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Carlos Leyba 11 junio de 2021

Por Carlos Leyba

Se realizó el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Multitudinaria presencia de países, empresas, dirigentes. Diversidad de temas y áreas de negocios.

Más de 500 representantes de EE.UU., el doble de China, 200 de Japón, 1.000 de la UE. Enorme interés en una reunión que se lleva a cabo, anualmente, desde 1997.

Alberto Fernández, es decir, Argentina, estuvo presente. Exposición breve que apuntó al estado actual del sistema económico capitalista.

Claro, otros sistemas consolidados son marginales en todas las dimensiones que se quieran analizar.

Fernández habló acerca del estado del capitalismo a personas que viven de y en ese sistema y que son testigos de sus problemas. Sufren las consecuencias de la pandemia. De esas consecuencias también habló Alberto.

Nadie que se detenga, con mínima honestidad, en las estadísticas y los trabajos de investigación de todos los centros académicos puede ignorar la creciente concentración de la riqueza y su anverso, la explosión de la desigualdad. Regresiones sociales que, comparadas con los resultados logrados en los “30 años gloriosos" en el Occidente de la posguerra, son escandalosas. Escándalo si comparamos los progresos sociales y económicos de la industrialización, ocurridos en los países en desarrollo durante esas tres décadas (y particularmente en el nuestro), con lo que vivimos en el presente.

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Fernández no habló del pasado.

Se refirió al presente que, sin duda y descontando el indiscutible progreso técnico acaecido, señala una regresión social que nadie puede ocultar.

La pobreza no está sólo en nuestro país, si bien aquí es dramática e infame. Es un problema de dimensiones universales como lo es la inequidad social que, además, afecta al desarrollo de las fuerzas productivas. No está mal que Fernández haya señalado esos problemas.

Pero la función de la política no es “sólo señalar”.

Al decir del maestro Alfredo Eric Calcagno (Erico para los amigos), “hay que hablar no sólo de la problemática sino de la solucionática”.

La política se debe ocupar de resolver los problemas estando en el poder o de proponer las soluciones estando en el llano.

No está de más recordar dónde estamos. Aunque lo que nos inquieta es saber dónde vamos. Y cómo hacemos para llegar.

Algunos comentaristas apasionados han criticado las palabras de Fernández como si fueran inexactas. Es grave el error. Si los comentaristas de radio, TV y los medios, ignoran lo que pasó y pasa estamos en problemas. La ignorancia es mala consejera.

Otra cosa es evaluar el discurso de Alberto en términos de su “oportunidad”. El hombre erró el viscachazo.

La “oportunidad” es estar frente al “puerto” a tiempo para lanzar un plan de navegación.

La oportunidad de San Petersburgo era para hablar de potencial, capacidades, inversiones, futuro.

No de lo mal que estamos, sino de cómo podemos hacer para mejorar y hacerlo atrayendo, con las zanahorias del futuro, a los miles de inversores que estaban ahí y que, en su inmensa mayoría, poco saben de lo mucho que se puede hacer aquí. Poco saben de que aquí ?en serio? está todo por hacer. ¿Nadie la pega?

La Federación Rusa, el anfitrión, es un país capitalista, como todos, a su manera. Los allí presentes se autoclasificaban, si uno les preguntaba, como capitalistas que estaban allí a la pesca de negocios, unos y otros, a la pesca de inversores.

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El discurso del buenazo y tierno de Vladimir Putin, a quien Joe Biden sin anestesia ("Juan Domingo" para Fernández) lo llamó “asesino”, fue escuchado por más de 500 yanquis a los que el gaucho Vladimir no les hacía asco. Y tampoco a Putin la presencia de los yanquis le daba “cosa”. Es que estaban para “otra cosa”. ¿Qué cosa? Escuchemos al anfitrión.

Putin contó su estrategia de desarrollo de Rusia, los planes de transformación territorial de todas sus regiones y con énfasis en las postergadas. Listó las inversiones necesarias para los próximos años. Enumeró sus programas de infraestructura. Con detalle de orfebre.

Su discurso, dirigido a miles de empresarios y dirigentes del planeta, fue un listado de opciones. Un menú.

No el que sí habría de servir en los salones refinados del foro, sino el de las opciones de inversión y el postre de la estrategia rusa que los habrá de acoger.

Vladimir habló de cosas concretas, materiales, físicas y, por cierto, de las muchas cosas que hay que desarrollar a futuro en materia de ciencia y tecnología.

Impresionó con más de 180 proyectos de inversión concretos, definidos, identificados regionalmente.

Un festival de posibilidades presentadas de manera atractiva y con el “touch” de los incentivos.

Nadie organiza una exposición económica internacional que no sea para vender el país mostrando concretamente lo que hay en la estantería.

Era una oportunidad para pasar avisos.

Fernández habló de otra cosa. No salimos del puerto. No aprovechamos la oportunidad. Le erramos al viscachazo.

No es nuestra “primera vez”. Mauricio la hizo peor. Pagamos por lo que él organizó en nuestra casa?para nada. No aprendemos de los errores ajenos ni de los propios.

En la traducción no hubo una palabra de Putin acerca del sistema político. De eso ahí no se habla. Tampoco de la pandemia. Para vender sólo se muestra el lado bueno. Comunicaba entusiasmo para participar en el “negocio Rusia”.

Decía palabras de elogio y entusiasmo a empresarios, emprendedores y conjugaba las derivas de las palabras como “competitividad” y todo el bla, bla, bla, de esas encomiendas.

Es que los participantes iban a lo mismo: no eran ni sociólogos, ni politólogos, ni economistas, ni filósofos. No. Eran hombres (adhiero a la Academia de Letras, seres humanos) de mirada obligada a buscar oportunidades de ganancia. Para eso les pagan. Del otro lado hombres obligados a capturar inversiones que, para eso o para sus consecuencias, los votan.

¿De qué otra cosa que comprar inversiones reproductivas es hoy gobernar?

La consigna fue “ni una gota de pálida” y vaya si las hay en Rusia. Ni una gota del acíbar de la cruda realidad de la pandemia. Ninguna alusión a los desastrosos efectos sociales que ha producido el desmadrado abandono del Estado de Bienestar en todo Occidente desde fines de los '70. Nada sobre la desequilibrante reconfiguración globalizante del sistema capitalista en Occidente, como consecuencia del derrumbe del socialismo real, carcomido por sus espectaculares fracasos económicos, sociales y humanitarios. Sus restos todavía pesan.

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El Nobel Jean Tinbergen, en los '60 y cuando Occidente concretaba el Estado de Bienestar, pleno empleo y progresión distributiva, modelaba una suerte de convergencia con las economías socialistas en las que se insinuaban las normas de mercado. Esas reformas fueron insuficientes y los regímenes dictatoriales las hicieron imposibles.

El socialismo real, para entonces, no podía ocultar sus crímenes y, a la vez, no podía hacer eficiente el sistema. Todos computaban las distancias en la calidad de vida a un lado y el otro del muro.

El derrumbe del socialismo parió un capitalismo salvaje y mafioso en esos países (y, por casa, ¿en privatizaciones cómo andamos?) y junto al proceso de globalización, gobernado por las multinacionales, sembró el desempleo y la desigualdad planetaria creciente.

En la economía mundial ocurren “ferias” o “foros”: los países, los empresarios, van a la búsqueda de socios, mercados, inversiones, negocios.

Esas reuniones son vínculos del capitalismo y del intercambio. Son oportunidades si sabemos dónde vamos y ahí rige el “donde fuere haz lo que vieres” común desde el Siglo IV gracias a San Ambrosio.

La participación del Presidente en ese foro, ante miles de dirigentes, era una gran oportunidad para exponer que la Argentina es un país de posibilidades y de necesidades. No se trataba por cierto de señalar el hambre de alimentar, de educar, de atender sanitariamente a millones. En un foro económico lo que habría que haber afirmado es que somos un país con hambre escandalosamente atrasada de inversiones.

Tampoco el foro era el ámbito, por ejemplo, para confesar la absoluta incapacidad, de todos los gobiernos desde 1975, para conseguir “inversiones”.

Tampoco para explicar que desde el “Rodrigazo” se apostó a la tasa de interés del mercado como orientador del proceso inversor y se interrumpió la tradición industrialista de los “30 años gloriosos” mantenida por todo los gobiernos de aquellos tiempos.

Tampoco que desde entonces (1975) “el frasco que dice peronismo en la etiqueta” contiene una pócima venenosa que (insólito) ha contagiado a todos. ¿Qué pócima? La de nunca más un plan de desarrollo con objetivos e instrumentos y normas e instituciones que alientan la inversión reproductiva. Nunca más la mirada echada, desde el interior histórico y profundo, sobre toda la geografía. De eso no debía hablar el Presidente. No lo hizo. Habló de los fracasos del capitalismo “en general”.

Pero hubiera sido estupendo escucharlo decir, a la manera de Putin, que necesitamos un sistema ferroviario de 70.000 kilómetros y no el de 45.000 que detonó Carlos Menem; que necesitamos barcos de nuestra bandera para los fletes de una hidrovía que transporta millones de toneladas; que necesitamos una estrategia de riego para que el agua del Paraná no muera en el mar y que sí aumente la productividad agraria de la región; que necesitamos instalar las industrias que hacen al aprovechamiento del sol y del viento que conviertan, lo que hoy desperdiciamos, en la energía que el mundo reclama; que necesitamos con urgencia y desesperación crear millones de puestos de trabajo productivo para no desbarrancarnos en el tobogán de la decadencia.

Fernández debería haber expresado “lo necesario” para gobernar: presentar 1.000 proyectos que atraigan inversores, nacionales y extranjeros.

Que los hagan pensar a Argentina como una mesa en la que hay mucho más que el bife criollo el que, por ahora, existe aunque está amenazado por la estrechez intelectual de los actuales funcionarios.

El mensaje de Putin fue, como diría San Francisco, Alberto, “empieza por lo necesario, luego haz lo posible y estarás logrando lo imposible”. La experiencia enseña. Esperemos.

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