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Reino Unido: los planes estratégicos del Gobierno conservador de Johnson

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Luis Domenianni 29 marzo de 2021

Por Luis Domenianni

RDice la leyenda que el Imperio Británico caerá definitivamente el día que la población de cuervos que habita la Torre de Londres resulte inferior a la media docena de ejemplares.

Pues bien, el 14 de enero pasado, los guardianes humanos del lugar donde son protegidas las joyas de la corona, admitieron que Merlina, la cuervo “jefa” estaba desaparecida desde varios días y confesaron el temor acerca de su muerte.

Sin Merlina, la población “alada” queda reducida a siete individuos, uno más que el mínimo. Para no pocos supersticiosos, “cabuleros” y otros creyentes de los caprichos del destino, el fin del Imperio ?o, mejor dicho, lo poco que queda- se acerca. Para otros, los menos, es una consecuencia del Brexit.

La referencia viene al caso cuando está a punto de concluir el primer trimestre en la vida de un Reino Unido que abandonó -¿definitivamente?- la Unión Europea. Y viene bien porque, como recuerda el prestigioso y reconocido historiador y profesor Timothy Garton Ash, entre europeos y británicos se impuso la lógica del “vidalismo”.

Ese “vidalismo” no es otra cosa que el pensamiento publicado del escritor norteamericano Gore Vidal cuando dice que “no se trata solo de ganar. Hace falta que otros fracasen”. La sentencia es un todo aplicable a la guerra verbal ?con consecuencias prácticas- entre el Reino Unido y la Unión Europea, tras el retiro del 1° de enero de 2021.

Desde las muestras de orgullo nacional del primer ministro Boris Johnson ?“vacunamos más que todos ellos (los europeos) juntos”- hasta las declaraciones del extremista ministro británico de Educación, Gavin Williamson ?“somos un país mucho mejor que cada uno de ellos”-, todo lleva al “vidalismo” del que habla Ash.

Del otro lado, el europeo, están los eurofóbicos que desean el éxito del Reino Unido “liberado” frente a los revanchistas que proclaman la virtud de “hacerles pagar precios muy altos” a los británicos por abandonar el redil europeo.

Al medio quedan las voces, bastante aisladas por cierto, que pretenden unas reglas de juego competitivas pero, a la vez, cooperativas.

No parece sencillo alcanzar dicho equilibrio. En su momento, el primer ministro Johnson planteó el modelo a seguir como el que caracteriza a dos excolonias británicas: Australia y Canadá. Es decir, el libre cambio.

Para los moderados y ya nostálgicos de la pertenencia europea, como Ash, se trata más vale de parecerse a Suiza que no forma parte de la Unión Europea y que negocia, día a día, acuerdo por acuerdo, cada elemento de la relación.

Cierto es que Suiza es un país bastante más chico, tanto en extensión como en población, que el Reino Unido y que no posee armas nucleares como las que cuenta Gran Bretaña. Pero al no quedar “atrapado” dentro de la Unión Europea, Suiza no solo acuerda, sino que “desacuerda” cuando lo acordado deja de convenirle.

En otras palabras, el Brexit no concluyó. Tan solo recién comenzó. De lo negociado es poco lo rescatable como las exportaciones automotrices alemanas y francesas a las islas. Resta el resto, que es casi todo.

En particular, la cuestión de los servicios financieros ?banca, seguros, etcétera- que conforman el 10% de las exportaciones británicas. Sobre el tema, de momento nada, o peor que nada, un paulatino pero firme reemplazo de Londres como centro financiero internacional a favor de Amsterdam, la capital de los Países Bajos.

Al parecer, el Brexit será tema recurrente en materia informativa por, al menos, varios años más. Por ahora, para el Gobierno británico se trata de construir una “relación especial” con la Unión Europea.

“Relación especial” fue una definición a la que dio contenido el ex canciller alemán Helmut Schmidt. Cuando le dijeron que así se definía la situación entre el Reino Unido y Estados Unidos, el alemán explicó que “era tan especial que solo una de las partes estaba al corriente de su existencia”.

La huida hacia adelante

El slogan que selló la “aventura” del Brexit tras el referéndum del 2016 que decidió la separación de la Unión Europea fue “Global Britain” (Gran Bretaña global).

Por aquella época no significaba nada en especial. Quienes lo enarbolaban como la ex primer ministro Theresa May y su entonces ministro de Relaciones Exteriores, Boris Johnson, caían en definiciones tan vagas como “no se trata de cortarnos del mundo, sino de forjarnos un nuevo rol”. ¿Cómo? Sin definición.

Fue necesario esperar hasta el 16 de marzo de 2021, cuando el ahora primer ministro Johnson publicó un documento titulado “Revista Integrada sobre Seguridad, Defensa, Desarrollo y Política Exterior” en el que precisa el significado del, hasta ese momento nebuloso, slogan.

De aquí en más, los británicos saben hacia donde los dirige su primer ministro. A favor o en contra, una sana y valiente práctica el decirle a un pueblo hacia donde se lo conduce. Sana y valiente práctica no frecuente entre los estados del mundo.

En su parte explicativa, el documento se auto define como “el más importante ejercicio geopolítico desde la finalización de la Guerra Fría” con la caída del Muro de Berlín en 1989.

Cataloga como “de más fragmentado al mundo, con una competencia entre los países acerca de valores e intereses”.

Con tono mesurado y equilibrado ?calidades que nadie reconoce en el primer ministro Johnson- el documento anuncia, luego de 30 años de reducciones, el incremento del arsenal de ojivas nucleares que pasa de 180 a 260.

Como era de esperar, los laboristas en la oposición criticaron el punto. La respuesta del ministro de Relaciones Exteriores, Dominic Raab, fue catalogar el aumento de la capacidad ofensiva como “la garantía última, es la póliza de seguridad frente a Estados hostiles”.

El documento define a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como “la base inquebrantable de la seguridad colectiva euro-atlántica”. Señala a Rusia como la amenaza más grave para la seguridad del Reino Unido y califica a Estados Unidos como el principal aliado en materia de defensa, inteligencia y seguridad.

Más abajo, la “revista” proclama el objetivo británico de convertirse en un súper poder científico y tecnológico; y considera a la lucha contra el calentamiento global como “una de sus prioridades internacionales”.

Una modificación trascendental de política exterior es la decisión, consignada en la “Revista”, sobre el cambio de prioridades. Deja de ser Europa el centro de la atención británica para trasladarse a la región indo-pacífica.

Una prioridad que no abarca a China. Por el contrario, en alusión a China, el documento reafirma el concepto de libertad de circulación en los mares y califica al gigante asiático como “un problema considerable para las sociedades abiertas como las nuestras”.

Si Rusia, Estados Unidos y China reciben especial interés en el documento de autoría del primer ministro Johnson, Europa, en cambio, casi brilla por su ausencia. La “revista” se limita a reconocer el “rol importante” que la Unión Europea desempeñó en materia de paz y prosperidad continental.

Aplaudido por conservadores, el contenido de la “revista” es, para los críticos, una huida hacia adelante para maquillar el daño ?incomprobable de momento, del Brexit.

El cambio en defensa

A su vez, Ben Wallace, el ministro británico para la Defensa, presentó el “Defence Command Paper”, un documento oficial sobre medios y proyecto de las Fuerzas Armadas del Reino Unido para los años venideros.

Según las argumentaciones del propio documento, el proyecto tiene en cuentas tres puntos a considerar como principales: las nuevas amenazas, la necesaria modernización del equipamiento y la austeridad presupuestaria debido a la recesión provocada por la pandemia.

Si la “Revista Integrada” dejó bien en claro la intención del gobierno del primer ministro Boris Johnson de incrementar el número de ojivas nucleares, el “Defence Commander” postula la reducción de las tropas del Ejército terrestre de 76.000 a 72.500 efectivos.

El licenciamiento no parece demasiado drástico. Sin embargo, sus consecuencias políticas son apreciables. En primer término, porque se trata del menor número de efectivos desde? 1714. En segundo lugar, porque contradice los compromisos de la campaña electoral del 2019 cuando el primer ministro Johnson aseguraba que no se producirían recortes militares.

Para el laborismo opositor “los recortes representan un desafío para el despliegue de tropas en el extranjero, para sostener a nuestros aliados y para mantener una fuerte defensa interior”. Para el oficialismo conservador, se trata de una reorganización que disminuye solo unidades logísticas. Menos médicos, menos mecánicos, menos electricistas, etcétera.

La redefinición militar lleva, además del aumento de las ojivas nucleares, la inversión de 500 millones de libras esterlinas en el sector del cyber; 5.000 millones ?en diez años- en la investigación espacial y propone una inversión para el renacimiento de la industria naval de guerra con vistas a su eventual despliegue en el Mar de la China.

Para la Royal Air Force, el documento anuncia el incremento de la flota de F-35, un avión de combate producido por el constructor norteamericano Lockheed Martin y el desarrollo del Future Combat Air System, un programa que reposa sobre un avión caza de sexta generación en competencia con el proyecto similar desarrollado por Alemania, España y Francia.

En síntesis, el Reino Unido centra su defensa, de aquí en más, en una apuesta sobre competitividad a largo plazo para afianzar sus hipótesis de combate que son la seguridad europea ?pese al Brexit-; el compromiso con las operaciones de la OTAN; la posible intervención en la región Indo-Pacífico, sin descuidar el contra-terrorismo.

En términos políticos, la “revista” y el Paper ponen de manifiesto que el gobierno Johnson pretende un retorno británico a la escena mundial, algo más de medio siglo después del retiro “al oeste del canal de Suez” de 1956 y el consiguiente abandono del rol planetario desempeñado desde la Revolución Industrial de mediados del siglo XVII.

Por su posición “nacionalista”, el primer ministro Boris Johnson recibe toda clase de críticas desde el continente europeo. No obstante, nadie puede discutir el derecho del Reino Unido de plantear su propia política exterior.

Para algunos de esos críticos, esa política consiste en un mero seguidismo de las decisiones norteamericanas. Parece, cuando menos, una simplificación exagerada. Sobre todo si se la fundamenta en el “error estratégico” de abandonar la Unión Europea.

El éxito o el fracaso del Brexit, su acierto o no, no se dirime tan solo un trimestre después de ocurrido. Solo el tiempo forjará un juicio al respecto.

Inmigración, economía y pandemia

En esto de redefinir políticas, no se quedó atrás la catalogada como muy radical, ministro del Interior, Priti Patel, hija de inmigrantes indios del estado de Gujarat. Para la ministro, admiradora de la difunta Margareth Thatcher, el sistema británico de asilo está quebrado.

Frente a ello, la señora Priti Patel, practicante del hinduismo, propone una división en dos clases de los refugiados. Los que llegan al Reino Unido por “rutas legales” y los otros, los que llegan de forma clandestina en botes y camiones a través de las redes de los “pasadores”.

Para los primeros, llegados de zonas de guerra o hambrunas tras negociaciones con, por ejemplo, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, corresponderá el estatuto de refugiado a pleno con derechos como el reagrupamiento familiar y las ayudas sociales disponibles.

Derechos que no recibirán los que llegan a través de las redes de pasantes, a los que solo se proveerá de un estatuto de protección temporaria por treinta meses.

Fueron 35.099 personas las demandantes de asilo durante 2020. Quienes recibieron el estatuto de refugiado durante el mismo período, totalizaron 20.339 individuos.

Del lado de la economía, tras el Brexit, los datos correspondientes al mes de enero del 2021, no resultaron alentadores. Para quienes encasillan la salida del Reino Unidos de la Unión Europeo como una controversia ideológica entre el libre cambio y las normas comunitarias se trata de una demostración del “error” británico.

Así, el primer mes del 2021 vio caer las exportaciones británicas en 19,3% como producto de la disminución del 41% de las ventas externas con destino a la Unión Europea. Con las importaciones, la caída fue del 21,6% en general y del 2,9% para bienes producidos en la UE.

Si bien se trata de guarismos importantes, conviene relativizarlos por dos razones. Por un lado, la pandemia que redujo el comercio exterior y la producción en el mundo. Por el otro, las inevitables dificultades de adaptación a nuevos trámites aduaneros que provocó congestiones en los puertos y en túnel bajo el canal de La Mancha.

Del lado del PIB, tras un esperanzador incremento del 1,2% en diciembre ?guarismo con pandemia-, enero 2021 representó un descenso del 2,9%. Comparada con febrero del 2020, justo antes de las consecuencias económicas del Covid-19, la economía británica, a enero 2021, se redujo en 9%.

Para los analistas, la exitosa campaña de vacunación en el Reino Unido y la reapertura económica deben estimular un rebote positivo de la actividad.

Sobre este último tema, la inyección de la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19 alcanza en el Reino Unido al 42,3% de la población solo superado por las Islas Seychelles e Israel y seguido por Chile entre los Estados independientes, aunque la población que recibió la segunda dosis solo totaliza el 3,8%.

Si el plan de vacunación recibe y merece la admiración del mundo, por el contrario, la vacuna británico-sueca AstraZeneca se ve envuelta en cuasi litigios en todo el mundo acerca de su efectividad, ahora estimada en 79% de eficacia, y acerca de su producción y distribución muy por debajo de los contratos comprometidos.

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