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Después de 30 años, ¿hacia un Mercosur más abierto al mundo?

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26 marzo de 2021

Por Alberto L. Davérède (*)

El presente aniversario del Mercosur representa una oportunidad propicia para evaluar la manera y el grado en que el bloque ha estado expuesto, en el plano interno e internacional, a las tendencias políticas prevalecientes entre sus miembros, y en especial de sus socios mayores, Argentina y Brasil. Esas tendencias han sido a su vez determinantes del interés de exponerse a la competencia internacional.

En todo proyecto de integración entre países o bloque regionales, y particularmente entre aquellos que exceden el marco económico y comercial, los factores de política interna por un lado y de posicionamiento internacional por el otro, son decisivos. El Mercosur reconoce su origen precisamente en un acercamiento entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985, cuando se habían restablecido los regímenes democráticos en ambos países y existía un mutuo interés en superar serios enfrentamientos por el uso del agua de ríos compartidos y poner fin a la carrera por el uso militar de la energía nuclear.

También en el área económica, Argentina y Brasil hacían frente a una elevada deuda externa y a mercados cerrados a la competencia externa. Fue el afán de ambos gobiernos por estrechar sus relaciones políticas y potenciar su desarrollo económico el que los llevó a buscar una mayor integración y, años después, a concretar una unión aduanera prevista como un mercado común.

En esos años, América Latina transcurría la llamada “década perdida”, signada por el deterioro de los términos de intercambio, con bajos precios de los productos básicos, suba de intereses con fuga de capitales que hicieron impagables crecidas deudas externas, déficits fiscales elevados, alta inflación y otros desarreglos económicos. Ello llevó a una política generalizada de sustitución de inversiones, que recién se empezó a revertir en algunos países de la región hacia el fin de la década.

Este panorama regional no era ciertamente propicio para la apertura de las economías a la competencia internacional, aunque desde 1960 existieran, con la ALALC, sustituida luego por la ALADI, intentos impulsados por la CEPAL para eliminar aranceles y otras trabas al comercio intrarregional.

De allí que la iniciativa de encaminar la integración con Brasil estuviera más motivada por intereses políticos ? dar por terminada una antigua rivalidad perjudicial para ambos países ? que por promover una competencia internacional. Al mismo tiempo, ambos protagonistas tenían en claro que la ampliación de sus respectivos mercados era conveniente para hacer posibles emprendimientos de mayor envergadura y promover la inversión extranjera.

Cuando nace el Mercosur en 1991 ya se estaban materializando en algunos países de la región los principios del Consenso de Washington, que propugnaba la apertura al comercio internacional, entre otros principios de liberalización de la economía. En particular, los gobiernos de los presidentes Carlos Menem, Fernando Collor de Mello, Luis Alberto Lacalle y Andrés Rodríguez, firmantes del Acuerdo del Mercosur, eran todos firmes partidarios de la reducción del papel del estado en la economía, las consecuentes privatizaciones, y el libre comercio interno y externo. Difícilmente podría haberse encontrado una mayor comunión de principios entre los protagonistas del acuerdo. La aplicación en la práctica de estos principios y sus resultados no fue por cierto uniforme ni exitoso, pero ésa es ya otra cuestión.

Este espíritu estaba aún vivo entre los gobiernos de los cuatro países miembros cuando, cuatro años después del acto fundacional, en 1995, celebran con la Unión Europea un Acuerdo Marco Interregional de Cooperación, en el que se sentaron las bases de los que sería posteriormente un acuerdo de asociación y libre comercio.

Compartir intereses y políticas comunes es precisamente el aglutinante que hace posible tanto la celebración como la perduración de entendimientos que exigen, como todos los acuerdos internacionales, hacer concesiones para obtener beneficios a cambio.

Valgan estas reflexiones y constataciones como preludio para dilucidar el resultado de la ecuación a la que se encuentran actualmente enfrentados los dos bloques que arribaron a un Acuerdo de Asociación Estratégica en junio de 2019, y que fue considerado por la propia Cancillería de Argentina, luego de su concreción, como un “hilo trascendental en la inserción internacional de Argentina”.

La primera pregunta que tenemos que formularnos es si existe, o debería existir, una motivación estratégica y política para terminar de dar forma al acuerdo, que aún se encuentra en la etapa de la revisión legal y que requerirá oportunamente la aprobación y ratificación por las partes.

Por el lado europeo, tal motivación surgiría de la necesidad de hallar un espacio propio en un mundo crecientemente marcado por la rivalidad comercial entre EE.UU. y China y su afán por ganar mercados y adherentes. La UE ha ido perdiendo peso e influencia en los temas internacionales en los últimos años. En el 2016, China lo superó como primer socio comercial del bloque. La creación de un espacio económico y comercial que sería el mayor del globo y que le permitiría incrementar su comercio, facilitar sus inversiones y poder competir con mejores armas en una región donde China está haciendo grandes avances y en la que EE.UU., con Joe Biden, parece interesado en incrementar sus vínculos, no debería ser desperdiciada.

Por el lado del Mercosur, un fortalecimiento de su vinculación con la UE le permitiría también restablecer un cierto equilibrio entre los principales actores de la escena internacional, a la vez que estrechar relaciones con un socio con el cual tiene una vinculación de larga data y con el que comparte valores, principios y políticas.

Los miembros del Mercosur no pueden ignorar que están sumamente retrasados con respecto a sus vecinos de la región en la celebración de acuerdos comerciales. Con respecto a UE, rigen tratados de preferencias comerciales con México, Chile, Perú, Colombia, los países del Caribe (Caricom), Centroamérica, y se encuentra avanzado un acuerdo con Ecuador. Además, la UE celebró un acuerdo de libre comercio con Canadá y negocia otro con EEUU.

Aunque las coincidencias en materia de política económica e internacional de los cuatro socios del Mercosur no son ya tan marcadas como las vigentes hace 30 años, la apertura hacia el exterior del bloque goza entre la mayoría de sus miembros de una marcada preferencia.

Brasil, Uruguay y Paraguay se han manifestado firmes partidarios de lograr la entrada en vigor del acuerdo con la UE. El Gobierno argentino afirmó que enviará oportunamente el texto a consideración del Congreso. Son alentadoras, en tal sentido, las expresiones del Canciller Felipe Solá en el reciente encuentro de cancilleres del Mercosur en Buenos Aires, en el que expresó que “la negociación con la UE nos da una base sobre la cual seguir avanzando en la agenda comercial externa,”, al tiempo que insistió en la necesidad de que los avancen se concreten con todos los participantes del bloque. Esto último en clara alusión a las alusiones de los otros tres miembros a la necesidad de avanzar, aun individualmente, en acuerdos comerciales con terceros Estados.

El acuerdo con la UE enfrenta dificultades de ambas partes para entrar en vigor. El tema medioambiental, en particular, despierta fuertes resistencias en algunos países europeos. Pero ambas partes deberán evaluar si la opción de seguir sin una vinculación contractual no es más costosa que la de limar asperezas y cerrar un trato que puede reportarles grandes beneficios.

(*) Embajador (J) y Director del Comité de Asuntos Europeos del CARI

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