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Exportando inflación estructural

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18 mayo de 2021

Por Pablo Mira (*)

Tras décadas de inflación en Argentina, es normal confundir sus causas y consecuencias. Los acontecimientos de ajustes de precios se producen con sincronizaciones diversas, y las percepciones del público y académicas sobre la culpabilidad última del fenómeno y sobre el remedio más adecuado no son fáciles de identificar. Hechos únicos invitan a explicaciones más directas, pero las dinámicas largas y variables dan lugar a la identificación de argumentos más heterogéneos y, de seguro, más inciertos. Como se han visto todo tipo de fenómenos, es fácil encontrar verificaciones para diferentes teorías en períodos de tiempo seleccionados.

Pero no hay razón para descartar que, en medio de un problema tan variante en el tiempo y tan particular a nuestro país, se determinen causales diferentes para momentos diferentes. La inercia inflacionaria (simplificada en la idea de que la mejor estimación para la inflación futura es la pasada) podría dar lugar a la operación de factores interrelacionados. Aun cuando se quiera defender la idea de que existe una causa única y primordial del fenómeno, una vez en movimiento esta justificación se desdibuja y esto da lugar a considerar hipótesis particulares de interés.

Una de estas hipótesis es el fenómeno de la inflación estructural. Si bien comencé con el ejemplo de la inflación en Argentina, sostengo aquí que su utilidad es más generalizada. La inflación estructural ha sido revisitada hace poco por el profesor de la UBA Saúl Keifman en un excelente artículo titulado “Significado, Alcances y Limitaciones de la Teoría de la Inflación Estructural”.

Cuenta Keifman que esta idea se delineó en la Cepal una década después de la Segunda Guerra Mundial. En Argentina, su depuración conceptual se debió a los trabajos de Julio Olivera. La inflación estructural se origina, como indica el término, en la estructura productiva. Cuando esta estructura no logra procesar adecuadamente determinados shocks, pueden dar lugar al inicio de un episodio inflacionario. Si el shock es potente y no existe suficiente flexibilidad de los precios a la baja (y existe un régimen monetario de dinero pasivo), el cambio original en los precios relativos de los bienes se traduce en un aumento en el nivel general de precios. La duración del proceso dependerá de la indexación del resto de las variables nominales de la economía al aumento de precios inicial.

Más allá de sus detalles técnicos, es importante remarcar que la teoría de la inflación estructural parte de modificaciones relevantes en el lado real de la economía. Así, esta teoría permite comprender aspectos que la teoría monetarista de la inflación ignora, en particular por qué ciertos procesos inflacionarios se caracterizan por alteraciones no menores en los precios relativos. Una causa puramente monetaria debería trasladar sus efectos de manera pareja a todas las variables nominales, pero esto rara vez ocurre en la práctica. De todos modos, es inútil discutir quién tiene razón porque Olivera insistió siempre en que la teoría estructural era una explicación complementaria de la monetarista. En este sentido, más que levantarle el brazo al contendiente ganador, conviene examinar en qué circunstancias la teoría estructural es pertinente.

Algunos citan los eventos que dispararon los precios del petróleo en los 70s como un antecedente típico donde una causa real modifica un precio relativo, y cuyo impacto nominal se extiende luego a otros precios de la economía. Pero tras aquellos sucesos, no se produjeron otros que pudieran dar nuevo sustento a la teoría, y ésta fue parcialmente olvidada. Lo que no significa que la teoría estructural sea inválida, o que no pueda aplicarse modernamente. De hecho, la hipótesis fue reflotada inadvertidamente en modelos donde se asumían rigideces a la baja de los salarios, o, más cercanamente a nuestra realidad, donde las crisis de balance de pagos producidas por problemas estructurales disparaban devaluaciones.

Y hablando de aplicaciones, sucedió la pandemia, que constituye un experimento natural que ayuda a evaluar teorías, entre ellas la teoría estructural de la inflación. Estamos ante una perturbación real de amplio alcance que ha revolucionado los precios relativos en varios países, y en Argentina más que en ningún otro. Primero fue el shock de oferta inmediato, posteriormente la brusca contracción de la demanda. La normalización de la economía en algunos países volvió a modificar el panorama, mientras otros ven modificarse precios una vez más debido a los cierres por la segunda ola. Existen pues distorsiones en las señales de mercado por doquier, lo que lleva a preguntarnos en qué medida posibles inflexibilidades de precios podrían traer consigo aceleraciones inflacionarias, incluso allí donde se pensaba que la inflación había muerto para siempre. Quizás sin advertirlo, la teoría de la inflación estructural se está empezando a debatir lejos de Argentina. Ideas delineadas por economistas locales, con Olivera a la cabeza, se podrían estar exportando ahora mismo.

Si bien la teoría estructuralista de la inflación puede resultar valiosa como diagnóstico, lamentablemente sus implicancias de política no son nada obvias. Las distorsiones en los precios relativos devienen de turbulencias reales que, por definición, no se pueden evitar (y muchas veces ni siquiera prevenir). La política monetaria para lidiar con estos problemas ha probado ser poco propicia, salvo que se lleve a extremos intolerables. Y la pandemia nos interroga sobre si es posible lograr “cambios estructurales” suficientes para lograr la flexibilidad plena de los precios y evitar las consecuencias de los shocks. Quizás estemos a las puertas de una economía global donde haya que convivir con un poco más de inflación, al menos durante un tiempo.

(*) Docente e investigador de la UBA

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