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El desafío de regenerar al país

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11 mayo de 2021

Por Gabriel Alejandro Orozco (*)

¡El mundo entero está mirando! Luego de un 2020 en donde las negociaciones climáticas quedaron relegadas ante el imperativo de la pandemia del Covid-19, la pasada cumbre de líderes sobre el clima ha abierto un nuevo capítulo en la agenda global. Por primera vez en mucho tiempo, parece haber existido un principio de acuerdo en la necesidad de alcanzar la neutralidad de las emisiones de carbono. Sin embargo, aunque haya más certezas sobre el destino, siguen persistiendo incógnitas sobre el cómo se llegará allí. En el camino, ¿cuáles son las repercusiones de esta cumbre para el futuro del planeta? ¿Cómo se posiciona Argentina frente a la transición verde en un contexto de fracturas internas?

La década del 2020 será testigo de una transformación acelerada y coordinada. Si los agentes públicos y privados planean limitar el calentamiento global en 1,5ºC, ello implicará reducir en un 45% las emisiones de gases de efecto invernadero al 2030 y alcanzar el “cero neto” (emitir tanto como se retira de la atmósfera) cerca de 2050. Sin embargo, reportes recientes de la Organización Meteorológica Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico alertan sobre un empeoramiento de los indicadores climáticos y sobre el desempeño ambientalmente negativo de los paquetes de recuperación económica en marcha. Dentro de esta situación, los anuncios realizados en la cumbre no son lo suficientemente ambiciosos para lograr las metas y no permiten observar mayores incentivos en materia de financiamiento climático, desarrollo de capacidades y transferencia de tecnologías.

A partir de estas condiciones, la cumbre enfoca la agenda internacional hacia la regeneración. Ello implica adoptar una forma de pensar y actuar consciente, alineada con los sistemas vivos (hábitat, personas, infraestructuras) y que respete su complejidad. De una parte, de no adoptar medidas más drásticas en esta dirección podrían costarle a los países entre US$ 140.000 y US$ 300.000 millones al año hasta el 2030 sólo en adaptación de acuerdo con ONU Medio Ambiente. De otra, para la Comisión Global en Economía y el Clima, las inversiones en el desarrollo bajo en emisiones podrían generar 26 mil millones de dólares y más de 65 millones de trabajos hacia 2030. A raíz de esta disyuntiva, es muy relevante que los países que tomaron parte en la cumbre (más del 80% de las emisiones globales) sean innovadores (redes inteligentes de energía, mercados de carbono, bonos verdes) y generen alianzas como la Coalición LEAF para hacer más efectivas las acciones multilaterales.

En medio de este proceso de debate global, Argentina se enfrenta al reto de posicionarse como un actor líder dentro del mundo en desarrollo. En primer lugar, este llamado interpela al país en cuanto a su contribución actual al problema. Para ilustrar esto, para el World Resources Institute, somos el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero (GEI) de América Latina y el Caribe, lo que conlleva responsabilidades mayúsculas en la negociación climática. A su vez, el Indice de Futuro Verde del MIT nos clasifica como un “rezagado climático”, es decir, que se necesitan mayores acciones en transición energética, sociedad verde, innovación limpia y política climática. En cuanto a la integración de la sustentabilidad en la gestión de políticas públicas, para el Indice de Finanzas Sostenibles de GFLAC estamos ubicados en el puesto 19 entre los 21 mayores emisores de la región, que conlleva ingresos intensivos en carbono (hidrocarburos, minería y combustibles) 2.358 veces más altos que los dedicados a cambio climático y un presupuesto intensivo en carbono 12,5 veces más alto que el presupuesto sostenible (cambio climático, eficiencia energética, energías renovables y desastres naturales). Como puede apreciarse, esta evidencia plantea la necesidad de repensar integralmente el modelo de desarrollo y gestión política existente.

Como contraparte, un segundo efecto sobre nuestro país está relacionado a la calidad de sus compromisos para garantizar un bien público global como lo es la estabilidad climática. En ese marco, si bien los nuevos anuncios relacionados a la Contribución Nacionalmente Determinada (NDC) no son suficientes para solventar la crisis climática, las autoridades cuentan con herramientas y alianzas para aumentar la ambición nacional. Entre ellas, están la elevada capacidad nacional en soluciones basadas en la naturaleza y tecnologías digitales, así como también la ratificación del Acuerdo de Escazú y la continuidad de la Ley de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático de 2019 y del Gabinete Nacional de Cambio Climático. Teniendo en cuenta que la caída pronunciada del PIB desde 2011 y de la confianza en el Gobierno desde el 2020 implican una alta incertidumbre política y económica, la lucha contra el cambio climático puede convertirse en una ventana de oportunidad para que la cooperación política que logre regenerar el tejido productivo y social.

En definitiva, la cumbre de líderes por el clima ha dado el puntapié inicial hacia la Semana del Clima de América Latina y la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático de Glasgow. Mientras que para el mundo esto representa un nuevo capítulo de las negociaciones internacionales, para Argentina significa un catalizador de políticas basadas en una misión sostenible y una chance para superar la debacle político-económica. En un momento como el actual, esto no solo supone un dato circunstancial, sino que es evidencia de que la construcción de puentes puede multiplicar las posibilidades de un futuro con mayor calidad de vida para todos.

(*) Licenciado en Ciencia Política y de Gobierno (UCES) y candidato a la Maestría en Política y Economía Internacionales (UdeSA). Integra el Hub de Finanzas Sostenibles para el Futuro de GFLAC en Argentina.

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