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Si los mercados son eficientes, ¿qué más necesitamos que dejarlos funcionar solitos? Sin embargo, ya hemos sufrido demasiada evidencia de que eficiencia financiera y azar están comprometidamente entrelazados, y esto debería mantenernos alerta antes del “no va más” productivo.

The-Big-Short
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02 febrero de 2021

Por Pablo Mira (*)

El caso GameStop ocupó la primera plana de las redes sociales y de varios medios. Ahorraremos detalles, pero baste decir que se produjo una serie de eventos en los mercados financieros donde las apuestas riesgosas, las colusiones, las manías y el comportamiento en manada estuvieron a la orden del día.

El incidente trae a colación a Eugene Fama, quien postuló la famosa “Hipótesis de los Mercados Eficientes” (HME) que le valió un premio Nobel que compartió, curiosamente, con uno de sus críticos más acérrimos: Robert Shiller. La idea dice simplemente que el precio actual de una acción incorpora toda la información relevante sobre la empresa que representa, sobre sus negocios y sobre sus perspectivas (de allí el rótulo de “eficiente”). Si así no fuera, entonces alguien más podría aprovechar esa información extra para ganar una diferencia, actividad que lleva el nombre de arbitraje. Una implicancia interesante de esta tesis es que nadie puede predecir cuánto valdrá esta acción en el futuro.

Hay bastante escrito sobre teoría y evidencia de la HME, pero me gustaría ahondar en la relación, para muchos evidente, entre los mercados financieros y los juegos de azar. Digamos para empezar que si la variación de los precios de las acciones es puramente aleatoria, entonces la Bolsa y el casino ya tienen algo en común (aunque aquí la palabra “eficiente” luce extraña, no conozco casinos que tienten a sus clientes ofreciendo eficiencia en sus ruletas).

Otro punto en común entre Bolsa y azar es que muchos compran y venden acciones, y muchos también gustan de apostar en el casino. En la Bolsa, como veremos, se suele ganar plata, pero? ¿y en el casino? Todos sabemos que la ruleta es un juego con esperanza negativa para el público (en el largo plazo, “gana la casa”), de modo que quienes apuesten regularmente perderán su dinero sin remedio. Esta sencilla ley estadística parece predecir que los casinos (y las loterías) no deberían existir? pero la evidencia se pone terca. ¿Qué está ocurriendo aquí?

Una posibilidad es que los individuos crean que pueden “ganarle al casino” mediante algún truco o martingala, o tal vez disfrutan de perder su dinero y ganar cada tanto una suma que los haga transitoriamente felices. Y esta es otra posible semejanza con los mercados financieros: si bien Fama piensa que los precios de los activos son impredecibles porque son eficientes (incorporan toda la información disponible), Shiller aduce que son impredecibles porque existe una porción de jugadores compulsivos e irracionales. En la tesis rigurosamente formulada de Fama nadie se entusiasma, ni se excita, ni sigue a la manada, ni se equivoca al procesar información. En cambio, en modelos donde alguna de estas posibilidades se admite, la interacción entre inversores racionales e irracionales puede acabar en severas crisis.

Hay quienes insisten en que lo único que dice Fama en su HME es que “las crisis no se pueden predecir”. El fundamento último de esta afirmación es el arbitraje presentado anteriormente. Si un individuo no usa toda la información para decidir, “deja plata sobre la mesa” que otro aprovechará. Dicho más claramente: si usted puede predecir una crisis, pues juegue a la ruleta financiera y hágase rico. Si bien existen anaqueles enteros con libros que demuestran las dificultades de arbitrar en la práctica, y una película de alto impacto que explica estas dificultades al gran público (“La Gran Apuesta” o “The Big Short”), quiero volver una vez más al casino (sí, yo también tengo compulsiones).

Recordemos que, a menos que dispongan de poderes extrasensoriales, los clientes del casino en promedio pierden (al menos en la ruleta). El problema es que algunos de estos jugadores están convencidos de que en realidad no están perdiendo, o de que recuperarán lo perdido en el futuro. Ahora supongamos que les mostramos fehacientemente a estos jugadores sus pérdidas, y les ofrecemos una inversión segura donde en lugar de perder salgan “hechos”. ¿Dejarán de ir al casino? Hay que ser muy ingenuos para creer que sí, porque los jugadores compulsivos simplemente no pueden dejar de pensar que la próxima vez será diferente. Estoy tratando de decir que, si hay compulsión a las apuestas, el famoso arbitraje pasa a segundo plano.

Ahora agreguemos a esta propensión al juego el hecho de que, a diferencia del casino, las acciones de la Bolsa gozan de una tendencia natural positiva que permite ganar (en promedio) no menos de 5% al año en dólares. Sumemos a esto una inmensa disponibilidad de ahorros en un mundo que crece. Agreguemos ahora un conjunto de instrumentos financieros sofisticados que permiten ilusionarse con nuevas martingalas semana a semana. Finalmente, permitamos operaciones online a la velocidad de la luz. A veces este tipo de configuraciones pueden contribuir a financiar proyectos de inversión privados o sociales rentables y sostenibles. Otras veces, terminan en pánicos y locuras peores a los de Las Vegas.

Lo más inquietante de todo esto es que algunos derivan de su amor por la HME la peligrosa recomendación de que los mercados financieros deben ser liberalizados sin ninguna restricción. Después de todo, si los mercados son eficientes, ¿qué más necesitamos que dejarlos funcionar solitos? Pero ya hemos sufrido demasiada evidencia de que eficiencia financiera y azar están comprometidamente entrelazados, y esto debería mantenernos alerta, antes de que el “no va más” sea para las actividades productivas.

(*) Docente e investigador de la UBA

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