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Italia, un espejo para la política argentina

22 febrero de 2021

Por Fernando Domínguez Sardou (*)

En los últimos días, diversas columnas de opinión en múltiples medios, a partir de la reciente crisis política en Italia, comenzaron a relatar algunas cuestiones centrales para comprender lo que pasa en el país europeo. La inestabilidad constante, que se refleja en la corta duración de sus gobiernos; la dificultad para construir mayorías en su Parlamento; las frecuentes reformas electorales, las crisis económicas recurrentes y la corrupción impregnada en gran parte de la clase política italiana (cuyo “apogeo” fue con la operación Mani Pulite en los años '90), y consecuentemente, un fuerte desencanto con la política y los políticos, que justifica la emergencia de “partidos antisistema” (como el Movimiento Cinque Stelle, la Lega, o más recientemente, Fratelli d'Italia).

Aunque Argentina sea un país presidencialista, lo que podría darle una aparente mayor estabilidad, si sacamos la referencia al parlamentarismo y a Italia del párrafo anterior, prácticamente todo lo mencionado podría hacer referencia a nuestra realidad política. ¿Qué podemos aprender de la trayectoria italiana?

La corta duración de los gobiernos no parece un problema argentino, pero sin embargo su estabilidad está en duda de forma constante. En nuestro caso no se refleja en la caída del gobierno, pero sí en las presiones frecuentes sobre cambios de gabinete, o cambios de rumbo de los distintos gobiernos, incluso en el corazón de los oficialismos.

Sobre las crisis económicas y las demandas sobre la ética pública, podríamos escribir muchas más líneas que las de una columna de opinión. Pero lo que más debiera llamarnos la atención es el fuerte rechazo a la clase política. Argentina, en 2001, con el recordado “que se vayan todos” tuvo su primera explosión de rechazo a la dirigencia política. La refundación de la clase política llegó con las elecciones de 2003, y la posterior normalización de la situación socioeconómica en nuestro país, aunque con la aparición de desencantados de la política. O, cómo Juan Carlos Torre los denominó, “huérfanos de la política de partidos”. Estos “huérfanos” encuentran representación a partir de la creciente polarización que se materializaría en las elecciones de 2015 y sigue vigente al día de hoy. La vuelta, aunque con otros actores, al esquema de competencia político anterior al 2001 debiera mínimamente darnos una señal de alerta.

¿De dónde viene este rechazo a la clase política? Paradójicamente, la fractura actual del sistema político italiano, otrora integrado por dos grandes polos, se debe en parte a que el surgimiento de los partidos antisistema -que son los que canalizan el rechazo- se da a partir del “empate” entre los dos bloques centrales, y surgen de los mismos: la Lega integraba el bloque de centroderecha y el Cinque Stelle se nutrió principalmente de votantes desencantados del bloque de centroizquierda.

En la medida que estos dos partidos aumentaron su caudal electoral, entraron al gobierno, y desde allí, comenzaron un camino gradual de incorporación a la clase política tradicional. Mientras que Lega se fue del gobierno, el Cinque Stelle siguió acompañando e integrando los gobiernos sucesivos. Esto abrió la oportunidad a la consolidación de los antisistema a la derecha del sistema. ¿Acaso las peleas entre “halcones y palomas” en nuestros bloques centrales no podrán actuar en un sentido similar en nuestro país? La polarización de la discusión política puede llevar, sin dudas, a un hastío ciudadano de proporciones incalculables.

Ahora bien, ¿qué podemos aprender de Italia? A diferencia del 2001, la emergencia de modalidades de comunicación más simples y más accesibles permite nuevas formas de expresión política. La combinación de éstas con el clásico “empate” entre las principales fuerzas políticas argentinas puede dar lugar, al igual que en Italia, al surgimiento de partidos antisistema, y la consiguiente inestabilidad política que su presencia en el esquema de competencia genera, ante su rechazo a formar alianzas o colaborar con los partidos tradicionales.

¿Cómo evitarlo? La clase política puede responder con un llamado a la moderación, y ampliando los márgenes para acordar en lugar de priorizar los enfrentamientos. La búsqueda de acuerdos y la necesaria ejemplaridad de la clase dirigente son la puerta de entrada para la credibilidad y, con ella, evitar que el rechazo a la clase política siga siendo la regla en nuestro país.

(*) Politólogo, investigador y docente (UCA/USAL/UNTREF). Asociado del Centro de Estudios Internacionales (UCA). Las opiniones vertidas en este texto son personales.

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