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La distensión nuclear con el nuevo Gobierno de Irán

El país está ahogado por las restricciones a la exportación de petróleo y los efectos del Covid-19.

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Atilio Molteni 28 junio de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

Si bien Estados Unidos no participa directamente, sigue con prioritario interés las informaciones que recibe de los Gobiernos europeos del diálogo que desde abril sostiene Irán con los miembros restantes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania y la UE. El eje del debate se vincula con las metas de desnuclearización que debería retomar y perfeccionar Teherán con relación al Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), adoptado en 2015.

Estas deliberaciones se dirigen a desandar todas las murallas que se erigieron tras la decisión unilateral adoptada por Donald Trump al salirse del plan de 2015 y los desvíos surgidos de la exasperación que provocó en Teherán el arrepentimiento estadounidense.

Este desarrollo diplomático tiene lugar cuando en Washington hay un Presidente más dialoguista que Trump y en Irán acaba de ser electo un Presidente, Ebrahim Raisi, que tiene la desventaja de ser fundamentalista, pero goza de un nivel más elevado de confianza por parte del clero de ese país, que es la fuente doctrinaria que inspira las acciones políticas y administrativas del poder. O, para decirlo en castellano, es la que manda y baja línea.

Una alternativa es armar una solución que sea “heredada” por el nuevo mandatario iraní cuando asuma en agosto. Los analistas creen que el actual Presidente Hassan Rouhani, por su tendencia moderada, podría llegar a un acuerdo durante la transición y aliviar las sanciones económicas, sin que el próximo mandatario asuma la responsabilidad de la negociación. Se la califica como una “ventana de oportunidad”.

Para la Casa Blanca la elección del nuevo presidente iraní no significa un cambio fundamental, debido a que el resultado final está subordinado a la decisión del líder religioso.

Raisi sostuvo, en su primera conferencia de prensa, que apoyará cualquier negociación que responda a los intereses nacionales y no condicione la situación económica del pueblo. Pero aclaró que no habrá de negociar el enfoque geoestratégico de su país en la región, el actual programa misilístico y cualquier otro insumo que no haya sido parte del acuerdo original de 2015.

A su vez la política del actual jefe de la Casa Blanca se inspira en algunos enfoques del expresidente Barack Obama, los que residían en impedir el desarrollo de un arma nuclear iraní, o que al menos neutralice la posibilidad de que tal cosa suceda rápida o clandestinamente, para evitar desequilibrios de gran magnitud en Medio Oriente.

Nadie espera que el resultado final sea perfecto cuando en Teherán está por asumir un Gobierno fundamentalista, para el cual el conflicto con Estados Unidos, Israel y los países sunitas de la región permite que los ayatolas controlen el pensar de la población y la estabilidad del régimen. Sobre todo, cuando Washington se dedica “full time” a especular sobre la evolución de sus relaciones con China y en cómo reforzar su presencia militar en Asia.

Estos son los hechos. El pasado 18 de junio fue electo Raisi con 17,8 millones de votos, o sea el 62% del total. Tal resultado permitió descartar la segunda vuelta y confirmó que asumirá su cargo el 3 de agosto. Ninguna sorpresa, ya que el régimen previó ese escenario.

Los postulantes sólo pueden competir con el beneplácito previo del Consejo de Guardianes, un órgano integrado por doce clérigos y juristas elegidos por el líder supremo, cuya condición sirve para descalificar a los aspirantes no deseados. En este caso fueron rechazados 585 (40 de ellos mujeres), muchos por su orientación reformista y moderada, otros para no dividir el voto de la línea fundamentalista.

El Consejo aprobó sólo siete candidatos y tres decidieron no presentarse. Ninguno tuvo suficiente apoyo para competir con Raisi.

La participación en las elecciones sólo alcanzó el 48% de los 59 millones de los ciudadanos con posibilidad de votar, el más bajo nivel desde la creación del Estado iraní. Además, un síntoma del escaso interés popular en la elección.

En Irán las votaciones no tienen lugar entre dos o más partidos políticos que representan tendencias diversas. Sólo se trata de legitimar un régimen que descansa en estratos que respaldan a los ayatolas, los aparatos de seguridad, los servicios de inteligencia y militares, así como los tecnócratas leales de la teocracia.

En tal escenario la votación presidencial cumple con el rito de consolidar estructuras que se desarrollaron a partir de 1979, cuando asumió el poder el carismático Imán Ruhollah Khomenei.

El futuro Presidente Raisi (60 años) estudió en el seminario de Qom y tiene una sólida educación religiosa. Tanto que los defensores de los derechos humanos evocan el papel que desempeñó como fiscal adjunto de Teherán en la llamada “comisión de la muerte”, la que en 1988 decidiera la ejecución de miles de disidentes sin debido proceso y otros sucesos similares, como los que originaron las masivas protestas de 2009 y 2019. Esos antecedentes explican su inclusión en la lista de personas sancionadas por Estados Unidos y la Unión Europea (UE).

Los analistas identifican a Raisi con las ideas de la Revolución Islámica, porque desde joven las aplicó sin pudor en la estructura legal del país, donde fue procurador general, cabeza del poder judicial y responsable de puestos clave en la estructura institucional iraní. Esos antecedentes no incluyen experiencia alguna en materia de política exterior.

Aunque en 2017 Raisi compitió con el actual presidente Rouhani, sus respaldos resultaron insuficientes.

También hay quien especula que su elección supone un atajo para suceder al líder supremo, Ali Khamenei, quien ya tiene 82 años y una precaria salud. Raisi comparte el pensamiento ultraconservador del ayatolá, pero debería competir, entre otros, con Mojtaba, hijo del clérigo, quien ocupa una posición muy influyente en la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI).

La presidencia de Irán es un cargo que sólo se puede ejercer durante cuatro años, con derecho a una sola reelección. El puesto lo obliga a garantizar la fiel aplicación de la Constitución, gobernar la Administración del Estado y asegurar el cumplimiento de los ideales de la Revolución Islámica, lo que supone legitimar las decisiones teocráticas.

Ciertos observadores entienden que el sistema iraní es un autoritarismo fragmentado, una organización híbrida que se basa en el liderazgo compartido entre el Líder Supremo, que es un clérigo (y desde hace 32 años es una función que cumple Alí Khamenei, sucesor del Ayatolá Khomenei), a quien los chiitas califican como “la única fuente de imitación” o autoridad máxima para interpretar el Derecho Islámico y el Presidente, elegido por el voto popular. Sin embargo, sólo el ayatolá ostenta el poder real, con el apoyo de la GRI, vínculo que no excluyó tensiones con los distintos mandatarios que procuraron formular cambios políticos o sociales.

Los disidentes iraníes denominan a esta realidad como una monarquía clerical, debido a que consideran que la república islámica no es islámica ni es una república.

La GRI nació con la Revolución iraní de 1979 para defender el proceso de las amenazas internas e internacionales, asignándole un papel fundamental en las acciones de política exterior regional, como lo demuestran sus vínculos con el Hezbolá del Líbano o sus presencias militares en Siria, Irak y Yemen. Su actividad depende del líder supremo y tiene la facultad de controlar varios sectores de la economía. En esencia es una estructura paralela de las Fuerzas Armadas.

Los presidentes iraníes tienden a promover una de las dos tendencias admisibles. La primera, consiste en desafiar a Occidente y promover regionalmente la Revolución Islámica sin reparar en los medios empleados. Su perfil se basa en la premisa que Estados Unidos procura el cambio del régimen iraní mediante sanciones, o bien a través de la cooperación con Israel y los enemigos sunitas de Teherán, a partir de una estrategia que incluye una gran fuerza militar en el Golfo.

La segunda de las tendencias reside en insertar a Irán en el mundo y promover el desarrollo económico nacional, sin reformar las características del sistema de Gobierno. Sin duda, Raisi es parte de la primera línea de pensamiento y, quien por cinco semanas más preside el país, el moderado Rouhani, está asociado a la segunda de ellas.

La agenda nacional de Irán gira en torno de las sanciones, las distintas facetas del crecimiento nuclear y la superación de la crisis económica. El país está ahogado por las restricciones a la exportación de petróleo y los efectos del Covid-19. El bando moderado dedicó sus mejores esfuerzos a negociar con Estados Unidos el PAIC, y ahora afirma que la crisis del país es consecuencia de las sanciones, mientras que los fundamentalistas sostienen que es consecuencia de su mala gestión de gobierno.

Tanto la elección de Raisi como la del año pasado para el Majlis (Congreso), facilitaron la llegada de los fundamentalistas al control de todas las ramas del Gobierno, sin que ello parezca surgir de un genuino apoyo popular. El lema de su campaña fue “una Nación, un equipo, una meta”, indicando su unidad de criterio con el líder máximo.

En 2018, el presidente Trump se retiró unilateralmente del PAIC, postura que significó un sapo para la Casa Blanca. Los demás Estados participantes no se asociaron a esta ruptura. Los Gobiernos europeos criticaron la decisión de la Casa Blanca, y continuaron aplicando las ideas consensuadas, mientras Rusia y China expresaban sin tapujos su solidaridad con Irán.

Washington profundizó las sanciones y orquestó una campaña de “máxima presión”, que incluyó el asesinato de Qassam Soleimani, comandante de la rama externa de GRI, a la que calificó como una organización terrorista internacional, con lo que no logró nada útil. Más bien fortaleció la línea ultraconservadora iraní que optó por esperar el fin de su mandato.

Por su parte, Teherán dejó de lado algunas de las normas que limitaban la capacidad y actividad de su programa y redujo su colaboración con el OIEA, desarrollo por el que podría disponer, en pocos meses, de un artefacto nuclear.

También avanzó en el diseño de nuevas centrífugas para un mayor enriquecimiento de uranio, lo que otorga fuerte suspenso y especial urgencia a la búsqueda de una solución diplomática.

La decisión del presidente Biden fue intentar la vuelta al PAIC si Irán cumple previamente con el acuerdo de 2015, con la contrapartida del levantamiento de parte de las sanciones de Washington, para luego negociar un entendimiento de mayor alcance.

Por ese motivo, Viena recuperó la función de escenario neutral de las conversaciones que sostiene Irán con los representantes del Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania y la UE, quienes son los referentes de la “hoja de ruta” concebida para resucitar seriamente el PAIC. Sería glorioso que esta vez triunfe la racionalidad.

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