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Biden enoja a China y a sus aliados de la Unión Europea

La preocupación por el expansionismo chino es una inquietud compartida por naciones como Japón, Corea del Sur e India.

Atilio Molteni 27 septiembre de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

Quizás el eminente Art Buchwald diría que “el Presidente Joe Biden no tiene malas ideas, sólo brillantes ideas que dejan perplejos tanto al Gobierno chino como a la clase política de la Unión Europea”.

A mediados de septiembre, el planeta vio como se hacía pública la existencia de un proyecto tripartido de cooperación militar y tecnológica llamado AUKUS, denominación que responde a las iniciales inglesas de Australia, el Reino Unido y Estados Unidos.

Así se supo que esas naciones desean equilibrar la presencia político-militar china en la región marítima del Asia-Pacífico y trazar una línea roja en el proceso de expansión geopolítica que despliega el régimen que encabeza el presidente Xi Jinping. Se trata de un pacto negociado en el mayor de los secretos por los líderes de esas naciones en las adyacencias de la reunión del G7.

La idea surgió del interés australiano por adquirir submarinos nucleares, sobre la base de trabajar en conjunto unos 18 meses en completar sus aspectos técnicos y estratégicos para luego desarrollarlos, los que sólo estarán equipados con actualizados misiles convencionales, no para el uso de armas atómicas. En el plano militar esas naves son más letales, rápidas y de mayor alcance que las convencionales cuando existe la necesidad de cumplir determinada misión. Las unidades que se negocian permitirían el veloz desplazamiento desde las costas australianas hasta el Mar del Sur de la China, el Estrecho de Malaca y la península coreana.

Los expertos destacan que, desde 1958, Estados Unidos solo compartió esa tecnología con el Reino Unido, motivo por el que Charles de Gaulle optó por desarrollar en Francia su propia capacidad nuclear. En estas horas se alega que, en el futuro, esta operación no se repetirá con otras potencias. La transferencia de conocimientos no afectaría los principios de no proliferación, pues las salvaguardias de la OIEA excluyen a los motores nucleares navales, pero quedan sujetas a los requisitos de control y medio ambientales aplicables a esas naves.

Beijing criticó el proyecto con el fundamento de que los diagnósticos encajan en una mentalidad propia de la Guerra Fría y se basa en un prejuicio ideológico que daña la seguridad regional y el control del proceso de no proliferación. También señaló que semejantes acciones confirman la sospecha de que Occidente no trata de competir sino de contener los enfoques internacionales de China.

La preocupación por el expansionismo chino es una inquietud compartida por naciones como Japón, Corea del Sur e India. Por ese mismo motivo, Washington extiende su proyecto de asociación en materia de seguridad a Tailandia, Filipinas, y Vietnam, cuyos gobiernos están alarmados por la creación de bases de Beijing en el Mar del Sur de China, y conocen la expansión e importancia de sus fuerzas navales, pues los 360 buques que integran su flota actual la convierten en la armada más importante del mundo. Una consecuencia de tal escenario es el enloquecido aumento del gasto militar regional.

El QUAD

A su vez, Estados Unidos, Australia, India y Japón integran el denominado QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), que fue reorganizado en 2017, que es una institución diplomática para analizar la cooperación regional desde una agenda positiva. En la reunión de sus jefes de Estado del 24 de septiembre en Washington, decidió priorizar temas como el Covid-19, la conectividad, la ciberseguridad, y las que corresponden al refuerzo de las cadenas de valor.

Hace tres años el Gobierno australiano imaginaba que el teatro de la política regional era un campo propicio para tener buenas relaciones con China, cuyo mercado absorbía la porción más grande de sus exportaciones y exhibía un ámbito fértil para suscribir un acuerdo bilateral de comercio. Asimismo, creía que todo ello no obstaculizaba el propósito de ampliar su relación con Estados Unidos, un país que era su principal socio estratégico. Después de sucesivos y profundos enfrentamientos comerciales y políticos, su enfoque geoestratégico sufrió un volcánico replanteo. Beijing utilizó su poder coercitivo y diversas sanciones para imponer sus objetivos políticos sobre Camberra. Las cosas se pusieron muy feas y la Casa Blanca volvió a darle asilo a la nueva generación “Aussie”.

En el caso de Australia, los cambios también la llevaron a dejar de lado un proyecto iniciado en 2016 con una empresa francesa especializada (Naval Group), de quien esperaba el suministro de una docena de submarinos convencionales de la clase Barracuda, por un valor de US$ 66.000 millones. Esa orden estaba demorada por diversos factores que incluían la transferencia de tecnología y la participación local. Canberra también pensaba que las características de las unidades negociadas las harían totalmente obsoletas cuando estuvieran en condiciones de operar, dentro de unos diez años.

Tal reflexión habría sido puesta en conocimiento del Gobierno francés hace algún tiempo. Sin embargo, el presidente Emmanuel Macron saltó como un resorte al recibir, el pasado 17 de septiembre, una detallada nota del primer ministro australiano, Scott Morrison. Ordenó de inmediato el retiro de sus embajadores de Estados Unidos y de Australia, acusando a los dos gobiernos de mentir, de tener dobles versiones de los acontecimientos y de haber apuñalado al gobierno de Francia por la espalda, alegando que estos países habían ocultado su negociación durante meses y de ignorar los vínculos existentes entre ellos, lo que suponía afectar al mayor proyecto francés en el campo de la defensa. Por si fuera poco, estos hechos fueron contemporáneos con el proceso preelectoral en curso dentro del país europeo.

Sugestivamente, y a pesar de que consideró que estaba apelando a su usual oportunismo, el gobierno francés no exhibió similar reacción hacia el Reino Unido, aunque en Londres se especula que el primer ministro Boris Johnson no tuvo suficientemente en cuenta las consecuencias del acuerdo en las relaciones con su vecino y socio en la defensa europea inspirado en sus políticas “posBrexit”.

El Jefe del Palacio del Eliseo sostuvo que el Grupo AUKUS disfrazó un simple negocio comercial en un pacto de seguridad, hecho que no tiene en cuenta los intereses de su país en la región del Indo-Pacífico, como sucede con los territorios de Nueva Caledonia y la Isla Reunión.

Cinco días después, Biden y Macron hablaron por teléfono para bajar las tensiones y se comprometieron a dialogar en Europa durante el próximo mes de octubre para restablecer la confianza mutua. En un comunicado conjunto los dos líderes estuvieron de acuerdo en que la situación se hubiera beneficiado de consultas abiertas entre aliados en materias de interés estratégico para Francia y sus asociados europeos. La Comisión Europea y los Estados Miembros de la UE respaldaron la postura del gobierno afectado.

Los analistas y las partes saben que todo esto habrá de tener un costo. Semejante desarrollo puede no resultar inocuo en el plano de la cooperación global que discute políticas en el seno de la OTAN, respecto de la cual Francia insiste en crear una estructura independiente de seguridad europea.

El presidente Biden tendrá que llevar una oferta muy seductora para restablecer un diálogo productivo y una relación confiable con su contraparte francesa, un gobierno que se sienta como Miembro Permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y quiere resguardar su lugar como gran potencia.

La Casa Blanca tampoco puede olvidar que el Partido Comunista chino tiene entre sus manos una agenda persistente, agresiva y desestabilizadora. Sería nefasto que sean potenciadas las competencias políticas y económicas como las dos caras de la misma moneda de una nación hegemónica dispuesta a generar esa clase de aluviones.

El liderazgo chino no alberga intención alguna de aflojar sus destinos como nación ni los instrumentos del poder. Su escuela de pensamiento concibe los derechos de las personas con una óptica colectiva, no individual. La actividad económica y comercial jamás fue despojada de la primacía directa o indirecta del Estado, con limitaciones en el acceso a los mercados, sin tener en cuenta los derechos a la protección de la propiedad intelectual de la comunidad extranjera y utilizando como arma de uso múltiple la transferencia de tecnología.

Las políticas chinas se reflejan en un incremento del 85% del gasto militar y en la visible modernización de sus fuerzas armadas (el número de misiles balísticos intercontinentales está en constante expansión). Beijing estableció su primera base militar extranjera en Djibouti, puertos en Sri Lanka y Paquistán (Gwadar) conforme con un nuevo guion estratégico. Además, la iniciativa de la Franja de Cintura y Ruta (BRI) acentúa su influencia geopolítica en Medio Oriente y Europa. En el campo político, a China no le tembló el pulso para incorporar de facto a Hong Kong, proyectarse en el Mar del Sur de la China, presionar a la vista de todos a Taiwán y mantener enfrentamientos armados con India, hechos que afectan a la mayoría de los países vecinos del Asia-Pacífico.

Algunos observadores comparan con sugestiva frecuencia, estilos aparte, la actitud de Biden con las de su delirante predecesor, y objetan la veracidad del enunciado por el que se afirma que Estados Unidos retomó sus relaciones con sus aliados tradicionales. Todo ello al margen del fiasco que resultó el retiro de Afganistán, donde los miembros de la OTAN debieron enfrentar una serie de decisiones unilaterales de Washington y ver como los enfoques vinculados a la relación con China eran innecesariamente conflictivos.

Tras el primer discurso que el presidente Biden pronunció el 21 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU, no pareció disiparse el clima de duda acerca de su capacidad para recolocar a los Estados Unidos en la posición de convincente liderazgo que hipotecó el Gobierno de Donald Trump. Quizás no fue el discurso, ya que en él afirmó que Washington enfatizaba sus alianzas con la OTAN, la UE y otras organizaciones internacionales, después de concluir la era de guerras sin fin para iniciar una de intensa diplomacia. Se unió a las voces de cooperación contra la actual pandemia, la crisis climática, la necesidad de gobernar los cambios en la dinámica del poder global, en el cómo enfrentar las tecnologías innovadoras y la creciente amenaza del terrorismo.

Pero tendrá que pelear mucho para cambiar la percepción de que Washington no desea pilotear en serio el viaje a la Tierra Prometida.

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