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Inflación: la evidente necesidad de resolver un tema estructural

Es hora de dar el primer paso para entablar una conversación hacia un plan de mejora de expectativas inflacionarias. Si Argentina no reconoce y procesa su fracaso en esa materia, será difícil que podamos salir de una crisis que, todos sabemos, excede largamente la pandemia.

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22 julio de 2021

Por Alejandro Balbo (*)

Luego de una intensa primera ola de pandemia y por entonces con una incipiente declaración de los principales laboratorios del mundo en el último trimestre de 2020 anunciando la producción de vacunas, se empezaba a vislumbrar una salida a la crisis actual. Sin embargo siete meses después del inicio de la campaña de vacunación a nivel mundial vemos situaciones disímiles entre las distintas regiones del mundo, tanto en cuestiones económicas como sanitarias.

¿Cuánto hay de crecimiento sostenido y cuánto de efecto rebote? ¿Y por qué impacta tanto la inflación en nuestro país a diferencia del resto del mundo?

A lo largo de este último año y medio hemos visto como la economía mundial entró en una fuerte espiral recesiva donde sólo la República Popular China (2,3% de crecimiento económico) salió airosa de una caída mundial del PIB que estuvo en el orden del 3,3% durante 2020.

Las economías más avanzadas del mundo (nos estamos refiriendo básicamente a la Zona Euro, Reino Unido, EE.UU., Canadá y Japón) tuvieron una contracción de sus PIB en torno a 4,7%. Para tomar una real magnitud de cómo castigó esta pandemia a las grandes potencias, economías como la de España, Italia y Francia cayeron aún más, con fuertes contracciones por encima de 8%.

En la región sudamericana el otro agravante a considerar en esta situación es que toda la región iniciaría 2023 con un “superávit pospandemia” muy moderado, en torno a 0,4% (esto surge de las sumas de la caída del 6,6% en 2020 más las proyecciones positivas del 4,4% y 2,8% de los ejercicios 2021 y 2022 respectivamente). Argentina, bajo este análisis, iniciaría el 2023 con un “déficit pospandemia” de su PIB en el orden del -1,7% (-9,9% 2020; 5,8% 2021 y 2,5% del 2022).

Dadas estas proyecciones, ¿por qué nuestro país se encuentra en una situación de tanta desventaja en esta fase de recuperación económica que se evidencia a nivel mundial? Si miramos a nuestro alrededor, toda la región Sudamericana se encuentra en una virtual crisis política con varios países en estado de convulsión social (superiores a los que nos tiene acostumbrado nuestro país).

Sin embargo, la región en general tiene mejores proyecciones de crecimiento que nuestro país, con lo cual se hace difícil explicar la situación de la débil recuperación desde esa perspectiva.

Entonces, dentro de la baja performance en materia económica de Latinoamérica durante el ejercicio pasado y considerando que la inestabilidad política es una característica en común entre todos sus miembros, sumando la falta de infraestructura (que es otro déficit atribuible a toda la región), deberíamos buscar cuál es el gran diferencial entre nuestro país y nuestros vecinos para analizar el porqué de la dificultad de ponernos en un sendero de crecimiento estable.

Nos planteamos deducir que, sin dudas, la inflación es la gran variable a controlar si queremos mantener un sendero de crecimiento sostenible sin pasar por constantes sobresaltos. Desde hace más de una década nuestro país viene mostrando índices de inflación de dos dígitos, acrecentando su curva en los últimos 5 años con una inflación promedio en el orden del 35%, siendo la segunda inflación más alta del mundo. No hace falta ser experto en economía para saber que es muy complejo planificar, proyectar, crecer y desarrollarse con estos números.

Lamentablemente todo se transforma en una carrera del día a día. El corto plazo parece transformarse en lo único que importa y el largo plazo termina siendo el periodo entre elecciones bianuales. Simplemente es imposible pensar en un proyecto de país en estos términos.

En los últimos 20 meses, desde la victoria presidencial de Alberto Fernández, el tipo de cambio “libre” o “blue” se comportó en forma similar con respecto a la variación de la Base Monetaria que aumentó 113%, mientras que el dólar libre corrigió su valor en 131%. A su vez, cuando nos referimos al valor del dólar oficial vemos que este último tiempo incrementó su valor en 61%. Mientras que tuvimos una inflación de 65%. Esto nos llevaría a conclusiones prematuras relacionadas a un tipo de cambio oficial que acompaña a la inflación de nuestro país, mientras el tipo de cambio libre tiene una respuesta más correlacionada con el comportamiento de la expansión de la Base Monetaria.

El gran interrogante o mejor dicho la respuesta que debemos buscar a esta crisis de inflación que tiene nuestro país, casi en soledad (sólo superada por Venezuela), es cómo detener la inflación. Sabemos que una opción sería a través de una medida de shock: esto es fuerte ajuste del gasto público sumado a una fuerte restricción de la emisión monetaria que ayudaría a bajar la circulación del dinero, con un respectivo vuelco a la desaceleración de precios, pero haciendo estragos en la ya muy deteriorada situación económica. Se trata de un camino a tomar casi inviable.

La segunda opción estaría en poner el foco en las denominadas “expectativas adaptativas inflacionarias”. Esta teoría fue popular en los años '80, como una explicación a algunos aspectos de la crisis económica que sufrió el mundo occidental después de la crisis petrolera de la década de los '70.

En la teoría de la inflación, la inflación generada por la demanda y la generada por los costos son usualmente shocks de corto plazo. Sin embargo, una serie de tales shocks puede llevar a la gente a creer que la inflación es una característica permanente de la economía, en especial si estos son los suficientemente grandes.

En ese caso, las personas modificarían su comportamiento económico basado en sus expectativas de una inflación más alta en el futuro. Como resultado se genera una espiral de incrementos en los precios y salarios lo que genera aún más inflación en la economía. En nuestro caso, el shock de expectativas lo da generalmente el precio del dólar por la constante necesidad argentina de protegerse de todos los males a través de la moneda norteamericana (moneda corriente en nuestras costumbres).

Deberíamos entonces avanzar por dos flancos. Primero, en base al comportamiento visto en el último tiempo, realizar un control de la emisión monetaria, procurando el equilibrio entre inyección al consumo sin disparar el precio de la divisa estadounidense. Segundo y más complejo. “calmar expectativas”. Sabemos que esto no se logra fácil en nuestro país pero debemos proponernos como sociedad, particularmente desde lo político en generar reglas claras, proyectar un camino, explicarlo, comprometerse a respetarlo y, en caso de desvíos, salir inmediatamente a justificar el porqué, volviendo a mostrar interés en retomar el camino trazado.

Eso, sin un acuerdo político con la oposición, se hace casi imposible, sin importar quien esté gobernando. Desde cualquier escuela económica se busca estabilidad cambiaria y control de inflación (sólo basta ver cómo se comporta el mundo). Es hora de dar el primer paso para entablar una conversación que lleve como primera acción explicar un plan de mejora de expectativas inflacionarias.

Si la situación social no permite medidas de fuerte shock (como la ley de convertibilidad de los '90), es imprescindible mostrar un camino de 3 o 4 años de baja paulatina (pero sin pausa) de metas inflacionarias, con una propuesta para un inicio de acuerdo del plan a ejecutar. Si Argentina no reconoce y procesa su fracaso en esa materia, será difícil que podamos salir de una crisis que, todos sabemos, excede largamente esta pandemia.

(*) Licenciado en Economía de la Universidad Católica de La Plata y Docente de la Cátedra Moneda Crédito y Bancos (UCALP)

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