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La inflación y las retenciones a las exportaciones

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Héctor Rubini 11 febrero de 2021

Por Héctor Rubini (*)

La evidencia de las últimas décadas muestra que, sin crecimiento sostenido de la actividad y de las exportaciones netas, ni reducción del déficit fiscal y de su financiamiento monetario, es ilusorio imaginar un escenario de baja inflación, o al menos aproximada a la que desde hace ya dos décadas se observa en la mayor parte de nuestro continente.

En la realidad actual, todo indicaría que los controles de precios van a continuar. Para las autoridades, parece la única vía de combatir la inflación. Básicamente se da por sentado que la inflación es simplemente un problema de remarcaciones de precios resultantes de la concentración de mercados de bienes de consumo. En la región se observan casos de igual o (bastante) mayor concentración. Salvo Venezuela, nadie tiene, ni aproximadamente, la inflación de Argentina, y no desde hoy.

La interpretación de las autoridades supone que la inflación no responde a excesos de demanda de bienes y excesos de oferta de dinero, sino a restricciones a la oferta provocadas por los empresarios para provocar subas de precios y sostener sus márgenes de ganancia.

En esa interpretación, la persistencia y el nivel de la inflación está dada sólo por la transmisión inercial de variaciones de costos y precios en los contratos de bienes y servicios. El control de la inflación sólo es posible con el congelamiento o control estatal directo sobre ciertos precios que a manera de “ancla” se trata de atrasar respecto de los precios al consumidor, induciendo así una baja de la inflación. Pero llamativamente también, con el deseo de proteger a empresas no competitivas, se pasaron a reforzar las barreras a las importaciones y a subir los impuestos (“retenciones”) a las exportaciones. En el mediano y largo plazo conduce a una caída de la oferta (como se vio años atrás con el stock ganadero) de bienes primarios, y de alimentos. Si se sostiene el consumo con emisión monetaria, nada cambia: con producción en baja persistirá en recesión el exceso de demanda de bienes y la inflación no podrá descender.

Hasta el presente, no se conoce evidencia empírica convincente por la cual subir retenciones a las exportaciones de origen agropecuaria bajen la inflación. Actualmente, las economías de más baja inflación de la región y de otros continentes no se caracterizan por cerrarse a las importaciones ni por restringir las exportaciones de los bienes en los que el país tenga ventajas comparativas naturales. Si hay un elemento común, es el de abordar el problema limitando la emisión monetaria, y en particular los déficit fiscales financiados con la misma.

Sobre el punto, el profesor Julio H. G Olivera (1929-2016) indicó en un breve trabajo de 2013 (“Inflación y Breves Públicos”) lo siguiente: “Existen tres clases de inflación reconocidas en el ámbito del análisis económico: la inflación de demanda, causada por un exceso de la demanda total respecto de la oferta total de bienes y servicios; la inflación de costos, derivada de un aumento de la tasa de salarios a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado; y la inflación estructural, originada por el cambio de los precios relativos en un contexto de inflexibilidad descendente de los precios monetarios. Las tres especies pueden coexistir. La secuencia inflacionaria puede alcanzar entonces un alto grado de complejidad, al punto de resultar imposible trazar la línea demarcatoria entre factores de impulso y factores de propagación, variaciones autónomas y variaciones inducidas, causas y efectos. En tales circunstancias toda política antiinflacionaria eficiente debe satisfacer dos criterios básicos: 1) debe actuar conjuntamente sobre los tres tipos de inflación, y 2) debe actuar sobre la inflación sin crear o agravar otros desequilibrios y, especialmente, sin generar mayor desempleo”.

Si algo llama la atención, es que dicha advertencia pareciera ser totalmente desconocido o, de mínima irrelevante, por no pocos funcionarios. Esperemos que lo tengan en cuenta. Si de algo sirve, es para no tomar decisiones que poco y nada pueden aportar para bajar una inflación que, después de la de Venezuela, sigue siendo la más alta del continente.

(*) Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

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