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República Democrática del Congo: un país saqueado por propios y extraños

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Luis Domenianni 07 abril de 2021

Por Luis Domenianni

El 11 de marzo de 2021, el Departamento de Contra Terrorismo de los Estados Unidos incluyó a las Fuerzas Democráticas Aliadas (FDA) que operan en la República Democrática del Congo (ex Zaire, ex Congo Belga) y al Ansar al-Sunna que lo hace en Mozambique, en la lista de grupos terroristas que prestaron sermón de obediencia a Estado Islámico.

La inclusión conlleva la decisión de combatir, aunque no necesariamente con tropas norteamericanas, por distintos medios a uno de los enemigos “universales” de Estados Unidos.

Es que tras el desastre de la intervención en Somalia (1992-1993), la presencia militar norteamericana en Africa quedó limitada a la logística, el transporte y la inteligencia, tal como ocurre en el Sahel y en el Sahara.

El Departamento de Estado, a su vez, identificó como jefe de las FDA a Seka Musa Baluku, nombre que aparece con idéntica función en el previo informe del Grupo de Expertos de Naciones Unidas sobre la República Democrática del Congo, presentado en junio del 2019.

En rigor, las FDA tienen origen en la vecina Uganda. Fueron fundadas, en 1989, por Jamil Mukulu, un ultraconservador islámico ugandés, de nombre original David Steven y bautizado como católico. Convertido al islam, residió en Jartum, capital del Sudán, donde tomó contacto con Osama bin Laden.

Jaqueadas por el Ejército ugandés, las FDA cruzaron la frontera en 2016 y pasaron a operar en la provincia congoleña Kivu Norte, ubicada en el este del país y fronteriza con Uganda. Desde el 2017 a la fecha, las víctimas mortales de la FDA totalizan, según un recuento de la ONG Baromètre Sécuritaire du Kivu, 1.219 civiles.

Pese a su traslado a la República Democrática del Congo (RDC), el reclutamiento de combatientes continúa nutriéndose, en buena parte, con ugandeses que cruzan la frontera. A nivel internacional, el reclutamiento emplea las redes sociales mediante la difusión de videos, tal como lo hace la organización madre, Estado Islámico.

No obstante, la incorporación de combatientes se lleva a cabo, principalmente, de forma forzosa. Jóvenes secuestrados son obligados a cumplir instrucción y a convertirse al Islam so pena de muerte en caso de intento de huida.

El informe del Grupo de Expertos de Naciones Unidas señala, asimismo, el empleo de niños para el combate y los secuestros y matrimonios forzosos de mujeres.

El financiamiento de las FDA y de otros grupos combatientes presentes en el Kivu Norte proviene del contrabando de minerales que se extraen de minas ubicadas en las zonas bajo control de los grupos armados.

Se trata, básicamente, de cobalto, cobre, diamantes, estaño, tantalio y tungsteno que salen del Kivu Norte con destino a Ruanda, por tierra o por barco a través del Lago Kivu, con la complicidad de funcionarios corruptos.

En pequeñas cantidades, mineral de oro, extraído ilegalmente, también atraviesa la frontera, con destino final en Emiratos Arabes Unidos, particularmente Dubai. En este caso, las rutas empleadas se diversifican. Pasan por Kigali, capital de Ruanda; por Buyumbura, capital de Burundi, y por Kampala, capital de Uganda.

Respecto del armamento, el mayor aprovisionamiento proviene del robo a depósitos y cuarteles militares de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC). En parte mediante ataques (algunos de ellos facilitados por oficiales corruptos), en parte mediante ventas de los propios jefes militares de las FARDC.

El comercio ilegal del oro y de los otros minerales, a su vez, financia la adquisición de armamento fuera del país que ingresa también mediante la vista gorda de aduaneros corruptos. La empresa sudafricana Nile Dutch y la suiza Brugger & Thomet figuran como sospechadas por la provisión de armas, municiones y equipamiento.

Guerrilla y bandidaje

No todo es yihadismo en la violencia militarizada que sacude el este de la República Democrática del Congo y que abarca no solo la provincia de Kivu Norte, sino también su vecina del norte, Ituri, y las del sur, Kivu Sur y Tanganyka.

La violencia actual en el este del país es producto de la proliferación de más de cien grupos armados “nacionales” y la presencia de seis organizaciones extranjeras, tres de Burundi, dos de Uganda y una de Ruanda.

Frente a ellos, aparecen las Fuerzas Armadas de la RDC, visiblemente gangrenadas por la corrupción que, en el mejor de los casos, tejen alianzas con algunos de esos grupos para atacar a otros pero que, por lo general, les permiten maniobrar para crear condiciones de “no estado” indispensables para el contrabando y el pillaje de los recursos nacionales.

De su lado, la Monusco (la Misión de las Naciones Unidas en la República del Congo) no cuenta con un mandato coercitivo. Es solo una misión de paz que no está en condiciones de defender a la población local y ni siquiera de defenderse a sí misma. Tampoco a personalidades como el embajador de Italia asesinado en febrero del 2021 en el Parque Nacional Virunga.

La Monusco está compuesta por algo menos de 16.000 militares, 1.100 policías, casi 2.000 civiles locales y 617 voluntarios extranjeros. Antigua ya de más de 20 años, sus resultados son exiguos, salvo en el número de bajas propias que totaliza 94 entre militares y civiles.

Las innumerables guerrillas y su reclutamiento reposan, en gran medida, sobre bases étnicas. En total en el ex Congo Belga habitan 231 grupos étnicos.

La mayoría de las etnias de la RDC pertenecen al pueblo Bantú. Entre ellos, los Luba, cristianos, que habitan el centro sur del país, con 14 millones de individuos; los Kongo y los Mongo con más de diez millones de individuos, cada uno, ambos también mayoritariamente cristianos, que viven en la costa y en el norte del país, respectivamente.

Junto a las distintas etnias Bantú -80% de la población- el país está habitado por etnias pertenecientes a los pueblos Sudánico, Nilótico y Pigmeo.

Por el contrario, en materia religiosa, el país muestra cierta homogeneidad en torno al cristianismo, dividido entre católicos y protestantes. Muy minoritarios son los fieles del islam y de las religiones animistas.

Si bien la lengua oficial es el francés, heredado de la colonización belga ?el neerlandés, el otro idioma belga solo lo hablan 300.000 personas y ya no se enseña en las escuelas-, conviven en la RDC, 221 lenguas nativas, aunque solo cuatro son reconocidas como lenguas oficiales: el swahili, el lingala, el kikongo, y el tshiluba.

Semejante dispersión étnica y lingüística, yuxtapuesta artificialmente por el -catalogado como sanguinario- colonialismo belga, no hizo sino procrear grupos armados que, de marxistas durante la segunda mitad del siglo XX, pasaron a “nacionales” ?en sentido étnico- durante la presente centuria.

El Estado fallido

Pese a estas condiciones, el fenómeno separatista no prospera en demasía. Los grupos armados no proclaman dicha intención sino una reivindicación de los derechos de los pueblos. Reivindicación que no se detiene a considerar ni las consecuencias sociales, ni las económicas que su existencia ocasiona.

Violación sistemática de los derechos humanos, delitos de toda clase contra la población femenina, reclutamiento forzoso de combatientes, en particular de niños mediante el método del secuestro y pillaje sistemático de los recursos naturales conforman el cuadro dantesco que se verifica en la región oriental en particular.

La respuesta del Estado es débil, cuando no inexistente. Es que la República Democrática del Congo pugna por no caer en la categoría de “estado fallido” como es el caso de Somalia o el del Yemen. Lo logra, en alguna medida, en la gran parte del territorio nacional donde el Estado cuenta con alguna autoridad. Para nada, en la región oriental del país.

Tras uno de los períodos coloniales más siniestro de todos cuantos se conocen alrededor del mundo con una explotación despiadada de los recursos naturales a través de una mano de obra semi esclavizada ?obra del rey belga Leopoldo II y del explorador británico Henry Stanley- la República Democrática del Congo obtuvo su independencia de Bélgica en 1960.

Gobernada por el carismático primer ministro Patrice Lumumba, de tendencia izquierdista y anti imperialista, la RDC sufrió casi inmediatamente la secesión de las provincias de Katanga (extremo sur), liderada por el principal adversario de Lumumba, Moïse Tshombe y del Kasai Sur, ambas ricas en minerales, particularmente cobre y diamantes.

Rebelión del Ejército, llamado de Lumumba al bloque soviético, ingreso ilegal de tropas belgas para apoyar la secesión katanguesa y despliegue de tropas de las Naciones Unidas configuraron un cuadro de guerra civil con intervención militar extranjera. En alguna medida similar al de la Guerra Civil española.

Destituido, Lumumba fue fusilado en Katanga. La guerra civil disminuyó en intensidad con el golpe de Estado que consagró dictador al cleptocrático coronel Joseph Mobutu quién gobernó el país durante 32 años, desde 1965 hasta 1997 y reunió una fortuna estimada en 8.000 millones de dólares.

Por aquellos años, las guerrillas comenzaron a operar en el este del país. Una de ellas, dirigida por Laurent Kabila, contó con el apoyo en persona del revolucionario argentino Ernesto “Che” Guevara.

Fue precisamente Kabila, tres décadas después, con el apoyo de Ruanda y Uganda, quién logró deponer al dictador Mobutu, a través de una campaña militar de nueve meses cuyo saldo es calculado en 200.000 muertos y se la conoce como Primera Guerra del Congo

Su primer acto, consistió en cambiar el nombre del país de Zaire ?nominado así durante la campaña de africanización del gobierno anterior- por el actual de República Democrática del Congo.

Rápidamente el ahora presidente Kabila perdió el apoyo de ruandeses y ugandeses, en gran medida como consecuencia del genocidio en Ruanda, que desembocó en una rebelión en 1998.

Fue el comienzo de la Segunda Guerra Civil congoleña, también parecida a la española en cuanto a la intervención de tropas extranjeras. De un lado, los rebeldes con el apoyo militar de Ruanda y Uganda. Por el otro, el gobierno de Kabila, respaldado por tropas de Angola, Chad, Namibia, Sudán y Zimbabue, y pertrechos y armamento de Libia.

Esta Segunda Guerra Civil ?conocida como la Guerra Mundial Africana por la cantidad de países involucrados- finalizo con los buenos oficios del entonces presidente sudafricano Nelson Mandela en 1999. El saldo fue de alrededor de 4 millones de muertos.

Dos años después, el autoritario presidente Laurent Kabila fue asesinado, según la versión oficial, por un custodio. Su sucesor fue su hijo Joseph Kabila quién introdujo una reforma constitucional. En 2006, fueron celebradas las primeras elecciones multipartidarias desde la independencia. Ganó Joseph Kabila con el 45% de los votos.

Política y recomposición

Kabila hijo puede definirse como un presidente de transición. Una transición larga por cierto que comenzó en 2001, tras el asesinato de su padre Laurent y finalizó en enero del 2019 cuando Felix Tshisekedi resultó electo presidente de la RDC.

La transición de Kabila, jefe de Estado a los 29 años, comenzó con la búsqueda de un acuerdo de paz que fue alcanzado y firmado en Sun City, Sudáfrica, en 2002. Dos años después, el joven presidente debió enfrentar y vencer un intento de golpe de Estado protagonizado por seguidores del ex dictador Mobutu.

En 2005, logró hacer aprobar una reforma constitucional para reducir la edad de los candidatos presidenciales. Así, en 2006, ganó la elección presidencial en segunda vuelta y cinco años después resultó reelegido en comicios cuestionadas hasta por la Iglesia Católica del país.

La corrupción no estuvo ausente de su mandato. Su hermana gemela Jaynet fue sindicada, en los denominados Panamá Papers, como copropietaria, a través de filiales en el exterior, de Digital Congo TV, una de las principales empresas de telecomunicaciones del país.

Manipulador de la Constitución, Joseph Kabila retrasó, sin más, la elección que debía celebrarse en 2016 y la postergó hasta el último día del 2018 para gobernar dos años más sin mandato legal alguno. Sin confirmación documental, no son pocos los observadores que señalan a la búsqueda de un pacto de impunidad como causa principal del retraso electoral.

Las elecciones fueron ganadas por el actual presidente Félix Tshisekédi -57 años- quién protagonizó así el primer traspaso de mando constitucional en los 61 años de vida independiente de la RDC.

La impunidad de Kabila y su gente quedó garantizada mediante los acuerdos de cogobierno entre los dos hombres políticos. No obstante, con paciencia y habilidad, el presidente Tshisekédi logró conformar una nueva mayoría legislativa a través del transfuguismo de legisladores que respondían a Kabila.

La nueva mayoría, bautizada como “Union Sacrée” ?Unión Sagrada- destituyó en diciembre del 2020, a la presidente “kabilista” de la Asamblea Nacional, y en enero del 2021, al primer ministro, también “kabilista” Sylvestre Ilunga.

El 15 de febrero de 2021, el presidente Tshisekédi avanzó en la formación de un gobierno de Union Sacrée con la designación de Jean-Michel Lukonde Kyenge como encargado de formar gabinete en calidad de futuro primer ministro.

Nueve días antes, Félix Tshisekédi resultó electo, por los estados miembros, como presidente anual de la Conferencia de la Unión Africana, el órgano supremo de la entidad conformado por los 55 jefes de Estado o de Gobierno del continente.

Desde la economía, el crecimiento del PIB muestra un ascenso sostenido desde principios del milenio, con un valor del 4,4% para el 2019. En cuanto a la deuda pública, que superaba el 100% del PIB en 2006, hoy solo representa 1,75%. El resultado fiscal del 2019 es de un superávit del 2,05%.

En síntesis, sumamente rica en minerales, la República Democrática del Congo sufre la maldición de los recursos, paradoja de la abundancia que hace de un país potencialmente próspero muestre un bajísimo nivel de desarrollo económico, social y, sobre todo, humano.

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