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El Mercosur, sin rumbo

“No vamos a salir del Mercosur, pero no estaremos en un bloque ideológico”, dijo Guedes. Una respuesta tentativa al mensaje de Fernández. Daría la impresión que Brasil (que ahora asume las riendas) y Uruguay ya reservaron pasajes, aun sin tener en claro adónde ir.

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Héctor Rubini 28 junio de 2021

Por Héctor Rubini (*)

Las divergencias entre Argentina y Uruguay se exacerbaron con los últimos cambios de gobierno. Y en materia económica y política, el rechazo del Gobierno brasileño a las actuales autoridades de Argentina es cada vez más explícito. Las declaraciones del ministro de Economía, Paulo Guedes, del viernes han sido un nuevo bidón de nafta al fuego: “O modernizamos el Mercosur o tendremos un problema. Los ministros de Uruguay y Paraguay están con nosotros”. Es claro que Brasil quiere más flexibilidad para acuerdos con otros países y bloques y asegurarse el acceso a más divisas.

Si esto es el objetivo de Uruguay, no es del todo claro. Como lo ha advertido el pasado miércoles el expresidente Julio M. Sanguinetti, falta una visión y definición estratégica del lado uruguayo: “Pensar qué estamos precisando, qué queremos. ¿Vender tapabocas a Singapur?”.

El impulso integracionista en el Mercosur emergió en los '80 con una fuerte convicción inicial de eliminar toda hipótesis de conflicto armado entre Argentina y Brasil. En los '90 las reformas estructurales de Argentina y la necesidad de sostener la actividad y empleos en Brasil coadyuvaron para que sus gobiernos, con políticas económicas bastante diferentes convergieran a la base institucional sentada en el Protocolo de Ouro Preto de diciembre de 1994.

Las diferencias de política y falta de coordinación entre ambos países fueron una constante desde el inicio del proceso integrador y no parecen tener fin. Argentina con tipo de cambio fijo, Brasil con bandas cambiarias. Luego Brasil devaluando la moneda y pasando a flotación administrada a partir de la crisis de 1999, Argentina con tipo de cambio fijo, y culminando en 2001 con la triple crisis fiscal, bancaria y cambiaria.

Luego, el Gobierno argentino opta por defaultear la deuda pública y cerrándose al resto del mundo, Brasil aun con el “temido Lula” apostando acertadamente al mercado interno y a la integración a todo el mundo no sólo en Mercosur. Argentina enfrenta la realidad de empresas que cerraron sus puertas en nuestro país y comenzaron a exportar a Brasil, y luego de la debacle de 2001 y las políticas aplicadas a partir de 2002 y 2003 se mudaron a Brasil y trataban de exportar a nuestro país.

Fue el inicio de las restricciones “voluntarias” de Brasil a las exportaciones de electrodomésticos (“línea blanca”) a nuestro país y de un ejercicio de “paciencia estratégica” de Itamaraty con Argentina hasta fin de 2015 a la espera de “algo nuevo”.

El giro antimercado de Argentina a partir de los controles cambiarios y al comercio exterior desde fines de 2011 y sobre todo la afinidad local con los bolivarianos venezolanos nunca fueron bien vistos desde Brasil. Y bajo el gobierno del PT, Brasil lograr la desactivación de los proyectos del chavismo venezolano para “desbancarlo” como líder regional (caso del ALBA, el gasoducto transamazónico, y el del Banco del Sur).

Los años recientes mostraron cambios institucionales sustanciales en ambos países. El electorado argentino eligió una administración en las antípodas del autoritarismo chavista, y en Brasil el caso Odebretch inició una etapa de inestabilidad institucional y económica que parecía llegar a su fin con el triunfo electoral de Jair Bolsonaro. La crisis cambiaria de Argentina y la prolongada crisis institucional en Brasil llevaron al Mercosur a una impasse que devino en la marcada grieta entre la política exterior pro-occidental de Brasil, Uruguay y Paraguay, y el retorno en Argentina a una gestión con marcada preferencia por el eje China-Rusia-Cuba-Venezuela.

El agravamiento de las divergencias, que no vienen desde hoy, se traducen en números económicos que resumen dos realidades bien diferentes. Entre 1999 y 2011 el PBI real de Brasil creció a razón de 3,5% anual, el de Argentina a menor velocidad, 3%. Entre 2012 y 2019 Brasil creció a un ritmo de 0,4% promedio anual, pero Argentina destruyó su PIB a razón de una velocidad promedio de 0,3% anual. En 202,0 el PIB brasileño cayó 4,1% y el de Argentina 9,9%.

En términos reales, el PIB de Argentina en 2019 superaba en 38,4% el de 1998. El de Brasil, en 61,1%. Una diferencia de desempeño que refleja otras diferencias. Entre 2000 y 2020 la tasa de inversión (inversión interna bruta interna fija como porcentaje del PIB) de Argentina fue de 16,9%, mientras que la de Brasil fue de 18,3%. La relación comercio exterior (exportaciones más importaciones) de mercancías respecto del PIB, en ese período fue de un promedio anual de 26,8% para Argentina y 29,1% para Brasil. Si se considera la apertura al exterior por separado, la relación importaciones/PIB (promedio anual) en ese período fue de 11,7% para Argentina y 8,7% para Brasil, mientras que el cociente exportaciones/PIB entre 2000 y 2020 fue de 14,3% en Argentina y de 25,7% en Brasil.

Dos décadas mayoritariamente gobernadas bajo administraciones progresistas, pero con políticas económicas diferentes y de resultados diferentes. Ahora con administraciones ideológicamente en las antípodas, es ilusorio creer que se puedan lograr consensos en algo.

El desacuerdo básico actual es sobre flexibilizar el Arancel Externo Común (AEC) o no. Brasil primero quería reducirlo 20% en todas las posiciones en dos etapas (de 10% cada una). Argentina una baja a cero para las posiciones con 2%, un tramo de descenso de 10% para los que tienen arancel hasta 14% y las posiciones a 16% o más, mantenerlas invariables. Brasil respondió con una baja de 10% a todo por un tiempo, salvo para países que entiendan que no pueden hacerlo.

Pero el criterio básico sigue siendo el mismo. Como el AEC tiene un “techo” 35% y el promedio real aplicado está en torno del 12%, el Gobierno de Bolsonaro insiste con bajar ese promedio al 10%. Mientras tanto, ofrece una forma de “paciencia estratégica” con Argentina, pero dejando explícita una fractura que iniciaría de facto la etapa hacia el “cortarse solo” de Brasil, Uruguay y Paraguay, y de esa forma el fin del Mercosur tal como se lo conoce hasta ahora.

Argentina, en cambio propone una baja de 10,5 puntos para 3.000 posiciones, sin afectar sustancialmente al sector industrial y otra similar para enero próximo. Una posición que cuenta además con cierto visto bueno de los industriales brasileños.

Bajo estas condiciones, el Mercosur tiene los días contados. Nada impide, en la práctica, que tres países juntos adopten una política comercial común, vía otro arreglo institucional, dejando en soledad al cuarto invocando verbalmente un acuerdo “vigente” sólo para la retórica y el pataleo. Pero, ¿estarán los demás mejor que antes?

El Gobierno argentino no ha reaccionado con expresiones agresivas, pero ya el pasado 5 de junio llamativamente dos exadversarios como Fernando Henrique Cardoso y Lula emitieron un comunicado por el cual se manifestaron a favor de la postura argentina. El Gobierno argentino plantea una reducción gradual apostando a proteger sectores industriales. Brasil, y también Uruguay, pretenden que o se acelera el paso a esa rebaja para así negociar con otros bloques y países, o iniciar de facto las negociaciones de cada país por su cuenta.

Guedes, en cierta forma, pareciera haber transmitido una decisión ya tomada, en vísperas del inicio de la presidencia pro-témpore del bloque a cargo justamente de Brasil: “No vamos a salir del Mercosur, pero no estaremos en un bloque ideológico”. Un anticipo quizás de una respuesta positiva al mensaje del presidente Alberto Fernández de abril pasado en el sentido de que quienes no se sientan cómodos en el bloque que “se tomen otro barco”. Daría la impresión que los gobiernos de Brasil y Uruguay, al menos, ya reservaron pasajes, aun sin tener en claro para adónde ir.

(*) Economista Universidad del Salvador (USAL)

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