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La NASA y la política exterior de Estados Unidos

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27 abril de 2021

Por Federico G. Dall'Ongaro Docente de la Universidad del Salvador

El pasado 21 de marzo, el expresidente uruguayo, José “Pepe” Mujica, se retiró del ejercicio de la política partidaria. Su avanzada edad y una enfermedad inmunológica no son compatibles con los tiempos de pandemia. Hace ya bastante tiempo que se volvió un referente del discurso, con la claridad para conectar la mundanidad de la política con los sentimientos humanos. “La política es la lucha por la felicidad humana”, dijo esta vez. Difícil ser impermeable a ese comentario, que se impone como mandato a toda la generación actual de funcionarios en actividad, sin importar el país.

La felicidad del hombre depende de la capacidad de vivir en tiempo presente, suelen decir los gurúes de la espiritualidad. Si bien puede ser de ayuda como herramienta para el control de la ansiedad, la afirmación deja de lado la importancia del futuro. No se trata del futuro entendido en términos de lo que ocurrirá, sino como esperanza de realización personal. Es una esperanza activa, que implica trabajo y proyección sobre quien quiero ser y requiere la capacidad solamente humana de imaginar.

El 18 de marzo pasado, la National Aeronautics and Space Administration (NASA) logró aterrizar un vehículo en la superficie de Marte. Su misión es aportar información sobre el planeta para la producción de conocimiento sobre existencia de vida pasada. Va a estar allí por el período de un año marciano: aproximadamente 687 días terrestres. La misión es uno de los pasos para comenzar a discutir la posibilidad de enviar humanos.

La NASA se creó en julio de 1958, por iniciativa del Gobierno de Estados Unidos. En octubre, un año después de que la Unión Soviética puso en órbita el satélite Sputnik I, inició el Programa Mercury. Fue el embrión que posteriormente dio origen al proyecto de llevar al hombre a la luna, y que permitió a Neil Armstrong decir “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Realmente fue así, en un simple paso humano se extendieron los horizontes de lo imaginable. Las imágenes y sonidos de las radios y televisiones difuminaban los límites de lo imposible y posible para una generación de niños y adolescentes, alimentando vocaciones futuras; ingenieros, pilotos, biólogos, físicos, químicos, etcétera.

Los programas espaciales de aquel momento fueron parte de una política espacial y aeronáutica impulsada por circunstancias internacionales. La competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética empujó el desarrollo científico y tecnológico como en ningún otro momento en la historia contemporánea. Explorar el espacio se volvió un engranaje fundamental de la política exterior de esos países. Por supuesto que algunas de las consecuencias fueron negativas, como por ejemplo la construcción de misiles balísticos que aun utilizan la misma tecnología que puede poner a un hombre en la luna. Sin embargo, también permitieron que hoy en día astronautas de cinco naciones, entre ellos rusos y norteamericanos, formen parte del proyecto de la Estación Espacial Internacional (ISS), un ejemplo de colaboración internacional que perdura en el tiempo.

Estamos atravesando un momento de enorme descreimiento hacia la clase política del mundo, acompañado de frustración vocacional de la gente joven que no sabe por dónde canalizar su voluntad de cambiar su entorno. La vocación necesita de la capacidad para proyectarse hacia el futuro, algo que solo puede darse si se expande nuestro horizonte de lo posible y se vence la hegemonía de la “cultura de lo inmediato”.

Gracias a la política espacial de los '60, una generación de jóvenes pudo pensar más allá de las posibilidades que hasta ese momento le ofrecía su realidad. La esperanza de alcanzar aquello que los había maravillado dio paso al trabajo duro y, consecuentemente, al gradual acortamiento de la brecha entre lo deseado y obtenido, alimentando la felicidad de perseguir su vocación. Sin políticas de Estado mantenidas en el tiempo, ello no hubiera sido posible. Es que como dice “Pepe”, “la política es la lucha por la felicidad humana”.

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