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El dilema de CFK: cómo defender un gobierno que decepciona a sus fieles

En el peronismo ?y no sólo allí- el que tiene votos, pone candidatos: CFK concita dos tercios del Frente de Todos y dirige la corriente con más votos del país.

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Oscar Muiño 31 agosto de 2021

Por Oscar Muiño

Las legislativas de este año muestran hegemonía cristinista en las listas bonaerenses. Inevitable. En el peronismo ?y no sólo allí- el que tiene votos, pone candidatos. CFK concita dos tercios del Frente de Todos y dirige la corriente con más votos del país. También la que genera más rechazos.

Enfrentada a los comicios de 2021, Cristina Fernández busca mantener su propio proyecto, sostener el respaldo de sus seguidores (entre 25% y 35% del padrón), evitar otra ruptura del peronismo, tratar de ganar las elecciones para completar sin demasiados sobresaltos el bienio que falta, construir una opción victoriosa para 2023 y comenzar a delinear su propia sucesión. La sumatoria de objetivos y necesidades plantea contradicciones difíciles de armonizar.

La valorización de su gestión y el repudio a la de Mauricio Macri. La oferta anida en el recuerdo del pasado y no en la construcción de un mañana que no sabe o no puede delinear. El futuro posible se complica cuando la base social más fiel consta de ciudadanos que han perdido condición laboral de modo parcial o total. Complejo saber qué tipo de sociedad pueda ser imaginado sobre la base de sectores excluidos de la producción de bienes y servicios.

A pesar de la opinión de sus adversarios, las apariciones de la vicepresidenta parecen seguir una hoja de ruta cuidadosa. Los primeros meses de la Administración guardó silencio. Luego, poco a poco, fue exhibiendo su creciente preocupación por la parálisis del gobierno, insinuando críticas y sugiriendo cambios. Está disconforme con el rumbo y con buena parte de las políticas particulares.

No defiende lo que le disgusta. Tampoco critica al gobierno con la intensidad que desearía. La profundidad del ajuste está inundando de dudas y disconformidades a núcleos del pobrerío cristinista. Si CFK asume explícitamente la defensa de tal sector, debiera condenar la fuerte pérdida de su poder de compra. Pero ella sabe que redoblar la crítica puede desestabilizar a un presidente frágil y que tal daño inevitablemente la alcanzaría. El fracaso de esta gestión ?además de las consecuencias negativas para el país y sus habitantes- arrastraría a la totalidad del oficialismo. Y amenazaría el legado histórico que Cristina aspira a redondear.

Dada la falta de acuerdos escritos ?si los hubiere, nadie los menciona- es natural que una coalición discuta sus diferencias. De hecho, las intervenciones de CFK recuerdan las de Elisa Carrió durante la administración Macri. Y acaso aquellas fueron (hasta ahora) más sonoras. En cambio, los funcionarios cristinistas cuentan a quien quiera enterarse (y hasta a los que no desean saber) sus quejas, protestas e indignación contra ministros y secretarios. Alguno, como Sergio Berni, se ha atrevido a cuestionar ?casi ningunear- a la máxima autoridad del Estado.

Hasta Cristina, todos los oficialismos vencidos en elecciones intermedias fueron derrotados en la siguiente presidencial. Raúl Alfonsín en 1987, Carlos Menem en 1997, Fernando De la Rúa en 2001, preanunciaron el cambio de manos del poder. El kirchnerismo quebró la racha: perdió en 2009 pero CFK fue reelecta en 2011.

Volvió a perder 2013, 2015 y 2017. De los tres traspiés Cristina aprendió que sola no le alcanzaba, que no podía bendecir cualquier candidato (la derrota de Aníbal Fernández a la gobernación fue prueba concluyente). Y en lugar del ocaso que muchos presagiaban, Cristina reunificó el peronismo, cedió la candidatura y el justicialismo recuperó el gobierno en 2019. Y el espacio institucional logrado entonces se está convirtiendo en un obstáculo. Una eventualidad la depositaría en el Poder Ejecutivo, opción descartada cuando decidió ir segunda en la fórmula. No es una vicepresidenta clásica, la suplente si algo le ocurre al number one. Es una vice convencida que su derecho-deber es monitorear el control de gestión y la consistencia entre objetivos del PEN y los de la fracción que ella lidera. Su asunción sería un desafío casi imposible.

Alberto no es Cristina. Si el peronismo fuera derrotado, la sensación ?muy fuerte, aunque tal vez no definitiva- será que el ciclo del Frente de Todos habrá de concluir en 2023. Y en el peronismo, se sabe, no hay mejor líder que el que triunfa ni peor conducción que la derrotada, que reconduce a los jefes y jefecillos al lugar menos deseado: el llano.

¿Ir por afuera?

Algunos disconformes y otros enojados intentarán jugar desde afuera. No parece que vayan a cosechar demasiado. El intento de Florencio Randazzo hasta ahora no ha levado. Menos aún Guillermo Moreno. Los augurios no los favorecen. La historia tampoco. Los ciudadanos que eligen peronismo prefieren la fórmula oficial (sea cafierista, menemista, duhaldista o kirchnerista). La única excepción ocurrió en los años ochenta, marcados por la impronta alfonsinista que estimulaba la renovación incluso dentro del justicialismo).

Algunos auguran una discreta fuga de votos por izquierda. Así parecía en 2019, cuando diversas organizaciones trotskistas sellaron un acuerdo inédito. Sus expectativas se derrumbaron ante el voto útil. Si la fuga ocurriera, se favorecería Juntos. Así como la fuga por derecha de votos de Juntos terminaría mejorando la probabilidad de triunfo del Frente de Todos.

Otra acechanza asoma con la provincialización de algunas fuerzas amigas. Gerardo Zamora suma desde el Frente Cívico en Santiago del Estero, el gobernador misionero Oscar Herrera Ahuad acaba de remarcar que su Frente Renovador sostiene un “proyecto misionerista”. Dicho en otras palabras, diversos distritos van cobrando autonomía respecto de la política nacional.

En materia internacional, CFK viene exhibiendo su desconfianza hacia Estados Unidos. Más anti-yanquismo que antiimperialismo: CFK fue la única presidente de la historia que admitió una base extranjera (la que parece monitorear información para China en Neuquén).

Otro problema del kirchnerismo ?hoy, en rigor, cristinismo- es el futuro. Para la elección presidencial de 2023 CFK cumplirá setenta años. ¿Es Máximo el heredero? ¿Logrará atraer voluntades que siguen a su madre? O será turno de una construcción colectiva como La Cámpora.

El kirchnerismo bascula entre su histórico sueño de máxima ?una hegemonía sostenida por el voto- y la aceptación de la alternancia. A pesar de los rasgos de intolerancia de su mandato, el cristinismo perdió y entregó el gobierno. Ninguna semejanza con la actitud de populismos más antidemocráticos como los del venezolano Nicolás Maduro o el nicaragüense Daniel Ortega. Hoy ha variado su comportamiento hacia los medios, los opositores y los insumos distribuidos por los servicios de inteligencia. Sólo respecto de la justicia revolotean amenazas poco republicanas. Para un régimen débil, parecen más graznidos de impotencia que alaridos de victoria?

La actual entrega es la segunda de una serie de cuatro que se publicará esta semana (ver primera: https://eleconomista.com.ar/2021-08-el-peronismo-clasico-no-encuentra-un-jefe-para-desafiar-a-cristina/)

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