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Perú y Ecuador: los gobiernos en minoría crecen en la región

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14 abril de 2021

Por Fernando Domínguez Sardou (*)

El pasado domingo, dos países de la región llevaron a cabo sus elecciones presidenciales. Ecuador y Perú han desarrollado elecciones, en un cierto clima de normalidad pese a estar ambos países viviendo una situación límite respecto a sus más recientes olas de Covid. Las lecciones institucionales que nos dejan son amplísimas, y también nos dan una lección respecto a cómo afrontar procesos electorales en estas circunstancias.

Ecuador ha llevado adelante una segunda vuelta electoral impecable desde el punto de vista de la gestión electoral, no solo con un aparente cumplimiento de protocolos, sino también con la velocidad del escrutinio y el respeto a los resultados por todas las partes. Este domingo, los ecuatorianos eligieron a Guillermo Lasso, como su presidente, tras obtener cerca de 5 puntos de ventaja con su contendiente, el representante del correísmo, Andrés Aráuz.

Lasso, reconocido como el “candidato de siempre” (pues es su tercer intento presidencial), es un empresario de la rama financiera (expresidente del Banco de Guayaquil), con antecedentes en política, siendo recordado por haber sido Ministro de Economía por un mes en la crisis bancaria de 1999, que se ha convertido en el referente del centroderecha ecuatoriano, al calor del giro a la izquierda que representó la “Revolución Ciudadana” de Rafael Correa y, al menos en un principio de su Gobierno, de Lenin Moreno.

La elección de Lasso, que fue un claro ejemplo de la lógica de funcionamiento de la grieta en Ecuador, representa el primer cambio profundo de orientación política del país andino, hecho que se reflejó en la percepción de los mercados sobre las perspectivas a futuro de Ecuador.

Lasso, que se impuso con el apoyo de sectores del “anticorreismo”, que incluye también a grupos de izquierda e indigenistas -dado el elevado nivel de apoyo que estas opciones han tenido en la primera vuelta-, tendrá el desafío de encabezar un gobierno de coalición entre dos fuerzas políticas (CREO, fuerza a la cual pertenece Lasso, de corte más liberal y el Partido Social Cristiano, tradicional partido político conservador) que no solo no cuentan con mayoría legislativa, sino que tienen que enfrentarse al correísmo como primera fuerza. El gobierno minoritario en el Ecuador ha sido el principal inconveniente al que se ha enfrentado el saliente presidente Moreno y para poder sostenerlo, Lasso deberá mantener vivo al anticorreísmo, sin Rafael Correa en el poder, ni con perspectivas de acceder a él en el corto plazo.

Perú, por su parte, se encuentra en la profundización del fenómeno que se dio desde la salida de Alberto Fujimori de la presidencia en el 2000. En los últimos 5 años, el Perú ha tenido 4 presidentes: Pedro Pablo Kuczynski -elegido con poco más del 50% de los votos, que renunció tras verse contra las cuerdas en un proceso de juicio político-, Martín Vizcarra -destituido, formalmente por denuncias de corrupción, pero realmente por no contar con apoyo legislativo-, Manuel Merino -de efímera duración, sin respaldo legislativo- y el actual presidente Francisco Sagasti.

Una particularidad que ofrece el caso peruano es la elevada fragmentación de su unicameral Poder Legislativo, lo que dificulta la negociación por parte de los presidentes para el desarrollo de su agenda legislativa. Las elecciones de este domingo han dejado dos datos históricos: por un lado, la más elevada fragmentación de su historia electoral (de hecho, el Congreso estará integrado seguramente por un mínimo de 10 fuerzas políticas) y, por otro lado, ningún candidato presidencial ha superado el umbral del 20% de los votos.

Tan elevada es la fragmentación, que hasta cabe la posibilidad de que ingresen partidos y agrupaciones al Congreso que pierdan su registro como partidos por no cumplir con los requisitos para mantenerlo (el 5% de los votos a nivel nacional para cargos legislativos, y una bancada de al menos 5 legisladores). El dato interesante, y positivo, de Perú es que, pese a la alta fragmentación, y la falta de certidumbre respecto a quiénes serán los candidatos que pasen a la segunda vuelta (o al menos uno de ellos, ya que se da por descontado que el dirigente sindical de izquierda Pedro Castillo es quien ha ganado las elecciones, con cerca del 16% de los votos), los resultados, por ahora, no son disputados, pese a que los tres candidatos que le siguen a Castillo, tienen menos de 2 puntos de diferencia entre sí. La credibilidad de sus organismos electorales juega a favor en un escenario altamente inestable.

Lecciones y avisos

Las elecciones en Perú y Ecuador nos dejan una serie de lecciones y un aviso. La primera lección es que es necesario realizar elecciones, incluso en pandemia. La democracia no puede suspenderse. Las crisis sanitaria y económica exigen que los gobiernos se enfrenten a la rendición de cuentas. Pero a la vez, estas elecciones tienen que desarrollarse con todas las seguridades que la ciudadanía merece. Para ello, ambos países nos dejaron una lección: la organización de elecciones demanda anticipación y medidas proporcionales a lo que la ciudadanía pueda realizar y el sistema político pueda soportar.

Entre ambos países surgieron medidas de aplicación sencilla, aunque requieren planificación: extensión del horario de votación, ampliación de la cantidad de mesas y lugares de votación, organización de franjas horarias según el número de documento, por mencionar algunas de las medidas que permitieron que el flujo de gente fuera menor y más organizado. El aviso, por su parte, es institucional: la política, en los regímenes presidencialistas, se enfrenta a un fuerte desafío en su institucionalidad. La fragmentación excesiva dificulta la gestión política.

Perú, a lo largo del 2020, mostró los riesgos de este fenómeno y las elecciones del domingo ratifican el recorrido del país. Ecuador, por su parte, se enfrenta a un fuerte cambio en la orientación de políticas, pero mantiene el desafío del presidente electo por conformar (o negociar) una mayoría legislativa que le permitan llevar sus políticas a buen puerto. La política, en estos países -y en todos, en realidad-, debe dar el primer paso, y sentarse en la mesa de negociación para que, en un contexto de crisis, no sea un obstáculo y sea la fuente de soluciones.

(*) Politólogo, investigador y docente (UCA/USAL/UNTREF). Especialista asociado del Centro de Estudios Internacionales (UCA) / Twitter: @ferdsardou Las opiniones vertidas en este texto son personales

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