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Fungibilidad y psicología

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19 marzo de 2021

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

La discusión sobre las fuentes y usos del endeudamiento externo de los últimos años involucró el concepto de fungibilidad del dinero, en este caso, de los dólares. La idea tras este concepto es que como el dinero no puede diferenciarse, entonces no es posible asociar fuentes con usos.

Por caso, si cobré 100 por mi salario y 200 gracias a haber ganado la lotería, y gasté 100 en un auto usado, no es posible concluir que esos 100 correponden a mi salario. El ejemplo puede extenderse a los ingresos obtenidos a lo largo de toda la vida. El individuo podría estar gastando 100 que corresponden a ahorros previos. Para resumir, el uso de esa plata puede corresponder a cualquier fuente, y no se puede decidir a cuál específicamente.

El concepto de fungibilidad es útil en algunas circunstancias analíticas, pero en otras no permite esclarecer suficientemente el problema en cuestión. Volviendo al ejemplo anterior, se ha mostrado en algunos experimentos que las familias tienden a gastar pensando que se está utilizando una fuente específica. Típicamente, usamos reglas simples para decidir nuestro consumo con el fin de ordenarnos.

Así, es común que los ingresos regulares mensuales (los salarios) se apliquen al gasto regular mensual, mientras que los ahorros acumulados o los ingresos inesperados suelen tener un destino diferente, como la adquisición de un bien durable costoso. Esta estrategia de consumo familiar tiene consecuencias, porque si la gente confunde ingresos no regulares y los considera recurrentes, entonces los gastará regularmente mientras duren, y cuando se acaben se enfrentará con problemas financieros.

Debe admitirse que este ejemplo de “ausencia de fungibilidad” parece aplicable exclusivamente al ámbito de la microeconomía familiar. Pero en el debate macroeconómico existen también situaciones en las cuales importa considerar el origen de los recursos. Consideremos el ingreso de dólares al país. Dólares son dólares, es cierto, pero a la hora de gastarlos a lo largo del tiempo, tener en cuenta las fuentes suele ser muy relevante.

El origen de divisas basado en las exportaciones, por caso, le da una señal a la macroeconomía muy diferente de una fuente de dólares basada en el endeudamiento. En ambos casos entran dólares al Mercado Único Libre de Cambios, pero en la práctica se trata de “dólares muy distintos”.

Las exportaciones, sobre todo cuando involucran un alto valor agregado en términos de salarios, suelen se la consecuencia de haber trabajado para lograr la entrada a un mercado del exterior, lo que genera una relación de mediano plazo que típicamente produce inercia, replicando estas exportaciones en el siguiente período. Una exportación presente, ceteris paribus, predice con alta probabilidad una exportación futura. Y esos dólares obtenidos gracias a ventas externas se pueden usar virtualmente para gastarlos en cualquier bien o servicio importado que la economía necesite.

La deuda externa, en cambio, otorga una ventana temporal limitada de flexibilidad. Se trata de divisas que sí o sí deben devolverse, y por lo tanto exigen mayores exportaciones, o menores importaciones futuras. Para colmo, siendo que los mercados financieros internacionales son muy sensibles y alteran su opinión con rapidez, el tiempo que tiene la economía para cumplir con sus obligaciones puede cambiar bruscamente de un momento a otro, produciendo falta de divisas, devaluación y crisis. Las exportaciones pueden ceder lentamente y provocar problemas en el mediano plazo, pero un cambio de humor en los mercados financieros puede resultar letal en muy pocas semanas.

Aún cuando el ejemplo de la familia y el de la exportación/deuda parezcan lejanos, ambos tienen algo en común y es que incluyen algo de “psicología humana”.

La Economía del Comportamiento sugiere que la psicología influye decisivamente en algunas decisiones económicas, y en esos casos asumir racionalidad pura como lo hace la economía tradicional puede ser equívoco. Cuando hablamos de las familias que gastan usando criterios de clasificación de sus ingresos, estamos advirtiendo sobre los límites cognitivos para gastar. No podemos asumir la completa fungibilidad de ingresos ni dejar de atender las dificultades para distinguir entre ingresos regulares y no regulares.

La psicología también está presente en el funcionamiento errático de los mercados financieros internacionales, que de un día para el otro deciden que no vale la pena invertir en un país o una región determinada. A veces estos sentimientos se disparan por eventos nimios, casi absurdos para la gente común. Asignar estas oscilaciones a la “racionalidad del mercado” requiere tragar saliva.

La fungibilidad asume que el individuo que decide sobre el dinero de que dispone es un homo economicus, con plena racionalidad. En la práctica no siempre actuamos así, y en ocasiones conviene distinguir los orígenes de los ingresos, para entender más cabalmente las acciones y las reacciones de los agentes y de los mercados.

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