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Crónica de muchas muertes anunciadas

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22 mayo de 2021

Por Sandra Choroszczucha Politóloga y Profesora (UBA)

En mayo de 2020 nos anunciaban que el pico del coronavirus estaba pronto a llegar en Argentina. Así fue como nos quedamos “en casa” respetando un aislamiento social, preventivo y obligatorio. El pico no llegó en mayo, ni en junio, ni en julio, y así pasamos un invierno confinados, confiando que el sistema de salud podía reforzarse, mientras comenzaba a latirse que la economía se resentía y las mentes, producto del encierro, empezaban a perturbarse.

Mientras tanto, insistían las tres autoridades máximas de Nación, ciudad y provincia de Buenos Aires, que las clases presenciales en los diferentes ámbitos educativos no debían retomarse, debido a que la circulación en las escuelas era muy significativa y los chicos eran los principales vectores de contagio del virus.

El mismo Horacio Rodríguez Larreta, en abril de 2020, manifestó en Radio con Vos: “Yo creo que el sistema educativo es uno de los ejemplos más riesgosos de contagio, están todos los chicos juntos, adentro de un aula (?) Es más difícil sobre todos con los más chiquitos hacerles entender la necesidad del distanciamiento, las restricciones son mucho más difíciles con los más chicos”.

En varias oportunidades, las autoridades de educación, en los niveles porteño, provincial y nacional, coincidían en que la única posibilidad de un regreso a las aulas sería bajo un modo escalonado, con un máximo de 9 niños y un docente, y sin rotación de maestros, en un formato que debía combinar días de presencialidad y virtualidad para que la circulación sea moderada.

Al mismo tiempo, constatamos como en los países europeos no se suspendieron las clases por tiempo indefinido, pero sí se cerraron las aulas semanas o meses en los momentos en que el virus comenzaba a circular con mayor virulencia.

En Argentina no se abrieron las aulas en 2020, ni siquiera apelando al armado de burbujas chicas y clases presenciales combinadas con digitales, en un contexto donde el virus circulaba aun tímidamente. Del mismo modo, no se permitieron la apertura de gran cantidad de negocios con estrictos protocolos, para que los comercios puedan seguir funcionando con extremos cuidados para la prevención del virus. El cierre debía ser lo más estricto posible y sin fecha límite, así lo definían en sus disertaciones quincenales los tres funcionarios políticos que disponían en términos generales la hoja de ruta de la pandemia.

Transitábamos 2020 sin un horizonte definido, ya que el confinamiento debía prolongarse hasta que llegase un remedio o una vacuna, pero el remedio no llegaba y no se vislumbraba en el corto plazo que llegara la vacuna contra el Covid-19.

Pero pasó algo inesperado, producto de una agenda gubernamental dictada por el malhumor social y por estrategias prematuras de campaña de cara a elecciones intermedias que llegarían recién al año siguiente. Así, cuando el virus comenzó a mostrar signos de alarma, llegando la primavera a suelo argentino, decidieron las tres autoridades ejecutivas con mayor decisión en la pandemia, que había llegado el momento de flexibilizar las diversas actividades. En aquel entonces llegamos a ocupar 4° lugar en cantidad de muertos por cada millón de habitantes, o logramos ocupar el lugar número 12 durante gran parte de la primavera-verano, sobre un total de 221 países, según el sitio Worldometer.

Por aquel entonces, una quita por coparticipación que decidió Alberto Fernández perjudicando a las arcas porteñas, para dar respuesta a una protesta de la Policía Bonaerense que demandaba mejores salarios, llevó a que la cordial comunicación entre el Presidente y el jefe de Gobierno porteño se cortara, y desde ese momento, el diálogo y los necesarios encuadres para organizarnos como continuar volaron por los aires.

Mientras tanto, la ciudadanía entusiasmada con las nuevas aperturas no supo o no quiso, o ambas cosas, articular libertad con responsabilidad, y así el desmadre se apoderó de ciudadanos que pretendían vivir como si el virus se hubiese desvanecido: los casos de coronavirus aumentaban, las muertes aumentaban, y el sistema de salud llegó a estresarse cuando se avecinaba el verano.

Sin embargo, las altas temperaturas y la vida al aire libre pudieron contener una escalada irrefrenable del virus, y aunque el piso de infectados y muertos seguía siendo alto, el sistema de salud pudo contener la pronunciada demanda.

Llegó el final de 2020 y se aprobaron las vacunas, y el Presidente y el ministro de Salud de aquel momento, nos comunicaron con entusiasmo que para el mes de febrero de 2021 habría 10 millones de argentinos vacunados. Esa noticia generó alta expectativa, recibiríamos millones y millones de vacunas lo cual resultaría en millones y millones de vacunados. Mientras tanto el coronavirus seguía mutando en nuevas variantes más contagiosas o más letales. Mientras tanto, al día de la fecha, según el sitio, Our World In Data, se registra en Argentina 18,6% de personas vacunadas con una sola dosis y solamente 4,8% de personas vacunadas con ambas dosis.

Cabe destacar que la falta de vacunas no es un problema exclusivamente argentino, lo padecieron y padecen gran cantidad de naciones. el problema exclusivamente argentino es que luego de las altas expectativas éstas no se concretaran y peor aún, que, frente a este escenario de escasas vacunas, no se dispuso redefinir un esquema más moderado en torno a las flexibilizaciones. Pudimos presenciar un funeral masivo organizado por el Gobierno Nacional para despedir los restos de un ídolo de futbol, numerosas protestas de la coalición gobernante y opositora, marchas de sindicatos y ONGs, infinidad de fiestas clandestinas en ámbitos también políticos, clubes atestados de gente, niños apilados jugando en plazas y parques, negocios repletos de personas, bares y restaurantes sin ningún tipo de protocolo, la enorme promoción para acudir a centros turísticos, reuniones masivas en playas, y el escaso o nulo control frente a la vieja normalidad conquistada en medio de una pandemia que se agravaba cada día más. ¿Acaso había llegado el fin de los cuidados mientras el virus seguía escalando, mutaba y no nos llegaban las vacunas que necesitábamos?

Finalizando el mes de febrero de 2021 se dispuso la vuelta a las aulas con gran entusiasmo, y este regreso, con cifras preocupantes de infectados y muertes por coronavirus y con un sistema de salud que se temía podía colapsar, no se eligió que sea bajo un formato austero como el diseñado el año anterior, sino que se definió que las burbujas debían contemplar la cantidad de chicos que cada escuela dispusiera y con docentes que pueden circular por varias aulas. E insiste, con vehemencia el Gobierno porteño, que la presencialidad debe concretarse a como dé lugar, mientras nos asegura que se manejan en base a evidencias, solo que las evidencias que se pudieron observar concretamente en las escuelas de la ciudad es que cuando cierran burbujas (a cada momento) no se testean a los integrantes de las burbujas ni a sus familiares, sino que solo se testean (por su cuenta) aquellos chicos, adolescentes o padres que presentan síntomas, y del resto no tenemos información. No es claro que las escuelas sean un epicentro de contagio de grandes dimensiones, pero el gobernador de la provincia nos afirma que sí, y el jefe de Gobierno porteño nos afirma que no.

Continúa la riña político-partidaria y seguimos creyendo que somos indestructibles, aun si se nos imponen cifras dramáticas tales como que ocupamos el lugar número 11 en cantidad de infectados por coronavirus, el número 13 en cantidad de muertes por coronavirus y el número 5 en cantidad de pacientes “serios y críticos” sobre un total de 221 países, según el sitio Worldometer. Aún si la cantidad de ciudadanos argentinos totalmente vacunados alcanza solo a 2,15 millones de personas, según el sitio Our World In Data; aún si los centros de salud ya están saturados, y algunas provincias y localidades ya admiten el colapso total de su sistema sanitario.

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