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Francia: las dificultades internas y externas del presidente Emanuel Macron

Los resultados de Macron no abren perspectivas de una reelección asegurada, ni siquiera de una participación en segunda vuelta. Y resta poco más de medio año para las urnas.

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Luis Domenianni 30 agosto de 2021

Por Luis Domenianni

Casi invariablemente, todos los fines de semana, entre 150.000 y 300.000 franceses se movilizan por todo el territorio nacional para expresar su insatisfacción frente al pase sanitario, un documento exigible que atestigua la inmunidad presunta del titular, vacunado contra el Covid.

Para quienes se oponen a él, se trata de una “obligación de vacunación disfrazada” al impedir el acceso a gran cantidad y variedad de lugares públicos para aquellos que no lo exhiben.

Hasta aquí, un hecho de características sociales. Pero todo cambia cuando la política se introduce dentro de los contingentes protestatarios. Nadie puede saber, a ciencia cierta, cual es el grado de influencia. Si es la política la que llama a la movilización o si, por el contrario, intenta coparla.

Lo cierto es que todo se mezcla. A los ciudadanos anti vacuna que marchan los fines de semana por las calles de varias ciudades francesas se suman organizaciones políticas que van desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.

Así, desfilan Los Patriotas, organización que responde a Florian Philippot, ex número dos del Frente Nacional que encabeza Marine Le Pen. Pero también desfilan los “gilets jaunes”: chalecos amarillos residuales, mezcla de anarquismo con reivindicaciones sociales. Y hasta los “gilets jaunes” disidentes que, ahora, visten de blanco.

No faltan claro los ribetes antisemitas en los que todas las culpas son atribuidas a los judíos y que se manifiestan mediante pancartas donde se lee “¿Qui?” -¿quién?-, palabra en código para acusar a la comunidad israelita. O, por el contrario, la apelación “pass nazitaire”, para poner de manifiesto el carácter autoritario (“nazi”) del pase sanitario.

Como sea, se trata de minorías ruidosas cuya convivencia es particularmente difícil. En la ciudad de Montpellier, en el sur del territorio francés, una pelea entre militantes de la “Ligue du Midi”, de extrema derecha, y antifascistas, terminó con varios heridos. Unos y otros, todos, reclamaban la derogación del pase sanitario.

De momento, no parecen preocupar en demasía al gobierno del presidente Emannuel Macron, que sí en cambio no atina a ver claro el camino para una reelección del jefe del Estado.

Es que el resultado más notorio de las elecciones regionales, que se desarrollaron en junio 2021, dejó en evidencia la apatía de los franceses frente a la política. Dos de cada tres ciudadanos con derecho a voto no se hicieron presentes. Récord absoluto en materia de abstención.

Claro que el fenómeno no puede ser trasladado a la presidencial de abril próximo. Sabido es que cuando se trata del máximo cargo ejecutivo, la concurrencia a los locales de votación es mucho mayor.

Con todo, se trata de un toque de atención. O, al menos, así lo sintió la mayor parte de la clase política y así fue catalogado por la casi totalidad de los medios de comunicación. Quienes así piensan proclaman su alarma ante un hipotético debilitamiento del sistema democrático.

Pero existe otra lectura que debería ser tomada en cuenta y consiste en exactamente lo contrario. Es la que dice que cuando la democracia se asienta, las diferencias de pensamiento disminuyen, se flexibilizan y entonces, naturalmente, las elecciones dejan de ser atractivas.

Resultados no halagüeños

Como sea, los resultados no fueron buenos para el gobierno. Ocho fueron los presidentes de región electos desde la izquierda. Siete desde la derecha. Uno desde el centro. Y uno, regionalista en Córcega.

Para La République en Marche, el partido político del presidente Macron, los resultados fueron decepcionantes. Solo alcanzaron la segunda vuelta ocho candidatos a presidente regional sobre diecisiete. De ellos, ninguno resultó finalmente electo.

Junto al presidente, el otro gran derrotado fue Renovación Nacional, el partido de extrema derecha que tampoco alcanzó ninguna presidencia regional pese a sus expectativas preelectorales.

El resultado dio alas a una derecha tradicional, heredera en gran medida del general Charles De Gaulle y del recientemente fallecido Valery Giscard d'Estaing para aspirar un retorno al poder. Y, en menor medida, a una izquierda que, para aspirar, deberá superar sus divisiones entre verdes, socialistas y un residual Partido Comunista.

Para el presidente, aunque intentó disimular el contraste, fue una cachetada que no resonó tanto como la que sufrió físicamente mientras visitaba el departamento de la Drome, en la región de Auvernia-Ródano-Alpes.

Fue cuando dos hombres de 28 años, ambos, se abalanzaron sobre el presidente mientras saludaba a sus acólitos. Uno de ellos lo tomó por el brazo y le impartió una resonante bofetada, mientras que el otro gritaba “¡Montjoie! ¡Saint-Dennis”, el grito de guerra de las tropas realistas en épocas del Reino de Francia.

En solo dos días, el agresor fue condenado a 18 meses de prisión en suspenso, de los cuales deberá cumplir cuatro.

De mayor gravedad fue el manifiesto publicado por el semanario de extrema derecha “Valeurs actuelles” ?Valores actuales- en abril 2021 donde varios militares, entre ellos 20 generales en retiro, formulan un llamamiento al presidente de la República para “defender el patriotismo”.

El documento señala que a través de “un relativo antiracismo” se genera “una degradación que apunta a crear un malestar, un odio intercomunitario”. Agrega que “dicha degradación genera espacios territoriales sometidos al islamismo o a las hordas de la periferia urbana”.

Advierte que “si nada se hace al respecto”, todo desembocará en una explosión y en la intervención de “nuestros camaradas” para proteger “nuestros valores civilizatorios” y para salvaguardar “a nuestros compatriotas en el territorio nacional”.

Salvo la jefa del ultraderechista Renovación Nacional, Marine Le Pen, el arco político se unió en el rechazo del contenido del documento e hizo hincapié en la situación de retirados de los militares firmantes. No obstante, para algunos se trató de una apología golpista similar a la ocurrida hace 60 años en la Argelia francesa.

Pero solo quince días después, “Valeurs actuelles” publicó un nuevo texto que atribuye, ahora, a militares en actividad y que abre a la firma de quienes así piensan. En pocas horas, los firmantes suman más de 90.000.

El nuevo texto precisa aún más su rechazo del islamismo militante -no del islam- y el abandono de los arrabales en manos de la delincuencia.

Cuesta mucho creer que un golpe de Estado pueda gestarse en Francia, pero no cuesta tanto imaginar una preocupación en las filas militares, más allá del documento en sí. La misma preocupación que el gobierno experimenta frente a lo que ha dado en llamar el “separatismo” y que es objeto de una legislación “ad hoc”, en particular, frente al islamismo radical.

El rompecabezas preelectoral

Con todo, los militares disconformes cuentan con una cabeza política. Se trata del ex jefe de Estado Mayor -número uno de la jerarquía militar- general Pierre de Villiers quién abandonó abruptamente su cargo en 2017 -con Macron como presidente- en desacuerdo con la reducción del presupuesto militar.

De Villiers es autor de varios “best sellers” con títulos alusivos como “Servir”, “Que es un jefe” o “El equilibrio es un coraje”. Siempre éxito de ventas y de adhesiones. Precisamente, un sondeo reciente arroja un veinte por ciento de franceses dispuestos a votar por “el general” al que el 40 por ciento declara no conocer. ¿Será candidato presidencial en 2022?

De momento, la elección presidencial del 2022 queda lejos. No obstante, el tiempo de las precandidaturas ya comenzó.

Las cosas están claras para Renovación Nacional, el partido de ultraderecha. Marine Le Pen, la hija del fundador, será nuevamente candidata presidencial

Más al centro, en la tradicional derecha francesa, las precandidaturas sobreabundan. Y es que, tras los resultados regionales, el sector apunta a recuperar la presidencia que le arrebató hace cinco años el “macronismo”. Falta mucho, pero los primeros sondeos pronostican un triunfo conservador.

La izquierda, en tanto, enfrenta el dilema de la unidad. El Partido Comunista cayó en un estado residual y, por tanto, no resultará difícil engancharlo en una coalición. El problema rondará en torno de los socialistas y los verdes, centralizado en quién encabeza con candidatura presidencial esa coalición.

En ese caso, los pronósticos no son alentadores. A los socialistas correspondería el lugar por tradición. Pero los verdes confían en las encuestas que los colocan por encima de sus eventuales socios.

Unidad, pues, precaria, que se resuelve presentando candidaturas separadas. Claro que allí se corre serio peligro de quedar afuera de una eventual segunda vuelta, a manos de la ultraderecha o del propio Macron.

Y queda el presidente que, por ahora, tiene decidido presentarse para su reelección. Situación que lo obliga a alcanzar una segunda vuelta -pasan los dos más votados-, frente a socialistas, nacionalistas, verdes y conservadores, estos últimos por ahora favoritos.

Ante este estado de situación, el presidente busca prestigio. Y para buscar prestigio, nada mejor que la política exterior. Al menos así aconseja el manual del buen gobernante. Pero no es sencillo.

Optó por viajar por la Polinesia Francesa que reviste el estatus de Colectividad de Ultramar. No le fue mal, al principio cuando visitó las paradisíacas Islas Marquesas para las que solicitó su inclusión en el Patrimonio de la Humanidad que confecciona la Unesco, la agencia de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura.

Pero después se topó con el espinoso reclamo de los polinesios del atolón de Mururoa, en el archipiélago de Tuamotu, por las consecuencias de los ensayos nucleares franceses que comenzaron en 1962, tras la independencia argelina, y duraron hasta 1996.

Las reivindicaciones consisten en indemnizaciones frente a las enfermedades cancerígenas que esos ensayos causaron. En Papeete, Macron formuló promesas. Dijo que buscaba la verdad y la transparencia sobre la cuestión. Que reconocía la deuda de Francia frente a la Polinesia Francesa. Y que las víctimas debían ser “mejor indemnizadas”. Deseos.

En Oceanía, Africa y Medio Oriente

Más compleja resulta la relación con el segundo territorio oceánico de los tres que administra Francia. A saber: Polinesia Francesa, Nueva Caledonia y las Islas Wallis y Futuna.

Nueva Caledonia se encuentra en proceso de independencia cuyo tercero y último referéndum previsto por la legislación actual se llevará a cabo el 12 de diciembre de 2021. Allí, “Kanaks”, independentistas, y “Caldoches”, leales, medirán fuerzas por tercera vez, tras los referéndums de 2018 y de 2020.

En aquellas oportunidades, ganaron los “Caldoches” aunque la diferencia quedó reducida en 50% entre un referéndum y otro.

Dada la proximidad entre unos y otros que muestran los sondeos, la campaña se orienta ahora hacia los indecisos y, por tanto, la moderación gana terreno en los discursos y en la propaganda.

Superar el abstencionismo es la clave para los Kanaks. Es en la periferia de Numea, la capital, donde viven mayoritariamente los melanesios originarios de la isla donde el no ir a votar fue una actitud asumida en los referéndums anteriores. Se trata de entre 15.000 y 20.000 votos que pueden decidir la elección.

La eventual independencia caledonia no resultará traumática como lo fue la independencia argelina en 1962. De allí que el gobierno francés tome distancia del asunto y se erija en observador imparcial del proceso político-institucional del archipiélago.

Mientras tanto, los Kanaks ganan espacio. Así, el independentista Louis Mapou alcanzó, en julio de 2021, la presidencia del gobierno caledonio, y 20 días después, el independentista Roch Wamytan, resultó reelecto como titular del Congreso.

Si la Oceanía francesa representa un cierto grado de preocupación para el presidente Macron, el Africa subsahariana, en particular la región del Sahel y aún en mayor medida la República de Mali significan un dolor de cabeza que no resulta nada fácil de superar.

Y es que el golpe de Estado en Mali, que puso fin a un gobierno impopular pero legalmente constituido, ofreció la oportunidad para el retiro del contingente de más de 5.100 efectivos franceses desplegados por aquellas latitudes con el objetivo de combatir el separatismo y, sobre todo, el terrorismo islámico.

De hecho, el 10 de junio de 2021, el presidente Macron anunció la finalización progresiva de la Operación Barkhane, es decir, de la presencia militar francesa en Mali.

Finalmente, todo terminó en un mix. En un me voy, que no me voy. Porque el 9 de julio de 2021, el mandatario francés anunció que “comenzará a cerrar las bases militares en el norte de Mali durante el segundo semestre del 2021”.

En concreto, más allá de la retórica presidencial, aún sin fecha, está previsto el cierre de las bases de Tombuctú, Kidal y Gao y la reducción del personal militar de 5.100 a 2.500 soldados. En síntesis, se trata de salir de una guerra que no tiene fin y que, por el contrario, amenaza con extenderse hacia el sur, hacia los países del Golfo de Guinea.

Comparar Mali con Afganistán no parece del todo válido. No obstante, si un triunfo yihadista se produjese en Mali, sus consecuencias resultarían de mayor gravedad. Es que, en Afganistán, la victoria Talibán no representa automáticamente un fortalecimiento de las dos “internacionales” del terrorismo islámico.

Los Talibán son enemigos jurados de Estado Islámico, aunque no así de Al Qaeda, pero en todo caso, no conforman una organización que haya prestado sermón de obediencia a ninguna de las dos redes terroristas.

En el caso de Mali, las tropas francesas junto con los ejércitos nacionales de la región combaten directamente contra ambos grupos yihadistas.

No militar, aunque sí diplomático, el Líbano constituye otro de los conflictos irresueltos en los que Francia decidió involucrarse directamente.

A esta altura se trata de un Estado casi fallido, con una dirigencia preocupada por salvaguardar sus privilegios que no está, para nada, a la altura de las circunstancias. Los viajes y las declaraciones del presidente Macron y de su ministro de Relaciones Exteriores, Jean-Yves Le Drian, entusiasmaron a los libaneses con una solución proveniente del exterior.

Nada de eso ocurrió. El Líbano continúa hundido en un marasmo del que no atina a salir, sin que la intervención político-diplomática de Francia ofrezca una perspectiva de éxito.

Los resultados de la gestión del presidente Macron, tanto en materia de política interior como exterior, no abren, de momento, perspectivas de una reelección asegurada, ni siquiera de una participación en segunda vuelta. Y solo resta poco más de medio año para que los franceses concurran a las urnas.

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