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Pandemia y educación formal

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13 abril de 2021

Por Eduardo Crespo, Gonzalo Fernández y Pablo Mira

La pandemia del Covid-19 funciona como un laboratorio en gran escala que nos puede ayudar a entender cómo funcionan nuestras sociedades. Una de las áreas que más disputas ha ocasionado recientemente es la educación formal, aunque su relevancia se viene discutiendo desde los tiempos de la Ilustración. En Argentina estamos habituados a escuchar encendidas arengas en favor de la educación. “Sin educación no hay futuro” o “nuestros problemas se resuelven con más educación”, por ejemplo.

Estas prédicas implican que conocemos a fondo cuál es el rol de la educación formal. En la teoría económica dominante este rol es claro. Se trata en esencia de acumular “capital humano” por la vía de adquirir conocimientos a través para elevar la productividad, las tasas de crecimiento y ganar mejoras salariales. Con el paso del tiempo, sin embargo, varios estudios comenzaron a preguntarse si esta era la principal virtud de la educación.

Una de las funciones menos reconocidas de la educación es la de otorgar credenciales de conducta y desempeño. Un título otorgado por el sistema educativo, sea del nivel que sea, certifica que su poseedor alcanzó ciertas metas y superó obstáculos que certifican, entre varias dimensiones, su capacidad intelectual, su disciplina social, y su disposición al trabajo.

La evidencia es contundente: los que completan 4 de los 5 años de una carrera no ganan ni cerca del 80% del ingreso de un profesional. Pero los diplomas no sirven solamente para colgar en un consultorio. Las firmas que buscan personal precisan criterios demarcatorios claros de selección, y los títulos son uno de ellos. Al mismo tiempo, ciertos conocimientos técnicos son imprescindibles, sobre todo cuando de la salud se trata.

En “The Case Against Education”, Bryan Caplan argumenta que el propósito de las instituciones educativas no es que el alumno recuerde teoremas matemáticos y fechas históricas, sino otorgar certificados que sean útiles para demostrar inteligencia y capacidades inherentes al individuo. La loca carrera por acumular diplomas y engrosar CVs no siempre es un requisito técnico para las tareas laborales no específicas que la mayoría desempeña. Las credenciales contribuyen a ganar la competencia laboral frente a otros colegas, lo que implica que los contenidos de la educación tienen impactos limitados sobre la productividad (en el ámbito académico sucede algo parecido con la grotesca carrera por publicar papers entre investigadores que más que aportar al conocimiento, resultan vitales para posicionarse). Buena parte de la población trabajadora no se dedica a la actividad para la que se capacitó, y no es novedad que en varios sectores predomine la sobrecalificación. La mayoría de los empleos no requieren tanto "capital humano" como se suele creer y proclamar, sino apenas algunas técnicas sencillas, sumadas a una predisposición al trabajo duro.

¿Significa esto que encerramos a nuestros hijos en establecimientos educativos durante años sólo para acumular credenciales para competir con otros niños en el futuro? No, porque la educación formal tiene otras ventajas. Para la construcción y preservación de los Estados modernos, el sistema educativo siempre fue fundamental para infundir desde la infancia identidades nacionales, patriotismo y espíritu comunitario, lo que incluye cantar himnos patrios y repetir historias laudatorias sobre héroes nacionales. Y cuando se produjo cierta moderación de los nacionalismos, la función que ocupó un espacio creciente fue la de mantener viva la llama de la movilidad social.

Cuando depositamos a nuestros hijos en el sistema educativo, imaginamos que adquirirán aptitudes para ascender en la escala social. La educación en sociedades desiguales da la sensación de que es posible “nivelar el campo de juego”, y sin esta representación, la ilusión del ascenso social desaparece.

La pandemia ha echado luz sobre otras funciones a menudo ignoradas de la educación formal. El homo sapiens vivió decenas de miles de años en aldeas primitivas o en comunidades tribales abiertas, donde la familia extendida se hacía cargo de los niños. Una vez disueltas estas comunidades de parentesco ampliado, surgió la necesidad de crear instituciones en su reemplazo, y la escuela obligatoria y gratuita fue una de ellas. Es fundamentalmente a través de la educación que hoy se desarrollan las nociones básicas de sociabilidad, disciplina y convivencia en niños y jóvenes. Una función complementaria es que las escuelas desempeñan el papel de guarderías. En una familia nuclear, la única forma de que los progenitores, en especial las madres, puedan trabajar en empleos remunerados es situando a sus hijos varias horas en establecimientos educativos. Sin escuelas la vida cotidiana y la emancipación femenina serían inviables. Las instituciones educativas, además, proporcionan ámbitos en los cuales se exige y monitorea el aprendizaje, un sistema formativo mucho más realista y efectivo que cualquier “libre instrucción” que pudiera ser llevada adelante individualmente por cada persona o familia.

Todas estas funciones permiten racionalizar la reacción casi desesperada de varias familias durante este año de restricciones. No son las tablas de multiplicar ni los dibujos del Cabildo en fechas patrias los motivos de alarma por el “año desperdiciado” y por el “futuro perdido” de los niños. Sería ingenuo atribuir semejante reacción a la mera insuficiencia de contenidos curriculares. Tanto nuestros hijos como nosotros necesitamos estar separados durante unas cuantas horas al día. Ellos para socializar, y nosotros para trabajar.

Cabe finalmente señalar la importancia de que la teoría económica mantenga una visión amplia respecto del rol de la educación y de sus beneficios para la sociedad. Las instituciones formativas no pretenden exclusivamente “enseñarnos a pescar” para aumentar los retornos del capital humano personal. Estos establecimientos derraman externalidades por doquier, y las preocupaciones principales de las familias durante la pandemia se han referido a ellas.

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