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Venezuela: slogans oficialistas para intentar transformar la crudeza de la realidad

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Luis Domenianni 03 mayo de 2021

Por Luis Domenianni

En política, y también en publicidad, los slogans sirven para todo. Para captar voluntades. Para justificar injustificables. Para echar culpas a los ajenos por los males propios. Hasta para autoconvencerse. Por lo general, slogans y verdad poco tienen que ver. Precisamente, el uso ?y abuso- de los primeros se emplea para tergiversar, maquillar, disimular y hasta transformar la verdad.

Claro que cualquier alteración de este tipo no modifica la realidad. Y la realidad no la canta un presidente omnipresente con hábitos de vedette televisiva. Ni unas movilizaciones de acólitos, ingenuos o conchabados. A la realidad, la proclaman números, estadísticas y comprobaciones empíricas.

Hoy por hoy, Venezuela ?la República Bolivariana de Venezuela, para no omitir slogans- es prueba cabal de lo antedicho. Cierto que no es la única: Cuba, Nicaragua, Irán o Corea del Norte, con características propias, no le van en zaga. Pero Venezuela ha logrado pasar de un país relativamente próspero a un país arruinado, como ninguno otro.

Desde 1999 ?año de la elección y asunción del teniente coronel (RE) Hugo Chávez como presidente- hasta la fecha, Venezuela experimentó 12 períodos de caída del PIB. En los últimos años, el PIB cayó anualmente 3,9% (en 2014); 6,2% (2015); 17% (2016); 15,7% (2017); 19,6% (2018); 35% (2019) y 30% en 2020, este último año con la pandemia del coronavirus.

Desde 1960 hasta 2010, la economía venezolana disputó el cuarto lugar entre las economías denominadas latinoamericanas con la de su vecina Colombia. En la última década, el derrumbe fue total. De aquel cuarto, a veces quinto, lugar, pasó al decimotercero.

Ya no solo Colombia la antecede. Por delante se ubican Chile, Perú, Ecuador, República Dominicana, Guatemala, Panamá, Costa Rica y hasta el pequeño y poco poblado Uruguay produce más que Venezuela.

La medición per cápita es aún más terminante. En el 2000, Venezuela exhibía un ingreso promedio de US$ 6.262 por habitante (medido a valores nominales). Dos décadas después, y sin convertir a valores constantes del dólar, es decir sin contabilizar la inflación de Estados Unidos, dicho ingreso promedio quedó reducido a US$ 2.457.

A la fecha, cualquier país de la denominada América Latina ?con la región del Caribe incluida- exhibe un indicador per cápita mayor con la sola excepción de los dos países tradicionalmente más pobres de la región: Nicaragua y Haití.

Otro de los indicadores ?no slogan- que exhibe la realidad venezolana es el Indice de Precios al Consumidor (IPC). A marzo del 2021, el aumento del IPC anualizado, fue del 3.867%. El acumulado desde enero 2020 ?un trimestre- es del 155,3%. Y el de abril, propiamente dicho, es calculado en el orden del 16%. En síntesis: hiperinflación.

Para el pasado 2020, la inflación fue del 3.713%, un guarismo cuyo significado es imposible de internalizar pero que aun así resulta sustancialmente inferior al registrado en el 2018, cuando el IPC anualizado alcanzó el record de 1 millón 695.488,2 por ciento

En otras palabras, aquello que costaba 1 bolívar ?moneda nacional de Venezuela- en enero del 2018, mostraba un precio de casi 1,7 millones de bolívares solo un año después.

La relación con el dólar es otro indicador al que ningún slogan puede voltear. Desde 1928 hasta 1983, la divisa norteamericana osciló en un precio entre 3,30 y 4,30 bolívares. Comenzó entonces una etapa devaluatoria que llevó al dólar a un valor de 42,31 bolívares al finalizar la década de 1980.

Desde entonces hasta la llegada del chavismo, diez años después, a 565 bolívares por dólar. A marzo del 2021, la cotización del dólar norteamericano en el Banco Central de Venezuela (BCV) es de 1,9 millones de bolívares por dólar.

En el mercado informal que es donde los particulares pueden adquirir la divisa norteamericana, el dólar cotiza a 2,6 millones de bolívares por dólar. El record mensual corresponde a setiembre del 2018 con un incremento en los precios al consumidor de 233,3%. Datos, no slogans.

Más números

El 26 de mayo de 2020, el mundo tomó conocimiento del envío de seis buques petroleros ?cargados con petróleo, no vacíos- por parte de Irán con destino a Venezuela. En otras palabras, el país con las mayores reservas conocidas del hidrocarburo en el mundo debe recurrir al país que se ubica en cuarto lugar en cuanto a reservas petroleras, para ser provisto.

En 1998, justo cuando el chavismo gana las elecciones presidenciales, el país caribeño producía 3.137 millones de barriles de petróleo. Veinte años después, en 2008, la producción quedó reducida a 1.170 millones de barriles. La increíble caída fue del 62,2%.

Una caída que no se detiene y que obligó ?más allá de la “donación” iraní, pagada con reservas en oro- a comprar petróleo en el mercado internacional, en este caso, Nigeria. No es la primera vez, pero en las anteriores se trataba de la adquisición de petróleos livianos para mezclarlos con el crudo pesado venezolano. Esta vez, en cambio, es para atender las necesidades internas.

En caída sin fin, en 2020, la extracción de petróleo solo alcanzó los 520 millones de barriles. Hoy, gran parte de los pozos quedaron abandonados por el deterioro de las instalaciones. No existe inversión alguna en nuevas explotaciones. Las refinerías están paralizadas con pérdidas por goteo que contaminan agua y atmósfera. Venezuela exporta ahora a Estados Unidos menos petróleo que su vecina Colombia.

En julio del 2020, la compañía petrolera estatal Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (Pdvsa), anunció la parálisis de sus plataformas petroleras “por exceso de stock y falta de ventas”. Dos meses después, comenzaron las protestas de los usuarios que hacían largas colas para abastecer sus vehículos de combustible ¿Y el exceso de stock? A la fecha, la producción venezolana es inferior a la de? 1934.

Otro tanto ocurre con la producción de electricidad. Pese a contar en 2018 con una capacidad instalada un 50 por ciento superior a la del 2004, la caída de la generación es tal ?por la carencia de petróleo- que la producción del 2018 es igual a la del 2004.

En otro de los fracasos del actual gobierno venezolano, la balanza comercial dejó de ser favorable para convertirse en deficitaria en el pasado 2020. Las exportaciones solo cubrieron el 76,64% de las importaciones.

Cierto es que los efectos mundiales de la pandemia disminuyeron la producción en la casi totalidad de los países y que, por ende, las necesidades de energía decayeron. Pero el dato revela que tras más de 20 años de chavismo, el país continúa dependiendo del petróleo. Ni diversificó la producción, ni invirtió para ello. Solo malgastó el ingreso petrolero.

Al hacer referencia al malgasto del ingreso petrolero conviene echar una mirada sobre el resultado fiscal desde el advenimiento del chavismo y su socialismo del Siglo XXI. En 1998, antes de la asunción del presidente Chávez, el déficit fiscal era del 4,5% medido en términos del PIB. En 2017, trepó al 22,99%.

En materia de competitividad, el país pasó de ocupar el puesto 85 a nivel mundial en 2007 al 133 en 2019. Y respecto de las facilidades para emprender negocios, Venezuela se ubica 188 en un ranking de 190 países.

Sociales

No son pocas las veces que, para ocultar su fracaso económico, el populismo apela ?además de a los “enemigos externos” y a la oposición interna como fuente de toda desgracia- a una “distribución” de la riqueza-pobreza, por lo general en aras de conformar un clientelismo entre los sectores más vulnerables de la sociedad.

El gobierno del presidente Nicolás Maduro (58 años) no pretende ser la excepción. Solo que fracasa estruendosamente dado que a diferencia de otros populismos no solo no crea riqueza sino que reduce sensiblemente la actividad económica y, por ende, asiste ?entre impotente e indiferente- a un empobrecimiento generalizado de los sectores más dinámicos de la sociedad.

Pero, más que palabras, datos. En 2019, por ejemplo, la emigración de venezolanos al mundo fue de 2.519.780 personas. A la fecha, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contabiliza 5.642.960 venezolanos que viven en el exterior. Algo menos del 20% de la población del país. De país receptor en las décadas de 1970 y 1980 a país netamente expulsor actualmente.

Más de un millón 700.000 de venezolanos viven, a la fecha, en Colombia. Poco más de 1 millón en Perú. Le siguen Estados Unidos con 465.000; Chile con 457.000; Ecuador con 431.000; España con 395.000; Brasil con 261.000; Argentina con 179.000; Panamá con 121.000; Dominicana con 114.000 y México con 101.000. El presidente Maduro solo reconoce 600.000 emigrados y asegura que la mitad ya regresó.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el desempleo en Venezuela llegó al 47,9% en el 2020, pese a la artificial prohibición de despidos que los gobiernos de Hugo Chávez, primero, y de Nicolás Maduro, ahora, mantienen en vigencia. Fácil resulta entonces entender la causal de la emigración masiva de venezolanos al mundo.

Pero el desempleo no explica todo. El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), organización no gubernamental que suple la falta de estadísticas oficiales, señala que casi 12.000 muertes registradas correspondieron, en 2020, a acciones criminales. Es decir una tasa de 45,6 homicidios por cada 100.000 habitantes.

Para comprender el punto conviene señalar que la tasa de asesinatos en el mundo fue de 6,1 por cada 100.000. O sea que la tasa venezolana equivale a 7,5 veces la tasa mundial. Si se la desglosa por continente, siempre cada 100 mil habitantes, 2,3 fueron las muertes violentas en Asia; 2,8 en Oceanía; 3 en Europa; 13 en Africa y 17,2 en la totalidad de América. O sea, Venezuela triplicó al continente.

Y es que en la patria chica del libertador Simón Bolívar, la violencia aparece como una espiral sin fin. La medición sobre “paz global” publicada por el Institute for Economics and Peace ubica a Venezuela en el lugar 149 sobre 163 países medidos. Es el más alto para un país que no padece un estado de guerra. La serie histórica muestra un crecimiento de la violencia ininterrumpido desde el 2008.

La política

Pese a todo el régimen del presidente Maduro parece estar firme. Pandemia mediante, aquellas masivas movilizaciones opositoras son, de momento, cosa del pasado.

Varios son los motivos que, pese a los resultados objetivos, mantienen al exsindicalista Maduro en el poder. Por un lado, la resignación, el agotamiento y la emigración de la parte más dinámica de la sociedad, en particular la juventud. Por otro, la represión. Por un tercero, la fidelidad militar. Finalmente, el descrédito opositor.

Como se vio, más de cinco millones de venezolanos viven hoy fuera de Venezuela. Cinco millones que en su totalidad expresan con el exilio su desagrado ?ideológico, político, económico o social- por el régimen chavista. Cinco millones que ahora no votan ?el régimen se cuida muy bien de autorizar el sufragio en las embajadas-, más allá de los fraudes oficialistas.

Junto a ello, el nivel represivo del régimen va in crescendo. Si bien las movilizaciones, de momento, cesaron, la reciente multa astronómica ?US$ 13 millones - impuesta al diario “El Nacional” por la Corte Suprema adicta, en razón de una “difamación” contra el número dos del régimen, el ex militar Diosdado Cabello, pone de manifiesto la vocación autoritaria del régimen chavista.

Nadie ignora que se trata de una expropiación maquillada. Como la multa resulta imposible de pagar, no son pocos quienes imaginan que los bienes de “El Nacional” -local, maquinaria y demás activos- terminen en manos del propio Cabello. “El Nacional” reprodujo, en la ocasión, un artículo aparecido en el diario “ABC” de España y en el “Wall Street Journal” de los Estados Unidos.

El artículo en cuestión ?fechado en 2015- denunciaba los vínculos de Cabello con el narcotráfico, un anticipo de cinco años frente al fallo en 2020 de la justicia de los Estados Unidos que ofrece una recompensa de US$ 10 millones por la captura de Cabello para que comparezca por tráfico de drogas. La misma acusación persigue al propio presidente Maduro y a otros trece dignatarios chavistas.

Entre esos trece, figuran dos militares de alto graduación, uno de ellos Vladimir Padrino López, actual ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

No es un dato menor. No son pocos los observadores que sugieren que la fidelidad de las Fuerzas Armadas para con el régimen ?además del origen militar de Chávez y Cabello- radica en una situación económica privilegiada de sus integrantes. Y que esa situación económica privilegiada solo puede provenir, en un país empobrecido, de los ingresos por narcotráfico.

Al respecto, los enfrentamientos entre guerrilleros colombianos disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército venezolano en el Estado de Apure en la frontera con Colombia ?la zona denominada Los Llanos-, no parecen tener otra causa que la lucha por el predominio del narcotráfico.

Largamente tolerados en Venezuela ?tolerancia que nunca es gratuita-, los actuales disidentes de las FARC, el auto denominado Frente Décimo y la autodenominada Segunda Marquetalia- disputan, ahora, con el Ejército el control de los cultivos de coca en el estado venezolano de Apure.

Y por último, el descrédito opositor reflejado en la desconfianza creciente de la sociedad restante ?la que no emigró- respecto de sus liderazgos. Es, por ejemplo, el caso del ex presidente ?él considera que no perdió el cargo- del Congreso, Juan Guaidó.

Desde el exterior, por su parte, el régimen está cada vez más aislado. A las sanciones de los Estados Unidos, la tensa relación con Colombia, la pérdida de influencia entre sus aliados regionales al no poder continuar librando petróleo subsidiado, se agrega el conflicto con la Unión Europea tras las sanciones a Venezuela por las violaciones a los derechos humanos, contestadas con la expulsión de la embajadora.

Al cabo de casi 23 años de chavismo, Venezuela presenta una sociedad dividida en tres partes. De un lado, las Fuerzas Armadas junto al oficialismo, sus adherentes y la clientela entre los sectores más desamparados de la sociedad. Del otro, la oposición política, pero sobre todo la social. Por último, la emigración.

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