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10 años de guerra en Siria: 400.000 muertes y 12 millones de exiliados

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23 marzo de 2021

Por Manuel Ignacio Carreras (*)

Uno de los países más convulsionados y hundidos en la miseria que produce la guerra, cumplió una década de conflicto armado en la región.

En 2011, se produjeron una serie de revueltas populares en reclamo de mayor democracia y derechos sociales, en varios países del Magreb y Medio Oriente, como Egipto, Túnez, Irak, Libia, Sudán y Siria.

Este último país, cuyos límites fueron establecidos por los franceses y británicos luego de la caída del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial, posee una población de unos 19 millones de habitantes.

El haber estado del bando perdedor en la guerra, aliado del Imperio Alemán y el Imperio Austro-húngaro, tuvo que sufrir la ocupación francesa en el período entreguerras, al menos hasta que se estableciera un gobierno democrático sirio.

En 1930 se conformó la República de Siria, la cual siguió bajo influencia francesa hasta finales de los años '40, cuando finalmente Siria se pudo desligar del imperio franco. El 17 de abril de 1946 se retiró el último soldado francés, por lo que los sirios celebran ese día como el día de su independencia del mandato francés.

Debido a su fragilidad política como país, en 1958, el presidente de Siria, Shukri al Kuwatli, le solicitó al presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, crear una unión entre ambos países, formando la República Arabe Unida. Dicha república duró solamente tres años, participando activamente de la Guerra de los Seis Días junto con Jordania e Irak contra el Estado de Israel.

Sin embargo, con o sin dominio francés, Siria jamás logró un desarrollo económico sólido ni tampoco logró el establecimiento de instituciones democráticas confiables. Tal era la inestabilidad en el estado árabe, que desde 1948 hasta 1970, Siria sufrió ocho golpes de Estado. Esa sangría se detuvo con el golpe definitivo y más estable, que fue el que puso en el poder a Hafez al Assad en 1970.

Hafez se mantuvo en el poder durante 30 años, hasta el 2000, cuando lo sucedió su hijo, Bashar al-Assad, actual presidente en la ciudad de Damasco.

El estilo de los Assad, padre e hijo, conformó un sistema político centralista con una presencia preponderante de la rama militar para controlar a sus opositores a nivel nacional. La falta de instituciones por herencia colonial, colaboraron para que el régimen sirio no tuviese en consideración elementos de las democracias modernas. El contexto internacional y la creciente conflictividad en los estados vecinos, tampoco le brindaba a Siria una plataforma estable para consolidar un régimen con mayor respeto hacia sus ciudadanos, donde el clientelismo y la corrupción se convirtieron en moneda corriente para la joven nación.

En 2011, las protestas llegaron a Siria y ese reclamo popular se hizo sentir. El disparador, fue el arresto de un grupo de adolescentes que habían pintado algunas consignas de índole revolucionaria en un colegio en la ciudad de Deraa, en el mes de marzo. Luego del arresto y las torturas a dichos estudiantes, las protestas no se hicieron esperar, inspiradas por la Primavera Árabe, en las ciudades más importantes de Siria, como Damasco y Alepo.

La respuesta de las fuerzas de seguridad sirias fueron la represión de los manifestantes causando varias muertes, logrando el avivamiento del descontento popular y la exigencia de la renuncia de Al Assad por parte de una gran parte de la población siria. Para conseguir dicho objetivo, las armas eran necesarias para combatir a las fuerzas oficialistas.

El conflicto se transformó en un juego bipolar, donde se estaba a favor de Al Assad o en contra de él. Sumado al rechazo de los sectores musulmanes sunitas hacia el presidente, que es de una rama de islam chiita, llamados alauitas.

Las fuerzas en combate en la actual Siria comprenden una serie de alianzas entre diversos sectores islámicos y varias naciones que se involucraron en el conflicto.

Por un lado, el Gobierno central de Al Assad, que controla la mayoría del territorio, incluyendo la capital Damasco, apoyado fuertemente por la Rusia de Vladimir Putin e Irán, que siempre se muestra predispuesto a apoyar la causa chiita en el mundo islámico y, en este caso, al presidente sirio.

Del otro lado encontramos a un conjunto de fuerzas militares opositoras al régimen de Al Assad. Los rebeldes sirios controlan la provincia de Idlib, cerca de la frontera con Turquía, contando con el respaldo de potencias como Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita.

Además, otra porción del territorio es controlado por las fuerzas kurdas, que contaban con el apoyo de Estados Unidos hasta que Donald Trump decidió quitar ese soporte de la región. Al mismo tiempo, los kurdos son enemigos de los turcos y combaten entre sí.

La longevidad del conflicto sirio se puede explicar a través del involucramiento de potencias extranjeras, ejecutado por terceros. El choque de intereses en la región no hizo más que potenciar el conflicto durante mucho tiempo.

Siria representa un bastión de poder en la región, fundamental para Rusia, que probablemente sin el apoyo militar de Putin, el Gobierno de Al Assad, no hubiese podido recuperar mucho del territorio perdido ni se hubiese consolidado en el poder.

El saldo de una de las guerras más crueles en Medio Oriente es de casi 400.000 muertes (de las cuales un tercio son civiles) y 12 millones de personas en el exilio. Además, seis de cada diez sirios padecen pobreza extrema y 70% de la población no posee acceso a agua potable.

Una década más tarde de los eventos de marzo de 2011, poco ha cambiado en Siria. Los intereses geopolíticos y estratégicos continúan y ceder no parece ser una alternativa posible para nadie. El país se encuentra devastado, lejos del esplendor que supo demostrar en las épocas del califato de Omeya, la cual Damasco fue la capital durante el siglo VII. Una región que supo ser una de las cunas de la civilización árabe, hoy en día sería irreconocible para aquellos califas.

* Especialista en Relaciones Internacionales.

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