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Una política exterior astuta para el Siglo XXI

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31 marzo de 2021

Por Daniel Montoya (*)

El presente siglo trajo muchas novedades. La trágica andanada terrorista a las Torres Gemelas a fines de 2001 y la dura crisis financiera internacional de 2008 sellaron un nuevo tiempo signado por el relativo declive de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, así como el ascenso de nuevos actores orientales con China al frente.

Nos guste o no, el área del planeta con mayor dinámica demográfica y económica hoy está localizada en la región Asia-Pacífico. Los datos de comercio internacional son muy ilustrativos al respecto. Mientras que el intercambio comercial chino representaba 3% del volumen global de comercio en 1995, hoy explica 13% del mismo, una cifra ligeramente superior al 12% de la gran potencia norteamericana y muy por encima del 7% de Alemania, la principal locomotora económica europea.

Esta nueva realidad no hizo más que acentuar la tendencia de pérdida creciente de gravitación de América Latina, una región cada vez más distante del gran juego entre los tres principales bloques económicos y políticos, América del Norte, Europa y Asia-Pacífico.

En ese contexto global, ¿como podrían sorprender las palabras del presidente Luis Lacalle Pou? “Uruguay quiere un acuerdo con China, necesitamos mercados para el progreso de nuestra gente”. Puro sentido común. Equipo que no gana se toca.

La región perdió atractivo a la par que la tracción económica proviene de Oriente más que de nuestros mercados locales. En este contexto, es lógico que muchos productores miren más hacia Shanghai que hacia Buenos Aires o San Pablo.

Pero ahora no es tiempo de lamentos, sino de trabajar en el diseño y gestión de una política exterior pergeñada sobre esta nueva evidencia. En primer término, si nuestra zona latinoamericana en conjunto está perdiendo influencia, ¿qué destino le cabe a sus países por separado? Ello no hace más que resaltar una verdad de Perogrullo más actual que nunca: las alianzas con los países de la región, especialmente con aquellos del vecindario, son de vital importancia. El nuevo panorama internacional nos exige una gran vocación política regional.

Si no nos une el amor, pues deberá ser el espanto. Es inevitable que trabajemos codo a codo entre los países vecinos, ya sea dentro del ámbito del actual Mercosur integrado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, al igual que con aquellos que están adquiriendo enorme relevancia dentro de este nuevo eje demográfico y económico mundial, Bolivia, Chile y Perú. Tenemos con estos países hermanos un abundante y siempre urgente programa de trabajo en común que abarca la candente agenda energética mundial, la hidrovía Paraná-Paraguay, el corredor bioceánico que une a nuestro continente con el nuevo epicentro demográfico y económico mundial, la región Asia-Pacífico, y porqué no los álgidos desafíos comunes en el terreno migratorio, la seguridad y la pandemia que está haciendo estragos en los sistemas sanitarios de la región.

En tal aspecto, la crisis inducida por el coronavirus no hizo más que poner en primer plano el problema del cambio climático, resaltando el valor de las energías limpias en un planeta cuyas industrias se preparan para dejar atrás el carbono no más allá de 2040. Nos guste o no, en 20, a lo sumo 30 años, quedarán pocos rastros del embriagante olor a petróleo. El fantástico documental “Long Way Up,” protagonizado por Ewan Mc Gregor y filmado en parte en Argentina, anticipa ese mundo protagonizado por vehículos eléctricos.

Máxima inteligencia en la adversidad

En un contexto internacional que va en detrimento de la región urge un diagnóstico preciso y acciones en consecuencia. Los vientos que soplan en contra pueden ser compensados con una visión ingeniosa de nuestra política exterior. Debemos fatigar todos los caminos conducentes a la profundización de alianzas sudamericanas. En un mundo donde el tamaño del continente se contrae, hay que lograr sinergias internas que lo expandan.

En segundo término, tenemos que partir de la premisa de que el mundo actual no tiene nada que ver con aquel de los tiempos de la Guerra Fría, de las opciones tajantes entre un lado de la Cortina de Hierro y el otro. Al contrario, es una época caracterizada por las relaciones exteriores “líquidas”, donde las dos grandes súper potencias, Estados Unidos y China, comercian entre ellas U$S 630.000 millones anuales. Si hay una palabra de moda que encaja como traje a medida del nuevo tiempo, ésta es poliamor.

Tal circunstancia le brinda sustento a una política exterior de horizontes múltiples, pragmática, de aprovechamiento de oportunidades en función de los intereses puntuales de nuestros países, sea por vía de nuestros socios regionales o mediante acuerdos puntuales con países de todo el mundo que incluyan cláusulas destinadas al intercambio comercial y a la cooperación en materia de seguridad pero también a la captación de inversiones en plantas industriales y de servicios, la transferencia de tecnología, la capacitación de nuestros valiosos recursos humanos y la promoción del desarrollo. El tiempo que nos tocó vivir nos exige audacia e inteligencia. A diferencia del siglo pasado, no podemos esperar pasivamente entrar en el radar de ninguna súper potencia. Hoy tenemos que salir a buscar proactivamente nuestro futuro.

En tal sentido, una de las consecuencias de la pandemia tiene que ver con la profundización del proceso de cambio tecnológico. No por casualidad casi todo el ranking de empresas más valiosas a escala mundial está copado por grandes corporaciones tecnológicas que desplazaron a las empresas energéticas e industriales. Ello marca una prioridad en la agenda de nuestra política exterior. Esta suerte de revolución, con fuerte impacto en el terreno de la producción y los servicios, entró en la zona caliente de la competencia entre las principales potencias mundiales. En ese ámbito está en gestación una incipiente puja tecnológica que abre una gran cantidad de oportunidades a países como Argentina que, por su posición distante en el mapa, debe aprovechar con máxima inteligencia sus conexiones viales, fluviales y virtuales con el exterior. Cualquier debate a futuro, debe suceder dentro de esta cancha. Son los nuevos ejes de discusión de una política exterior para el Siglo XXI.

(*)Autor de "Estados Unidos versus China: Argentina en la nueva guerra fría tecnológica" @DanielMontoya_

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