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El reloj de la historia

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Carlos Leyba 05 febrero de 2021

Por Carlos Leyba

La mejor noticia económica es que, en 2021, se repetirá el ritmo de producción del último tramo de 2020. Por eso creceremos 4-5%. Buen pronóstico.

En 2021 estaremos igual que en 2008. No es una noticia porque lo estamos sintiendo. El PIB por habitante (el “nivel de vida”) será aproximadamente igual al de 1997. El crecimiento nos transporta a lo que vivíamos hace 23 años. Pero con la estructura social erosionada por la pobreza.

Una mejora de la coyuntura, sí. Pero el remedio de lo inmediato no alcanza para resolver la decadencia que arrastramos hace décadas.

¿Qué más testimonios necesitan dirigentes políticos y sociales, los consejeros, consultores y académicos y la tropa de comunicadores para reflexionar acerca de la irracionalidad de las políticas que desde 1997 hasta hoy nos han transportado al pasado? ¿O todavía no descubrieron que desde 1974 a la fecha el crecimiento del PIB per capita, como calculó Miguel A. Broda, es sólo de 0,2%?

A lo largo de estos 46 años, en los pocos en que se ha computado crecimiento, lo que ocurrió es un feroz endeudamiento o bien una “alegre” dilapidación de stocks. Estrategias, por cierto involuntarias, de empobrecimiento a largo plazo.

¿Qué ministros pondría usted en el podio de la deuda o en el de la dilapidación o en la pérdida de la oportunidad? Ellos se consideran adversarios pero ignoran que son iguales aunque de signo contrario.

En 46 años no registramos un proceso de acumulación integral capaz de generar y sostener la expansión acompañada de mejora en la calidad de vida de todos.

No hay discursos más reaccionarios, en términos sociales, que hay que “ponerle plata en el bolsillo a la gente para que consuma” o “para que viaje a Miami y diga 'dame dos'”.

La economía no puede crecer sostenidamente a base de consumo. Es al revés: sólo cuando una economía crece genera las posibilidades de consumir.

Para crecer hay que producir y para lograr eso es necesario invertir. La inversión crea empleo productivo.

Sin proceso continuado de inversión el empleo productivo se reduce y baja la productividad. Es lo que nos pasa: hoy tenemos, globalmente, la productividad colectiva de 1997: retroceso.

Sin inversión, nuestra economía se primariza. Los imprescindibles recursos externos pasan a depender de la suerte de los precios de las materias primas. Sin precios de las materias primas al alza, en una economía sin inversión reproductiva, los recursos externos agonizan. Pasa hoy, pasó ayer.

La consecuencia de esa agonía es que la economía se endeuda o va para atrás. Si se endeuda, luego de un tiempo, sea para devolver o sea por la pérdida de crédito por no pagar, va para atrás.

Nuestra decadencia es el resultado del “modelo de no invertir en actividades reproductivas” y de consumir, gracias a la deuda o a la dilapidación de stocks, con alto componente importado.

Lo venimos haciendo hace 46 años, sin solución de continuidad, con banderas de distintos colores políticos (J. A. Martínez de Hoz, Carlos Menem, radicales, los Kirchner) pero todos del mismo paño.

¿Cómo? Llevamos cuatro largas décadas sin ley de promoción de la inversión reproductiva, sin banca de desarrollo a largo plazo, sin programa integral de desarrollo y, en democracia, todos lamentablemente gobernando para lograr la reelección y sin tener la más mínima idea (y sin querer intentarlo) de cómo contribuir a construir la nación-hogar de los argentinos.

No hay ahora un plan ni lo ha habido en todos estos años. El país ha sido gobernado como “una maleta de loco”. “El plan es ética en acción”, decía Paul Ricoeur. La ausencia de plan invita a la corrupción. ¿No le parece?

Sin una concepción estratégica integral no es sensato definir una política de relaciones internacionales. Sin la consistencia de ella tampoco un plan es posible. Esa estrategia debe ser debatida con la profundidad que sólo pueden hacerlo los hombres de buena voluntad, con la grandeza de poner primero el “bien común”, con los conocimientos técnicos necesarios y, sobre todo, con conocimiento de la realidad nacional,

Lo peor que nos puede pasar es tejer una política de relaciones internacionales sin previamente haber definido cuál es nuestra estrategia de desarrollo. Tal vez es lo que nos está pasando.

Todos los países dominantes, imperiales o no, definen sus relaciones a partir del diseño de su propia estrategia de desarrollo.

La China de hoy, sin duda, nos plantea relaciones que derivan de su propia estrategia de desarrollo. Es lógico que así sea. Cristina y Mauricio han coincidido en recibirla de manera adaptativa.

Al no tener nuestro país su propio plan, su estrategia, la consecuencia de ese vínculo creciente con la República Popular es que, nuestro futuro desarrollo, dependerá de la función que cumplamos en la estrategia china. No en la función que cumpla China en una estrategia que por molicie no tenemos.

Si nuestra aspiración es diversificar nuestra trama productiva incrementando la complejidad de nuestro aparato industrial, ocupar productivamente toda nuestra geografía, y conformar un Estado de Bienestar basado en el trabajo productivo, intensivo en bienes transables, y en una estructura de distribución primaria (salarial) equitativa y progresiva en materia de distribución, nada indica que todo eso pueda ocurrir si prevalece (en los hechos) la adaptación a la estrategia de los países dominantes. Países que ofrecen recursos para financiar esa adaptación, que es virtuosa para los que dominan y profundizadora de los vicios de nuestra estructura.

En ausencia de vocación revelada para el diseño de una estrategia (plan) que responda a esas aspiraciones nacionales, lo que si observamos con alarma es la continua justificación de las decisiones de adaptación que son celebradas como decisiones propias que, claramente, no lo son.

La logística, como los recursos básicos a la que esta asociada, han sido siempre las grandes herramientas de control de los países dominantes.

Recordamos a Monsieur Jourdain, el personaje de Molière, que dijo: “¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo!”.

De Cristina a Macri, nuestros funcionarios políticos, recitan la adaptación a la estrategia ajena sin saberlo. Obvio. No tenemos estrategia para la Nación.

Fernández, por ahora con hoja en blanco y que está al teléfono con algunos líderes mundiales, nos ha revelado, en el Foro de Davos, que lanzará el Consejo Económico y Social para el Desarrollo.

Formar un cuerpo público dedicado a “aconsejar los caminos económicos y sociales para el desarrollo” es un avance extraordinario en la dirección correcta. Primer paso, habilitar un cuerpo para pensar el desarrollo.

En la semilla del consejo estará contenido todo lo que pueda brindarnos en el tiempo. En principio hay una carencia que puede ser solucionada sin alterar el criterio de integración del consejo que, hasta ahora, parece excluir a la política.

En democracia la posibilidad de alternativa es lo que la mantiene viva y vigorosa. Existiendo, felizmente, la posibilidad de “alternativa”, todo plan de desarrollo debe gozar del consenso que lo brinda, si o si, el concurso del oficialismo, en todas sus versiones y de la principal oposición, en todas sus versiones. No hay consenso ni desarrollo sin ello.

El último Gobierno del General Juan D. Perón (su legado para peronistas del oficialismo y de la oposición) formuló el Plan Trienal 1974/77, una estrategia que contenía, entre otras, políticas para el desarrollo de la industria y la expansión de la frontera agropecuaria.

Es clave comprender que el Plan Trienal respondía al consenso previo de las Coincidencias Programáticas formuladas por todos los partidos políticos y las organizaciones sindicales y empresarias. Ese plan fue analizado y discutido, en la Sala de Situación de la Presidencia de la Nación, por todos los partidos políticos, incluidos aquellos que no tenían representación parlamentaria.

Una lección que no deberían olvidar los peronistas, oficialistas u opositores, si quieren referirse al de Perón como el pensamiento que los inspira.

El espíritu de la democracia, de alternativa y necesario consenso, es lo que hoy está ausente y lo que deberíamos poner en práctica.

No debemos olvidar las palabras que en el Senado, ante Ramón Tamames, un excomunista devenido liberal que descubrió la democracia en La Moncloa, pronunciaron, sobre la necesidad de un consenso para el largo plazo, el entonces senador Miguel A. Pichetto, jefe de la bancada kirchnerista y el entonces senador radical, Ernesto Sanz, artífice de la presencia radical en Cambiemos.

Después de esa presentación, Sanz pasó a cuarteles de invierno y Picheto cambió de chaquetilla. Aquellas palabras quedaron sepultadas.

Donde estaba Sanz está Patricia Bullrich, un ogro para el consenso y donde comandaba Pichetto está Cristina que, más que un ogro, para la conversación política es la reina de la intolerancia.

¿Lejos las posibilidades de consenso? ¿Hay desarrollo sin él?

Si la política no reemplaza esos personajes que, en su naturaleza portan la intolerancia, seguiremos pedaleando en el pantano y así es imposible salir.

El Consejo Económico y Social es un primer paso en la sensatez. Habrá que ver si CFK permite darlo. Y si en la oposición deja de escucharse el gruñido de la Bullrich, niña de armas y violencia en su juventud que tiene, vaya paradoja, el mismo origen y responsabilidades en la historia que los “jóvenes maravillosos” que admiran en el Instituto Patria.

El silencio de los sensatos, que los hay de uno y otro lado, está dejando que los de violenta e intolerante naturaleza, nos alejen de cualquier escenario de consenso.

Hemos citado los números posibles de 2021 que no son un escenario económico y social que pueda, sin graves consecuencias, soportar la intolerancia política o mejor, la negación de la política que empieza por conversar.

Nuestra calidad de vida señala 23 años sin progreso a los que le agregamos el abismo de la concentración urbana de la pobreza y su escandalosa expansión.

El reloj de la historia suele ser muy cruel con los que devoran el tiempo sin construir la Nación.

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