé Mitre para promover la Revolución. La insurrección cívico-militar del 26 de julio de 1890 es vencida pero el gobierno agoniza. Roca aprovecha la impopularidad el presidente, le vacía de ministros el gobierno, presiona a los ministeriables para rehusar ingresar al gabinete. Juárez tiene que renunciar. Asume el vice, Pellegrini, por entonces el principal aliado de Roca, quien se hace cargo en persona del ministerio del Interior.

Pero los revolucionarios del Noventa se organizan y multiplican. El vigoroso nacimiento de la Unión Cívica y el brote de conservadores reformistas parece imparable. Aislado, Roca realiza sus maniobras más astutas, exitosas y reprochables. Primero, desgaja al respetado Bartolomé Mitre de su alianza con Alem. Le sugiere que lo apoyará para volver a la presidencia (algo que Mitre busca sin éxito hace un largo cuarto de siglo). No era fácil engatusar a Mitre. Pero lo logra. Primera victoria: la Unión Cívica se divide entre UC Nacional de Don Bartolo y la más combativa UC Radical de Alem.

Aislado el flamante radicalismo, acecha la candidatura modernista de Roque Sáenz Peña. Parece imparable, ante el vigoroso impulso de las juventudes autonomistas y la crisis económica y social. Imparable. Entonces el general tucumano inventa la candidatura del padre de Roque. El anticuado juez Luis Sáenz Peña. El hijo se retira, respetuoso. Para evitar toda sorpresa, Roca inventa una sublevación dirigida por Alem y encarcela a la dirección del radicalismo hasta después del comicio.

Tampoco Don Luis

Pero Don Luis ?el mismo que apenas recuerda una calle devaluada y la estación porteña del subte A”- no está preparado por la política. Su gestión es zamarreada por todos lados. Los funcionarios asumen y renuncian. En 1893 asume como ministro clave Aristóbulo del Valle. Un demócrata que intenta instaurar la libertad del sufragio. Revolución radical en Santa Fe, Corrientes, San Luis. Y sobre todo en Buenos Aires, donde ?con la organización impecable de Hipólito Yrigoyen- miles de radicales se movilizan, ocupan intendencias y hasta la gobernación. Del Valle acepta el movimiento.

Roca no se había tomado tanto trabajo para entregar el poder. Contraataca, obliga al frágil y anciano presidente a remover a Del Valle. En Interior asume Manuel Quintana, que inaugura una represión contundente. El presidente termina renunciando en enero de 1895. Asume el vice José Evaristo Uriburu. Su misión: preparar el regreso al poder de Julio Argentino Roca para el período 1898-1904.

Devaluado y solitario, el presidente que Roca había puesto, termina sacado por Roca. Antes había forzado el fin de su cuñado Juárez, quien prohibió a su familia volver a tomar contacto con Roca. Aquel conservadorismo en las luchas de poder y liderazgo produjo tales desmanes institucionales ?sin contar las dictaduras, que siempre voltearon a los golpistas iniciales- que luego seguirán en los siglos XX y XXI. El peronismo, se ve, se limita a seguir una larga tradición argentina.

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