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Estados Unidos: amigos y enemigos en la política exterior del presidente Joe Biden

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Luis Domenianni 19 abril de 2021

Por Luis Domenianni

“Yankee go home”, el slogan acuñado por los confederados sudistas para rechazar la presencia del Ejército de la Unión en los estados esclavistas del sur, luego reivindicado por cuanto izquierdista, revolucionario, pseudo revolucionario o antiimperialista anduviese suelto por el mundo, probablemente resucite su vigencia con la recién comenzada presidencia de Joe Biden.

Y es que para Joseph Robinette Biden Jr. (78 años) y para su secretario de Estado, Anthony John Blinken (58 años), son dos las premisas que componen el fundamento de su accionar político. Por un lado, la continuidad entre política interior y política exterior y, por el otro, la división del mundo entre democracias y autocracias.

Más allá de las inevitables contradicciones que siempre afloran, la “sencillez” del planteo Biden-Blinken equivale, de momento, al sepelio del también sencillo “America First” ?América primero- que caracterizó el cuatrienio de Donald Trump (74 años) al frente de la Casa Blanca en Washington.

Ambos encuadres provienen de la historia de Estados Unidos. La actitud aislacionista y unilateral comenzó, pese al aporte francés del marqués de La Fayette, durante la propia independencia norteamericana. Su promotor fue nada menos que el colono, general y luego presidente George Washington.

Dicha visión reverdeció tras la Primera Guerra Mundial cuando el Congreso de Estados Unidos no aprobó la adhesión del país a la Sociedad de las Naciones y proclamó el aislacionismo, heredado de la doctrina de James Monroe: “América para los americanos”. El expresidente Trump es la versión actualizada de dicha concepción.

En la vereda de enfrente, el multilateralismo, cuyo pionero en la revolución norteamericana fue Benjamin Franklin. Y sus continuadores en el pensamiento y en la acción fueron los expresidentes George Wilson y Franklin Delano Roosevelt, ambos demócratas, quienes quebraron el aislacionismo con la participación en sendas guerras mundiales.

El presidente Biden es exactamente la contracara de su antecesor. Es que la nueva administración coloca a los “valores” como eje de su política. Y por valores entiende el Estado de Derecho, la democracia representativa y el respeto de los derechos individuales, a los que agrega la economía de mercado y el multilateralismo.

Toda una definición que también resulta aplicable a la política exterior de la primera potencia del mundo, más allá de los esfuerzos chinos por discutir la primacía.

Queda entonces un planeta dividido entre democracias o autocracias; libertades o autoritarismo; imperio de la ley o reinado de la voluntad política.

No hay duda que se trata de una simplificación. No obstante, aporta claridad, siempre y cuando no apañe contradicciones que finalizan por alterar el esquema al punto de hacerlo irreconocible como ocurrió durante la prolongada guerra fría que dio comienzo poco después de la Segunda Guerra Mundial y finalizó recién en 1989 con la caída del Muro de Berlín.

Por aquel entonces, en nombre de la libertad y la democracia, los Estados Unidos protegían regímenes tan poco democráticos como el del sha de Irán, o las dictaduras militares de América Latina, o el gobierno ultra corrupto de Joseph Mobutu en el exCongo belga, por solo citar algunos ejemplos.

Aquellas contradicciones no servían de mucho para frenar el “temido” avance comunista y, por el contrario, ofrecían una excusa para el antiimperialismo izquierdista que, finalmente, solo proponía un trueque de “patrón”: el cambio de Estados Unidos por la Unión Soviética como ocurrió con Cuba o Etiopía o Zimbabue.

El multilateralismo

Sin dudas, el primer gran cambio de la policía exterior norteamericana de la actual administración respecto de la anterior es el pase de un unilateralismo cerrado a un multilateralismo que abarca dos niveles.

El primer nivel es el retorno de Estados Unidos a los organismos que dan forma a ese multilateralismo. A comenzar por la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Fue el propio secretario de Estado, el mencionado Blinken quien, en febrero 2021, anunció que su país postulará para integrar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. El expresidente Trump había retirado, en 2018, a Estados Unidos del organismo.

Nadie puede imaginar mucha seriedad alrededor de ese consejo, sobre todo cuando entre sus integrantes se encuentran Burundi o Egipto, China o Arabia Saudita, por no hablar de Cuba o Venezuela. No obstante, el retorno norteamericano marca presencia.

Si lo de la ONU es casi simbólico, el impulso de la administración Biden a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza militar ofensiva-defensiva más importante del mundo es un cambio de 180 grados frente al Gobierno anterior y ocasiona consecuencias prácticas.

Desde la continuidad de las tropas norteamericanas estacionadas en Alemania tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta el reaseguro para las exrepúblicas soviéticas, particularmente Ucrania, siempre amenazadas por la voluntad del presidente Vladimir Putin de reconstruir una Rusia imperial, zarista o soviética, dejan en claro la nueva estrategia.

Cabe recordar que la OTAN actuó en Libia, durante la guerra civil contra el dictador Muamar Kadafi, en 2011; en Yugoslavia, como fuerza de paz en Bosnia en 1995 y como fuerza de intervención en Kosovo, en 1999; en Afganistán, en el combate contra el régimen Talibán y Al Qaeda, desde 2014 y en Irak, donde la misión de la OTAN acaba de ser prolongada.

El retorno al multilateralismo implica, además, un reverdecer del Grupo de los 7 (G7), los denominados países más industrializados (Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Japón y Canadá) en cuya última reunión virtual de febrero 2021 fue resuelto un aporte de US$ 7.500 millones en vacunas para el Covid-19 para los países más pobres.

Junto a la reafirmación de la OTAN, se alinea la intención de profundizar las alianzas con la porción democrática del mundo. En particular, con la Unión Europea, tan “maltratada” por el Gobierno de Trump, quien alentó el Brexit del Reino Unido.

La participación del presidente Biden en una videoconferencia junto a los líderes europeos de marzo pasado, se inscribe, como gesto, en dicha dirección

Por último, la profundización de la alianza con el grupo, aun no estructurado formalmente, denominado QUAD (Quadrilateral Security Dialogue), el cuarteto ?perfilado durante el Gobierno anterior- que integran Estados Unidos, junto con Australia, India y Japón, cuyo objetivo declarado es promover una iniciativa regional, denominada “IndoPacífico libre y abierto”.

Ese título rimbombante debe leerse como la alianza de las cuatro potencias para frenar el expansionismo marítimo chino, en particular, en el Mar de la China Meridional, donde los conflictos por la soberanía se multiplican y abarcan a países tales como Filipinas, Vietnam, Brunei, Indonesia, Malasia y, fundamentalmente, Taiwan.

China y Rusia

Precisamente, Taiwan es, en la actualidad, el lugar más caliente del mundo donde aparece con mayor probabilidad un enfrentamiento militar entre Estados Unidos y China.

Biden y Blinken, también Trump al respecto, entienden claramente que China no es solo un competidor, en el terreno industrial y comercial. Para el Gobierno norteamericano, las intenciones chinas van mucho más allá. Alcanzan hasta pretender un nuevo esquema mundial de poder.

Ese nuevo esquema pretendido descansa sobre la centralidad de China en reemplazo de los Estados Unidos, algo que el presidente de China, Xi Jinping, repite para quien quiera oírlo. Pretende imponer una supuesta eficiencia autocrática por sobre el valor de la libertad democrática.

Si China partió bien cuando desarrollo su iniciativa de la Ruta de la Seda para construir infraestructuras portuarias y ferroviarias desde su territorio con destino al Africa, el Medio Oriente, Europa y el Sudeste Asiático y logró la atención y el beneplácito de numerosos países ?entre ellos, Italia- hoy dicha corriente de simpatía es sensiblemente menor.

En buena medida, la apertura internacional del presidente Biden es, junto a la escasa prudencia china para tratar de alcanzar su objetivo de predominio, causal del desplome de la imagen del Gigante Asiático en el mundo.

El aplastamiento de las libertades públicas en Hong Kong; la persecución de los uigures musulmanes en el lejano occidente chino, en la región del Xinkiang; la citada agresividad en el Mar de la China; las amenazas contra Taiwan y/o las escaramuzas con tropas indias en el Himalaya, dejan traslucir una agresividad que despierta las alarmas.

Desde la imagen, la pelea sino-norteamericana ya la gana el presidente Biden por un margen que se amplía pese a la diplomacia anti-Covid desplegada por el Gobierno chino. La denominada “diplomacia del barbijo” que incluye una distribución en 160 países de las vacunas Sinopharm y Sinovac ?ambas chinas- no abrió las puertas.

Y la relativa eficacia de ambos medicamentos, reconocida por las propias autoridades sanitarias de China, asestó un golpe de envergadura a las pretensiones de dicha diplomacia.

Dada la escasez, ningún país puede prescindir de ambas vacunas, su menor eficacia no es sinónimo de ninguna eficacia, pero resulta reveladora del nivel que alcanza la ciencia y la industria farmacéutica china. De momento, nada que supere a Occidente.

Si China es el principal rival de los Estados Unidos, Rusia sigue en la escala. Y, por ahora, ambos autoritarismos aparecen como aliados en su cruzada anti occidental.

Y si el teatro de eventuales intervenciones armadas en el caso chino es el Mar de la China Meridional y en particular Taiwán, en el caso ruso son las ex repúblicas soviéticas, independizadas con la desaparición en 1991 del régimen comunista, en particular Ucrania.

Los recientes movimientos de tropas rusas a la frontera con Ucrania resultan una puesta a prueba de hasta donde es capaz de llegar el Gobierno norteamericano en su respuesta a la provocación.

¿Se movilizarán las tropas de la OTAN? ¿Defenderán a Ucrania en caso de agresión? ¿Aceptarán la solicitud ucraniana de integrar la OTAN? Nadie sabe pero la primera respuesta la dio el propio gobierno del presidente Biden cuando amplió en 500 efectivos el número total de militares norteamericanos estacionados en Alemania.

La situación global en mucho se asemeja a un juego de pinzas. China en el Mar de la China Meridional y Rusia en Ucrania, bien pueden ser dos partes de una misma acción: modificar el esquema de influencias en el mundo. China, en lugar de Estados Unidos, con una Rusia a la que no le quedará otro camino que ser tercera en discordia.

El resto

A la luz de la situación con China y Rusia, resulta más comprensible la lectura del retiro norteamericano y de la OTAN de Afganistán.

Se trata lisa y llanamente de un abandono. Nadie duda que será extremadamente difícil para el Gobierno afgano del presidente Ashraf Ghani sostener su propio gobierno y su Ejército frente a los rebeldes talibanes.

Cierto es que las tropas norteamericanas y de la OTAN llevan 20 años guerreando en el país asiático en el conflicto bélico más prolongado del que participaron Estados Unidos en toda su historia. Cierto es también que los miles de millones de dólares gastados debieron servir para consolidar un Gobierno afgano, algo que no ocurrió

El expresidente Trump propició un acuerdo político entre el Gobierno afgano y los Talibán para retirar las tropas norteamericanas del atolladero. Dicho acuerdo, que auspiciaba la incorporación de los Talibán al Gobierno, difícilmente se logre sin que parezca una derrota sin atenuantes de la más que frágil democracia afgana.

Si ello ocurre, el bando de las autocracias resultará favorecido, algo que afectará a la “simplicidad autocracia-democracia” del presidente Biden y sobre todo a su credibilidad. Ya no se tratará de autocracias o de democracias, sino de autocracias o de democracias? hasta cierto punto.

Para el presidente norteamericano y para su secretario de Estado, Afganistán merece un tratamiento por separado al del resto del Medio Oriente dominado por los enfrentamientos de Irán con Israel y con Arabia Saudita.

Un Irán que, al igual que China y Rusia, decidió tantear la “simplicidad” con la decisión de enriquecer uranio hasta 60% ?el máximo autorizado era de 3,67%-, muy próximo del 90% requerido para fabricar bombas nucleares, y con la habilitación de nuevas cadenas de centrifugadoras, indispensables a tal efecto.

No caben dudas acerca de las intenciones iraníes, al menos del actual Gobierno “moderado” del presidente Hasán Rohaní, de volver a acordar con Estados Unidos para alcanzar un levantamiento de las sanciones que debilitan sensiblemente la economía iraní. El punto es si lo logran por el camino elegido de tensar la cuerda.

En todo caso, siempre puede haber una respuesta israelí, país que posee armas nucleares ?aunque no lo reconoce- y que no está dispuesto a aceptar un Irán con capacidad nuclear militar.

Por último, quedan las provocaciones de Corea del Norte, permanentemente dispuesta a hacer volar algún misil por encima de su vecina del Sur y a veces por encima de Japón.

Más allá de las relaciones con el resto del mundo, tres cuestiones convocarán la atención internacional respecto del compromiso multilateral del nuevo presidente norteamericano.

Por un lado, claro, la pandemia cuya primera respuesta, como se vio, fue la decisión del G7 de aportar US$ 7.500 millones para la lucha contra el Covid y la ampliación de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional (FMI) para prolongar pagos de las deudas de los países más pobres.

La segunda será la armonización fiscal a través un incremento del impuesto a las sociedades para financiar el desarrollo de infraestructuras capaz de oponerse a las condicionadas inversiones chinas.

El tercero, que deberá incluir a China y Rusia, es la lucha contra el calentamiento global con el retorno de los Estados Unidos al concierto internacional que juzga como reales los peligros y las consecuencias del deterioro medio ambiental.

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