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Washington intenta respaldar la frágil soberanía de Ucrania

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Atilio Molteni 26 mayo de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

Quienes siguen el tablero internacional ignoran como se habrá de materializar el apoyo político de Washington a la frágil independencia de Ucrania, si en verdad el régimen de Vladimir Putin materializa un ataque frontal a la independencia y soberanía del Gobierno de Kiev. Al menos ese fue el rótulo que se le dio a la reciente visita del Secretario de Estado, Anthony Blinken, quien llegó a ese territorio con el telón de fondo que supone el despliegue de 100.000 efectivos del Kremlin a metros de los límites fronterizos de esa castigada nación.

En estas horas, el Gobierno ucraniano está superado por la magnitud de sus problemas externos e internos.

En ningún caso es anecdótico recibir una intimidación táctica o un simulacro de ofensiva militar de semejante calibre. Tampoco es fácil conducir un país que convive con un sistema de corrupción capaz de manipular las riendas del poder, como sucede con el grupúsculo de magnates que impiden el racional crecimiento de la economía.

La independencia de Ucrania fue el mayor subproducto de la disolución de la exUnión Soviética (URSS) en diciembre de 1991. Desde entonces la situación de ese fértil país quedó ligada a los esfuerzos destinados por establecer un profundo cambio del orden heredado tras la prolongada Guerra Fría de los principales rivales del mundo.

Tanto Estados Unidos como los regímenes del capitalismo tradicional del Viejo Continente hicieron sapo al buscar la inclusión de Ucrania en la OTAN y en la Unión Europea (UE).

Kiev es la capital más sensible de la barrera geopolítica que concibe Moscú, cuyas autoridades se oponen a que Ucrania salga de lo que era la esfera de influencia posoviética, una visión que se refleja en sus acciones políticas, económicas y militares. En otras palabras, el conflicto geopolítico existe y se agravó desde el tercer término presidencial de Putin iniciado en 2012, cuando el Kremlin lanzó una acción revisionista del pasado, cuyo núcleo doctrinario fue considerar la desintegración soviética como la mayor catástrofe geopolítica del Siglo XX.

Según los analistas, el objetivo de Putin es lograr que se reconozca Rusia 0como gran potencia dentro del escenario global, motivo por el que puede estar, en función de cada una de las cambiantes circunstancias, a favor o en contra de los intereses occidentales.

La búsqueda del cambio democrático que iniciaron en diciembre de 2004 grandes sectores del pueblo ucraniano, un proceso conocido como la “Revolución Naranja”, se reflejó en las grandes manifestaciones públicas destinadas a rechazar la fraudulenta elección que encumbró a Víctor Yanukovich. Ese personaje ganó la votación con la evidente simpatía del Kremlin y de la corrupta elite surgida de los que se beneficiaron durante la caótica transición del período comunista al embrionario sistema capitalista del país, etapa en la que se posesionaron del control de importantes sectores productivos.

Las antedichas protestas generaron el escenario que hizo posible una nueva elección y un cambio en el sistema de gobierno, mediante el que Ucrania se transformó en una república presidencialista donde ganó influencia el poder legislativo.

Pero los cambios no le impidieron a Yanukovich, que nunca se alejó totalmente de las riendas del poder, subirse a una nueva elección en febrero de 2010 y ganar la silla presidencial de la persisten y frágil democracia ucraniana. Una vez en la cúspide, optó por conducir el país y el Estado con visibles reflejos autoritarios, hecho que facilitó el visible resurgimiento de la cultura de la corrupción.

Sin embargo, esa jugada no terminó de buena manera. En febrero de 2014, cuando decidió aceptar la presión de Moscú y dejar de lado la puesta en marcha del Acuerdo de Asociación que su país suscribiera con la Unión Europea, una nueva y gigantesca ola de protestas (encabezada por un movimiento conocido como Maidam) lo forzó a dejar el gobierno y a buscar asilo en Rusia. La gente no estaba dispuesta a volver al regazo de Moscú, sino generar sólidos vínculos con Occidente.

De este modo el títere pro ruso fue reemplazado con otra elección, de la que salió victorioso Petro Poroshenko, quien alentó la integración con el Viejo Continente y el apego a un profundo nacionalismo sustentada por el lema “Ejército, Lengua y Fe”.

Un mes después Moscú, que nunca aceptó el concepto de integridad territorial de Ucrania, ni la sensación de que pudiera ver menguada su influencia en ese país por la existencia de un Gobierno menos favorable e independiente en Kiev, orquestó una impiadosa operación militar con la que tomó posesión de la península de Crimea. Al concluir la invasión, Putin calificó tales hechos como la mera recuperación de una provincia perdida de su país.

Tal invasión aumentó en forma notable su popularidad en Rusia, la que llegó a cerca del 80%.

La ocupación de Crimea originó diversas sanciones a la conducta del Kremlin por parte de la UE y Estados Unidos, las que fueron complementadas con intentos europeos de alcanzar una solución negociada mediante lo que se conociera como los Acuerdos de Minsk (2014 y 2015), un ejercicio que se llevó adelante por el denominado “Formato de Normandía”. No obstante ese jugada tales esfuerzos, en los que participaron los líderes de Ucrania, Rusia, Alemania y Francia, no desembocaron en nada concreto.

El calibre de la movida también descansó en la importancia estratégica que las partes asignan al futuro de Ucrania (cuyo territorio individual es el más grande de Europa y posee las reservas de agua que necesita Crimea), lo que incide en los proverbiales e históricos lazos con Rusia y el hecho de que se canalicen a través de Ucrania la mayor parte de sus exportaciones de petróleo y gas a Europa.

La ocupación de Crimea trajo consigo los enfrentamientos en el este y en el sur de Ucrania, donde los separatistas buscaron crear la “Nueva Rusia” en la región de Donbás.

Pero en estos días, y tras seis años de lucha, las tropas favorables a Moscú controlan las ciudades industriales de Donetsk y Luhansk, una tarea que se apoya en acciones de “guerra híbrida” o ambigua, con un saldo de 14.000 víctimas y miles de refugiados. El objetivo de esta obsesión rusa es condicionar al gobierno de Ucrania para que acepte un cambio constitucional con el propósito de que las provincias puedan decidir su propia política exterior, como un medio capaz de terminar con las aspiraciones pro-europeas de su población.

A pesar del entusiasmo, la apuesta salió mal. El pueblo ucraniano se unió ante la agresión externa, el Ejército local mejoró su capacidad operativa con mayor cooperación occidental y surgió un Area Comprensiva de Libre Comercio con la UE. En ese paquete se agregó una significativa ayuda militar de los Estados Unidos.

Lo anterior no impidió que un joven y muy popular actor de televisión, Volodymyr Zelensky, alcanzara, en abril de 2019, la presidencia de Ucrania. Tan colosal sorpresa demostró la debilidad de la clase política ante el electorado. Su triunfo estuvo ligado a su rol protagónico en la serie llamada “Servidor del Pueblo”, en la que personificó a un maestro de escuela que es elegido presidente utilizando un decidido discurso contra la corrupción. De ese modo la ficción se convirtió en realidad (el Partido de Zelensky lleva el nombre de su programa televisivo).

Las ideas orientadas a concluir la guerra en el este de Ucrania, los problemas económicos y la visible corrupción del sistema político permitieron a Zelensky construir un mensaje de cambio que generó esperanzas en la población.

El problema es que, tras dos años de gestión, Moscú rechazó todas las propuestas ucranianas de modificar los acuerdos de Minsk II, los que incluyen reclamos de los rebeldes pro-rusos del país, las aún débiles medidas contra la corrupción y no haya progresos en el objetivo de mantener el cuestionamiento internacional vinculado con el futuro de Crimea.

// Biden y Putin se reunirán en Ginebra

A pesar de este berenjenal, Joe Biden alberga la intención de reunirse con Putin. El mandatario estadounidense aprovecharía su viaje de junio a Europa para concretar un diálogo abierto con su colega ruso, en el que el problema de Ucrania podría figurar con gran prioridad, debido a que es una prioridad compartida por ambos países. El aludido temario tendrá que incluir las sanciones que se aplican entre sí por diversos temas, como la detención del líder de la oposición Alexei Navalny por parte de Rusia, los ataques cibernéticos y las operaciones destinadas a influir las elecciones. El objetivo de Washington no sería un “reset” de las relaciones ni una jugada que suponga aumentar las tensiones bilaterales.

Como paso previo a esa reunión, el 19 de mayo se reunieron en Reykjavic (Islandia), Blinken y su equivalente ruso Sergei Lavrov, en lo que fue un primer diálogo directo entre cancilleres. En esa ocasión, el primero de de ellos declaró que el objetivo estadounidense reside en lograr vínculos estables y predecibles con Rusia en todos aquellos casos en que se registren intereses coincidentes.

A esta altura, los expertos suponen que la Administración Biden seguirá una estrategia dual de contención y cooperación, según el cariz de cada uno de los temas que sean parte del intercambio. Ellos imaginan que los mandatarios podrían dar lugar a acciones positivas sobre el control de armamentos, el cambio climático, Corea del Norte e Irán y el retiro estadounidense de Afganistán.

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