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Tensión o cooperación

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Carlos Leyba 26 marzo de 2021

Por Carlos Leyba

Cuando terminó el encendido discurso, la locutora informó que había hablado la “Presidenta de la Nación”.

No es tan obvio que haya sido un error. Es muy probable que haya sido una picardía con valor de aviso.

Si así fuera, deberíamos estar atentos a futuras y recurrentes, palabras encendidas de Cristina que, con o sin intención, erosionan cualquier aproximación a poner en marcha un vehículo que lleve a la solución de los problemas centrales sin agravamiento de las tensiones políticas, económicas y sociales.

Las palabras duras agravan tensiones. Y sabemos, teorema de Nash, Premio Nobel, que la cooperación es más eficiente que la competencia. Insólito que a Cristina ? seguramente anti neoliberal ? le cueste tanto entenderlo y siempre proponga el conflicto.

Hay manera de resolver los problemas sin agravar tensiones y está probado, además de en la teoría, en la práctica, que es la manera más eficiente de lograr objetivos comunes. Claro que primero hay que tenerlos. Y ahí estamos flojos. Volvamos.

Un ejemplo de cooperación: los primeros días de la pandemia. Oficialismo y oposición, juntos, avalaban la cuarentena. El único instrumento de costo mayor y de resultado incierto, del que disponíamos.

Fernández buscó la solución sin agravar tensiones y conservando energía para fines nobles. La opinión pública le brindó su confianza.

Pero hoy ya no es así (Encuesta de San Andrés).Hay generalizada insatisfacción con el presente, una mayoría siente que hemos retrocedido y que el futuro no es auspicioso.

Cristina reacciona ante la caída. Su metodología es agravar tensiones. Despejar el camino señalando “responsables” enemigos, para aglutinar y avanzar. Cristina siempre incita a esa vía.

Responsables son los opositores políticos: “ellos no quieren vacunas gratuitas; las quieren para los ricos y por eso no hay vacunas”. Algo así dijo Alberto Fernández. “Ellos no quieren las cuarentenas porque quieren que la gente se contagie”. Lo dicen para amalgamar la tropa propia cuando los resultados de la lucha anti Covid son magros.

Tensionar en economía cuando, en lugar de buscar un método pacífico que permita negociar la deuda con el FMI y a la vez permitir la recuperación económica, se proclama una lucha imaginaria contra “los imperialismos”. Las actitudes imperialistas existen, pero no es por ahí.

Sorprende el argumento cuando al amparo de un megaacuerdo que compartieron Cristina y Macri, el Estado intenta comprar a China, la súper potencia sedienta, sin licitación ni transferencia de tecnología, enormes cantidades de equipos para infraestructura. La estrategia del “tero”. ¿Qué dirían Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz?

De la misma manera provocadora se actúa en el marco de la gravísima cuestión social responsabilizando, por ejemplo, de desabastecimiento a las empresas productoras en lugar de resolver cooperativamente los problemas que entorpecen la cadena productiva ¿O no hay problemas?

Con la estrategia de la “culpa” y sin solucionar las cuestiones de fondo, los problemas se agravan porque, cuando las tensiones aumentan, se profundiza la negatividad de las expectativas. Y las expectativas condicionan las decisiones.

Lo que se avecinará, si es que se fortalece esa campaña de agravamiento de las tensiones que las cartas, trascendidos, discursos de CFK sugieren, es un empeoramiento de todo lo que estamos viviendo, sea por las contradicciones inevitables en la gestión, sea por la morosidad exasperante de un gobierno de decisiones continuamente provisorias.

Alberto Fernández no ha demostrado, a la fecha, agilidad para saltar esas vallas que surgen del Instituto Patria. No sabemos si no quiere, no sabe o no puede. Pero el resultado es que, si había una dirección, las vallas que CFK pone, no se transponen, al menos hasta ahora.

Alberto debería pensar que tal vez si lo busca tendría mucho acompañamiento para saltar esas vallas. Es difícil. La sola búsqueda distiende.

Toda valla frena la marcha y no abre otro camino, y en un estado de deterioro, de energías negativas predominantes, detenerse es retroceder y augura estar peor. La cooperación ayuda.

Estamos, cuando no, repitiendo errores del pasado. No importa el tamaño del error sino la consecuencia del mismo. Veamos.

No sería la primera vez que, en la vida política argentina, se recite “cuando peor, mejor”.

Es la consigna de quienes procuran el escenario catástrofe para apoderarse del control y conducir, por la vía de la excepción, en una dirección que no consulta la convicción de amplias mayorías.

Fue la estrategia de la guerrilla, durante el gobierno abrumadoramente mayoritario de Juan Perón: asesinar a José Rucci, agitar las comisiones sindicales internas, matar y realizar atentados en las ciudades.

El objetivo era debilitar a quién ejercía el poder, eludir las voluntades mayoritarias, y ? en el caos ? apoderarse de la conducción del Estado para instaurar por las armas, decían, un gobierno revolucionario socialista y nacionalista.

Cada vez que se reivindica a la “juventud maravillosa” (ínfima minoría entre los jóvenes de entonces) se olvidan los objetivos que sostenían y ? lo que es peor ? el método criminal con el que aspiraban al poder. Siendo una ínfima minoría no tenían otra vía.

Lo dramático e insanable es que, finalmente, “eso” ocurrió: las voluntades mayoritarias fueron suprimidas a sangre y fuego. Pero de la peor manera y para las peores causas.

El caos desembocó en el gobierno militar dictatorial y genocida, el más siniestro de nuestra historia, que generó la violación de los derechos humanos, la destrucción de la estructura económica y la decadencia social que, desde entonces, no ha hecho más que crecer.

Si queremos aprender de la historia, no hay que olvidar nada, recordar todo y evitar el odio, del que la grieta es el peligroso prólogo y los discursos nerviosos, la generación de tensiones, profundizan.

Son días para reflexionar sobre lo que hemos vivido y sobre cuáles son las razones para que, con tanta liviandad, muchas personas, hoy encumbradas de un lado y de otro, no repudien toda la violencia y perversidad de aquellos días; y no reclamen, por lo menos, el castigo moral de todos los responsables del mayor desvío histórico que ha hecho de la Argentina un caso paradigmático de decadencia que no logramos detener y menos revertir.

Muchos de esos responsables, que no han asumido su papel en la tragedia que nos hicieron vivir, hoy pontifican y otros son considerados héroes y hasta es un mérito referenciarse en ellos.

CFK ? más allá que tenga o no alguna idea de cómo resolver los problemas que ella en su momento contribuyó a agravar, tanto como sus predecesores y sucesores? cuando erosiona la conducción formal de Alberto Fernández está generando un escenario políticamente perverso.

Puede que no tenga claridad sobre las consecuencias. Pero eso no la disculpa.

Gobernada por la lógica disconformidad que tiene con su situación judicial, podría ? guiada por impulsos egoístas e irracionales ? conducirnos a un estado de excepción que ella creería le permitiría revertir de un plumazo todos los obstáculos que hoy enfrenta. No es imposible. Pero sería terrible.

Para muchos gobernadores, legisladores, ministros y embajadores políticos de este gobierno, la jefa política del Frente es Cristina. Seguro lo es para la mayoría de los que todos los días deberían gobernar y que cada día deben soportar la sugerencia de caminos diferentes a seguir.

Un problema adicional es que ninguno de los caminos en el ámbito del gobierno, en la Rosada o en el Patria, son más que sugerencias, todo está en borrador. No abunda ni el conocimiento ni la reflexión.

Pero los mensajes de CFK, para todos esos funcionarios con peso, son definiciones bélicas. A las que siguen unos borradores a mano alzada. Insustanciales. Liviandad.

En el último acto, que cerró la locutora con ese furcio voluntario, sentado, detrás de Cristina y aplaudiendo cada inspiración, estaba su delfín Axel Kicillof.

Al mismo tiempo que la jefa hablaba se presentaba una demanda de acreedores en los tribunales de Nueva York por la deuda de la Provincia de Buenos Aires. Axel desde la banqueta y con el morral del coronavirus, asistía al proceso inicial de una situación de default.

Cristina, amante de Nueva York, anunciaba que la Argentina no puede pagar su deuda.

No es una novedad. Como no se podía cumplir con lo pactado con los acreedores privados, se logró la refinanciación que significa “podremos pagar después” y no ahora.

El ministro Martín Guzmán, al mismo tiempo estaba en el edifico del FMI con Kristalina Georgieva conversando sobre el mismo tema y seguramente confirmando lo obvio: “ahora no podemos pagar, pero trataremos y podremos pagar después”.

Las palabras de Cristina, con su delfín detrás que batía las palmas agitadamente, fueron “ahora no podemos pagar”. No quiso decir “pero? después”

El mensaje implícito es “no demos señales, no discutamos ahora con el acreedor porque toda conversación con el FMI habrá de implicar una concesión destinada a juntar algo para entregar y, en realidad, si hemos denunciado al FMI por esa deuda, no hay razón para reconocer la existencia de la misma”. Esto es lo que está detrás.

El discurso de CFK señala que conversar es la entrega de la conducción a las manos del FMI.

En este punto la pregunta de quién es el que preside adquiere toda su relevancia.

La pregunta no tendría ninguna importancia si las palabras de Cristina fueran convergentes o de apoyo, con las de quien mora en la Casa Rosada.

Cuando las palabras suman en la misma dirección importa menos quien maneja.

Pero si las palabras van en la dirección contraria, importa saber quien está al mando. De eso depende dónde vamos.

En términos simples, si vamos a agravar las tensiones políticas, económicas y sociales de modo que se prefigure el camino a lo peor, la conflictividad y el estado de excepción o si, por el contrario, Alberto salta las vallas y gira al camino de la eficiencia de la cooperación.

La confianza ciudadana declina. Pero sepamos que siempre hay un punto de no retorno y a veces es demasiado tarde.

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