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Albert Hirschman, el economista transgresor

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20 abril de 2021

Por Pablo Mira (*)

Estamos acostumbrados a escuchar hablar de la grandeza de los economistas del pasado, pero mucho menos de los aportes de los más contemporáneos. Albert Hirschman (1915-2012, AH) es un caso en cuestión. Un economista brillante pero relativamente poco conocido que logró abrir el zoom del análisis económico y desarrollar nuevas formas de pensar en la profesión, y cuyas reflexiones están más vigentes que nunca. Hagamos un breve repaso de algunas de sus contribuciones y de su utilidad para entender el presente.

En sus inicios, AH se dedicó al enorme problema del desarrollo económico. Su aporte esencial fue siempre considerar modelos plausibles de desarrollo, criticando las estrategias poco realistas. Por ejemplo, él planteaba que no se puede encarar el desarrollo en todos los sectores al mismo tiempo, sino que debe comenzarse por uno en particular. La razón era que esta experiencia serviría para entender aspectos claves del proceso. Se advertirían mucho más fácilmente las limitantes técnicas, los cuellos de botella y los requerimientos factoriales. La originalidad de esta teoría reside en que para crecer es necesario equivocarse y aprender. Pero además, se propone resolver estos errores hacia adelante, es decir, no volviendo atrás con la experiencia puntual, sino estimulando los sectores que permitan complementar desarrollo allí donde sea necesario. “Se hace camino al andar” podría ser la frase que resume esta idea.

Otro de sus aportes clave de AH es de naturaleza más microeconómica. En un libro de 1970 distingue dos formas de expresar descontento ante una circunstancia que dañe una interacción económica. Una es “abandonar” (exit) la relación, la otra es “quejarse” (voice) de la misma. Y ambas reacciones son mitigadas cuando existe algún tipo de “lealtad” (loyalty) en esa relación. La clasificación es ideal para comprender las posibles reacciones de un grupo de interés ante una política que les resulte perjudicial. Si los afectados son leales a la causa de gobierno, entonces afrontarán el costo sin mayor resistencia. Pero si no lo son, se presentará el peligroso intercambio entre los otros dos conceptos. En el mejor de los casos, los damnificados tenderán a quejarse, pero manteniendo la interacción económica. En el peor, abandonarán su actividad para no pagar los costos. Cuando se plantean por ejemplo subas de impuestos a sectores particulares, es muy importante tratar de anticipar la proporción en que estos tres factores surgirán tras la medida: ¿los impactados pagarán sin chistar (lealtad), encarnarán protestas costosas (queja), o directamente se irán a otro sector (abandono)?

Su último libro fue “La Retórica Reaccionaria”, que acaba de reeditarse en Argentina con un preciso y necesario prólogo de Santiago Gerchunoff. El libro se escapa de la economía y se ocupa de los argumentos políticos, muchas veces falaces, de aquellos que se oponen a los cambios sociales. Estos argumentos refieren a la perversidad, la futilidad y el riesgo.

La tesis de la perversidad asegura que ciertas medidas destinadas a modificar el status quo incluyen efectos a menudo ignorados por el político, que llevan al resultado opuesto al esperado.

La futilidad sugiere, en cambio, que las políticas simplemente son incapaces de modificar la realidad, porque no es posible afectar su naturaleza fija e inmanente. La retórica del riesgo opina que toda decisión de cambio impica riesgos que no vale la pena correr. El ejemplo más reciente que utiliza AH corresponde a la puesta en marcha de beneficios sociales en el marco del Estado de Bienestar. La reacción ante estos avances típicos de la posguerra incluyó los tres tipos de réplicas de varios intelectuales. Se afirmó que las medidas terminarían por perjudicar a los pobres (perversidad), que no lograrían cambiar su realidad (futilidad), o que aumentarían la incertidumbre de la sociedad respecto de las decisiones de política futuras (riesgo). No hace falta marcar la rigurosa actualidad de este tipo de renuencias a las medidas con objetivos sociales.

Ciertos economistas “clásicos” son fundamentales para elaborar marcos conceptuales generales, pero otros, como Hirschman, nos ayudan a entender y resolver problemas concretos y específicos. Su técnica es saltear disciplinas y desplazarse en diagonal. Como explica Javier Santiso en un excelente artículo en Desarrollo Económico, AH recapacita permanentemente acerca de ese cartel presuntamente negativo que indica “prohibido pasar”, y lo transgrede para transitar de una disciplina a otra con flexibilidad, pero sin dejar nunca de lado la sobriedad lógica.

(*) Docente e investigador de la UBA

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