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Estados Unidos y China perdieron la brújula

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Atilio Molteni 22 marzo de 2021

Por Atilio Molteni

En el futuro cercano se sabrá si las dos mayores potencias del planeta pudieron recordar la diferencia entre liderazgo y matoneo. Resultaría inapropiado imaginar que el verdadero objetivo de la primera reunión ministerial realizada en Anchorage (Alaska) entre China y los Estados Unidos que tuvo lugar la semana pasada, se organizó para intercambiar agresiones verbales y agigantar las discrepancias bilaterales.

Tuvo como protagonistas al Secretario de Estado, Antony Blinken y al Asesor Nacional de Seguridad, Jake Sullivan, con los dos diplomáticos chinos de la máxima jerarquía. La breve sesión pública comenzó con duras acusaciones recíprocas de ambos rivales geopolíticos, aquello que los expertos tienden a llamar “jueguito para la tribuna”. Pero dos días de reuniones reservadas no dieron lugar a ningún comunicado conjunto, salvo declaraciones unilaterales de las partes que confirman que hay diferencias fundamentales entre ellos en diferentes áreas, y que China tiene una nueva actitud combativa en defensa de su soberanía, su seguridad y su desarrollo.

Sin embargo, lo sucedido no sugiere que exista una vocación de generar un conflicto directo, en lo que Estados Unidos califica como una competencia diplomática y económica abierta, que puede dar lugar a la cooperación a la hora de tratar asuntos en los que haya coincidencia de intereses. En la misma línea, China alega con frecuencia que su gobierno se orienta a mantener un nivel de relaciones equilibradas, quizás con el cálculo político de que el tiempo juega a su favor.

Quienes siguieron algunos de los preparativos, no podían ignorar que Washington y los ideólogos de la nación asiática estuvieron pensando mucho en cómo seguir las estratégicas relaciones políticas, militares, tecnológicas y comerciales entre ellas y sus respectivas áreas de influencia. El mundo entero cruzaba los dedos ante la posibilidad de inaugurar una etapa de nuevo y sano equilibrio, que deje atrás el estilo, quizás no los objetivos, que esgrimió chapuceramente el Gobierno de Donald Trump.

El expresidente inició por las suyas una política coercitiva mediante un severo aumento de los aranceles de importación y de otras sanciones económicas contra China. De ahí en más, y contra lo que supusieron ciertos analistas, el actual jefe de la Casa Blanca, Joe Biden, mantuvo la misma línea y las tarifas siguen vigentes. Este último sólo indicó interés por cooperar en temas de interés para ambas partes, como el medio ambiente y el desarme nuclear.

A pesar de la amplia relación comercial y financiera, la diferencia de sistemas políticos y de organización económica entre ambas potencias está a la vista. Estados Unidos es una democracia liberal, mientras China es conducida por un Gobierno unipartidario y autocrático, que exhibe con orgullo la “economía socialista de mercado”.

Aparte de los milagrosos períodos de crecimiento iniciados hace unos treinta años, la economía de la nación asiática logró desplegar el uso de la inteligencia artificial y el análisis de la información de su población para controlarla, mantener la unidad social e impedir la inestabilidad interna.

No obstante otras consideraciones, Biden señaló que consideraba a China como el competidor más serio de Estados Unidos, criticó vivamente sus acciones contra el régimen económico y democrático de Hong Kong, Xinjiang y Tíbet, y el 10 de febrero anunció una revisión de las políticas de su país hacia el nuevo régimen, donde el componente militar es hoy prominente y decisorio.

En la misma fecha, Biden mantuvo una larga conversación con el presidente Xi Jinping, en la que expresó su preocupación por estos temas y por Taiwán.

En las horas que corren, el eventual interés chino por mejorar las relaciones bilaterales con Washington parece lejano. Nadie puede esperar cambios sensibles mientras Washington considere que Beijing continúa sus políticas unilaterales en la región. Tal desafío implica superar la situación actual evitando la posibilidad de un conflicto abierto, una tregua de facto inoportuna si se tiene en cuenta que China aumenta sus capacidades económicas y militares.

Como antesala a la reunión con China en Alaska, Blinken y su par de Defensa, Lloyd Austin, pusieron gran empeño en revitalizar los lazos con ciertos gobiernos aliados y referentes de la región Indo-Pacífica. Para ello provocaron encuentros de reflexión con sus contrapartes de Japón y Corea del Sur, dos de los pivotes centrales de los resortes geopolíticos, económicos y diplomáticos, cuyo papel en el mapa de la seguridad global es clave.

El objetivo enunciado al desarrollar los contactos fue lograr que la región subsista como un área democrática, libre y abierta, respetuosa de los derechos humanos y la regla de la ley. Tales principios básicos no constituyen una meta antigua. No todos los países asiáticos comparten esta visión y muchos de ellos tienden a dar segunda importancia al orden internacional montado en esas ideas.

Tampoco es novedad que para China no es pecado utilizar la fuerza o la coerción para privilegiar sus intereses nacionales, regionales y muchas veces globales.

El Gobierno que surgió en Washington de las elecciones de noviembre del año pasado cree necesario trabajar y combinar fuerzas con sus aliados para detener las acciones de Beijing, en especial las públicamente orientadas a modificar el estatus quo de ese equilibrio geopolítico regional.

El viaje de marras fue precedido por una primera cumbre virtual entre los líderes de Estados Unidos, Japón, India y Australia, cuyos gobiernos integran el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (el “Quadrilateral Security Dialogue” o Quad), que convalidó el diagnóstico de que la tensión diplomática en el Indo-Pacífico va en aumento. Este último constituye un grupo informal creado en 2004 tras el terremoto y tsunami registrado en el Océano Indico. En 2017 sus miembros lo convirtieron en un grupo informal de cooperación en temas de interés común.

Esos hechos no resultaron lineales. La Quad silenció su oposición a China debido al interés de sus miembros de mantener amplias relaciones comerciales con ese mercado. De hecho, Australia suscribió un Acuerdo de Libre Comercio con Beijing, el que de poco le sirvió cuando el gobierno de Canberra se unió a quienes objetaron, en el seno de la Organización Mundial de la Salud, el papel de China en el desarrollo de la pandemia del Covid-19.

El aludido escenario cambió radicalmente. Por diversos factores Canberra en estos días parece más dispuesta a respaldar a la Quad a la hora de aplicar una línea más enérgica contra Beijing.

India tampoco se quedó atrás. Endureció su relación con Beijing debido a las acciones militares que se registraron a principios de 2020 debido a las disputas territoriales en la “Línea de Control” del Himalaya, el incremento de la presencia naval china en el Océano Índico y las inversiones chinas relacionadas con el proyecto de “la Franja y la Ruta” en la periferia de la India, que toca las sensibles relaciones bilaterales de ese país con Pakistán.

Aunque los cuatro miembros de la Quad participan de ejercicios navales conjuntos, pero todavía no existe una organización de capacidades que sirva para actuar ante distintos tipos de amenazas chinas. Entre ellas las operaciones de “zona gris”, cuya magnitud no suele justificar una defensa colectiva.

Tampoco está prevista la participación de otros países de la región, entre los cuales, figura en lugar prominente Corea del Sur, así como candidatos lógicos tipo Vietnam, Indonesia y Singapur.

El pasado 16 de marzo, Blinken y Austin se reunieron en Tokio con sus contrapartes japonesas. Como resultado de las conversaciones se adoptó una declaración que no dejó lugar a dudas el propósito de desafiar a China en el marco de sus disputas territoriales, las amenazas a la democracia y otras crisis regionales que lesionan el orden internacional.

El texto confirmó una política que Japón no logró obtener en la era de Trump, cuando tuvieron lugar desinteligencias entre ambos gobiernos, a pesar del tenaz esfuerzo del entonces Primer Ministro Shinzo Abe, quien abogaba por transformar el Indo-Pacífico en una zona de Paz y Seguridad.

La reciente declaración respalda el derecho japonés de administrar las islas Senkaku, un territorio disputado por China, y reafirma la necesidad de preservar la estabilidad en el Estrecho de Taiwán, que es el problema más grave de la región.

Al día siguiente, los dos secretarios del gabinete de Biden visitaron Seúl, donde las conversaciones se concentraron en la idea de organizar una cooperación trilateral con Japón.

Si bien Washington posee tropas desplegadas en las dos naciones, la relación entre Japón y Corea del Sur imposibilita, en virtud de conflictos históricos y serias diferencias en sus jurisdicciones marítimas, generar un sistema cooperativo sustentado en la confianza mutua.

Por otra parte, el régimen de Seúl es de singular importancia para hacer frente a las acciones y actividades de Corea del Norte. Este asunto en particular requiere un enorme cuidado, debido a que Beijing desempeña un papel crítico para cumplir, según las palabras del Secretario Blinken, un nexo de valor para aquietar las aguas con esa peculiar nación. Esa mirada también se atiene al hecho de que Washington hasta ahora no consiguió hacer pie a la hora de intentar un diálogo sin intermediarios con el gobernante Kim Jong-un.

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