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Presidente del AMBA

19 abril de 2021

Por Daniel Montoya (*)

“La política nacional ha muerto y nosotros la hemos matado”.

Un Friedrich Nietzsche resurgido del pasado podría parafrasear su famosa sentencia en esos términos, tras la lectura del DNU de exclusiva aplicación en el área metropolitana anunciado por Alberto Fernández.

De esa forma, el Presidente dejó más expuesta que nunca la fractura entre el centro y el resto del país. “¿Pero cómo no habría de hacerlo de este modo con la concentración poblacional y la circulación permanente que ostenta el AMBA?”, cabría argumentar en defensa legítima de la medida. “¿Pero no hay ciudades del interior densamente pobladas con una problemática epidemiológica equiparable a la de grandes ciudades aledañas a Buenos Aires como La Plata?”. Sólo para empezar a enumerar: Córdoba, Mendoza, Rosario y San Miguel de Tucumán.

En tal sentido, la alusión presidencial a la posibilidad de adherir a las medidas nacionales de instrumentación en el AMBA por parte de los gobernadores sinceró una situación política de ninguna manera creada por Fernández. Los problemas del AMBA son nacionales, los asuntos del interior son de los gobernadores.

Por cierto, un adagio a contramano del slogan propalado 7x24 por la usina publicitaria oficialista: Reconstrucción Argentina. En el mejor de los casos, habría una reconstrucción del área metropolitana liderada por el Gobierno Nacional y, por otro lado, una reconstrucción del interior en cabeza de los gobernadores. Si uno tuviese que hacerle el test carbono 14 a semejante organización del país, habría que remontarse al origen de nuestra organización nacional con la instauración de una Constitución centralista (Luis Tonelli dixit).

No obstante, a los efectos prácticos de dejarle esa batalla de fondo al gremio de los constitucionalistas e historiadores, elijo concentrarme en un evento político contemporáneo para mi grupo de riesgo epidemiológico. La presidencia del AMBA arranca con la reforma constitucional de 1994 y sus dos dispositivos políticos centrales: el voto directo y la superautonomía de la ciudad de Buenos Aires.

En el plano práctico, abandonar el viejo sistema del Colegio Electoral a la americana, implicó que las diez provincias argentinas con menor población -gracias por la información Lautaro Valenzuela-, vieran caer su representación de 23% al 3,6%, a la par que la provincia de Buenos Aires la acrecentara desde 27% a 37,5%. En una palabra, a partir de 1994, las elecciones pasan a resolverse en el ámbito del AMBA, el territorio hoy alcanzado por el DNU de Fernández.

Las mamushkas argentas

No hay casi nada en Argentina que sea evidente. En tal aspecto, así como Rusia exhibió una amistad entrañable con nuestro país mediante el trajinar de los aviones de Aerolíneas Argentinas cargados de vacunas Sputnik, también podría haberlo hecho designándola vidriera mundial de sus archiconocidas mamushkas, las muñecas ocultas dentro de otras muñecas mayores.

La lectura fría de la reforma constitucional de 1994 podría dar la impresión de que el epicentro del poder político nacional pasó a la provincia de Buenos Aires, como en los viejos tiempos de la organización nacional, donde ésta cede la actual ciudad de Buenos Aires como prenda de unidad con las provincias del interior. Pero ello no ocurrió. En tiempos de la presidencia de Raúl Alfonsín, la gran muñeca nacional cedió 6 puntos de coparticipación al resto de las provincias argentinas.

Era el año 1988. Antonio Cafiero, in memoriam, en aquel momento gobernador de la provincia de Buenos Aires, le dio una enorme prueba de amor político al interior con la convicción de que las elecciones del año siguiente lo depositarían en el sillón de Rivadavia. ¿Qué mejor que llegar a convertirse en Príncipe con el favor y amistad de sus pares de aquel momento? Sin embargo, apareció un riojano, Carlos Menem, in memoriam, y los cálculos del abuelo del actual jefe de Gabinete fallaron peor que las estimaciones de los ingenieros navales del Titanic. De ese modo, la reforma de 1994 dejó a la provincia de Buenos Aires con una rara combinación de potencia electoral y enanismo fiscal. A partir de ese momento, la política tendría que resolver, o no, la pelota caliente que el nuevo diseño constitucional había tirado a la tribuna.

Puntualmente, la sanción de un nuevo régimen de coparticipación por unanimidad. ¡Un absurdo total! ¿Cómo podría haber unanimidad para votar un flamante sistema, donde la mayoría de las provincias tiene todo para perder? Quien debuta y resuelve esa tremenda puja informal es Eduardo Duhalde, el último gobernador provincial autóctono. A través de un acuerdo político con el entonces presidente Menem, el exintendente de Lomas de Zamora se hizo del 10% de la recaudación del Impuesto a las Ganancias para el Fondo del Conurbano. Un bypass político al problema constitucional irresuelto.

Desde allí y con pequeños matices, todos los gobernadores provinciales fueron tanto porteños como débiles. Carlos Ruckauf, Felipe Solá, Daniel Scioli y María Eugenia Vidal. Hasta la excepción del también porteño Axel Kicillof.

En tal sentido, la jugada política de Cristina Kirchner, de inspiración duhaldista, restauró en cierta forma la negociación de 1989 con Menem. A través de ella, su exministro de Economía y ahijado político, recuperó más de un punto de coparticipación asignado por el expresidente Macri a la ciudad de Buenos Aires, unos $30.000 millones anuales que podrían imputarse (¿por qué no?) a lo que sería un Fondo del Conurbano 2.0. En lo sustancial, ello implica atenuar, e inclusive eliminar, la figura del Virrey del Conurbano Bonaerense que ejercieron tanto Néstor como Cristina Kirchner durante sus presidencias, a través de un “guitaducto” directo entre la Casa Rosada y los minigobernadores.

Por último, la súper autonomía de la ciudad de Buenos Aires, terminó consagrando el cuarto gran actor político del AMBA. Al presidente, al gobernador de la provincia de Buenos Aires y a los minigobernadores del conurbano, hay que sumarles un súperpoderoso jefe de Gobierno de una Ciudad cuyo ingreso per cápita triplica al nacional, que es centro del poder empresarial, financiero y mediático nacional, así como anfitrión del aspirante natural a la silla presidencial por la oposición al peronismo.

Fernando de la Rúa, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y continuaran las firmas. ¿Martín Lousteau? ¿Facundo Manes? Esta es la gran cancha de la política nacional, donde se cocinan los presidentes del AMBA. En este esquema, los gobernadores quedan fuera del gran juego, acotados a un rol de “planeros VIP”, presionando por partidas presupuestarias con la misma metodología que cualquier movimiento social.

La actual Constitución, con su reforma del '94, selló ese funcionamiento que tuvo, al igual que la cotización del Bitcoin, sus subidas y bajadas. Fernández, con su DNU del toque de queda, no hizo más que ponerlo en blanco sobre negro, una vez más. Hoy el país está atrapado en ese muy perverso esquema institucional que hay que desarmar a través de reformas en serio, y no de fotos con maquillajes de ocasión.

- En primer término, saliendo del sistema de voto directo.

- En segundo lugar, recuperando el proyecto de traslado de la capital propuesto por Alfonsín en su momento. Estando consumada la superautonomía plena de la capital, hasta con sus senadores nacionales que no tienen otras capitales como Washington DC, no hay ningún argumento para sostenerla en el territorio de la ciudad de Buenos Aires. ¡Ojo! No es la solución mágica, pero es un paso tendiente a la desconcentración del poder político del AMBA.

- En tercer término, cambiando el sistema de elección de los legisladores nacionales mediante la aplicación del sistema de distritos uninominales. Tales representantes no tienen porque ser punteros políticos de los gobernadores, sino dinamizadores del progreso económico territorial, un objetivo que no siempre coincide con los intereses de los gobernadores.

Mientras no discutamos un nuevo diseño institucional de país, seguiremos atrapados en la ruedita con la que juegan las ratas de laboratorio, es decir, dar vueltas y vueltas para seguir anclados en el mismo lugar. La raíz de gran parte de nuestro fracaso reside en nuestra imposibilidad histórica de alterar estas aberraciones institucionales como la que me llevó a titular esta columna. Presidente del AMBA, un verdadero disparate para un país que aspira a ser tal.

(*) Analista político @DanielMontoya_

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