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El legado de Trump

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Damián Cichero 23 febrero de 2021

Por Damián Cichero (*)

Recientemente, concluyó el segundo juicio político contra Donald Trump y, nuevamente, fue absuelto por la Cámara de Senadores. Así, formalmente ha finalizado “la era Trump”, aunque él mismo ya ha insinuado que podría volver al terreno político en las elecciones presidenciales de 2024.

Sin embargo, aunque aún faltan varios años para ese momento, Trump ha dejado un importante y preocupante legado en Estados Unidos, lo cual también es una advertencia para los países más civilizados y desarrollados del mundo.

El magnate republicano llegó a la política como un outsider sin experiencia alguna en el rubro. Esto, algo común en América Latina, pero impensado en EE.UU., sucedió principalmente por el hartazgo de los ciudadanos con la casta política. Trump, con un discurso agresivo y muchas veces excesivo, logró triunfar en los comicios de 2016, pese a que las encuestadoras vaticinaban una aplastante derrota ante Hillary Clinton.

Aquí, en este pequeño análisis, tenemos sus primeras herencias: el discurso del odio puede triunfar en cualquier lado, incluso en el país de la democracia y la libertad. Además, a partir de ese momento, las encuestadoras han perdido gran parte de su credibilidad.

Sin embargo, su legado no se detiene allí. Aunque muchos especialistas lo condenaban antes del inicio de su gestión, Trump logró tener unos tres primeros años de gobierno muy exitosos. Con una política económica de desregulaciones y recorte de impuestos, logró reducir la tasa de desempleo a cifras récord: 3,5% en octubre de 2019. Además, pese a las aceptables acusaciones racistas contra Trump, el exmandatario fue de gran ayuda para las minorías: la tasa de desempleo para los afroamericanos se redujo hasta el 6,6%, el mínimo histórico desde 1972, mientras que el de los hispanos se redujo a la increíble cifra récord de 4,4%.

Su política exterior, en pocas palabras, también tuvo increíbles logros: les puso un freno a las políticas abusivas de China en el sistema internacional, fue el primer presidente norteamericano en visitar Corea del Norte y consiguió que detuvieran sus ensayos nucleares desde 2017, le dio un nuevo impulso a la NASA y la nueva carrera espacial. Además, fue una una pieza clave para que se concretaran acuerdos de paz casi sin precedentes entre Israel, Emiratos Arabes y Bahréin. Aquí está su segunda enseñanza: los outsiders también pueden hacer las cosas bien.

Pero, fue a partir de 2020, luego de dos sucesos trascendentales, que la sensación de reelección asegurada de Trump se desvaneció. La aparición del Covid-19 y la muerte de George Floyd a manos de un policía, sumados a la mala gestión de ambos hechos, desembocaron en la peor cara del ex jefe de Gobierno.

Sus acusaciones públicas de supuestos infiltrados en su Gobierno, catalogar a los manifestantes como grupos terroristas y sus innumerables denuncias de un plan nacional demócrata para realizar un fraude electoral masivo en los comicios de ese año no hicieron más que ahondar la grieta en la población norteamericana, algo conocido en Argentina, pero pocas veces visto allí.

Aunque muchos especialistas analizarán aspectos específicos de la gestión de Trump, el colectivo general lo recordará como la persona que ahondó en la polarización del país más poderoso del mundo y como el primer presidente en la historia de su país en enfrentar dos juicios políticos.

Es justamente aquí donde, seguramente, queda el peor legado para los Estados Unidos, aunque podemos responsabilizar por esto tanto a Trump como al Partido Demócrata. El líder republicano advirtió que la facilidad con la que se lo enjuició dos veces sería un gran obstáculo para sus sucesores. Se necesitó tan solo una simple mayoría demócrata en la Cámara de Representantes para que Trump enfrentara dos impeachments o, como él lo describió, “la mayor caza de brujas de la historia”, en tan solo cuatro años.

Es cierto que, con su estrategia de polarización, la cual le permitía mantener su base electoral, Trump contribuyó al deseo de los demócratas de sacarlo de la Casa Blanca a como diera lugar. Sin embargo, esto también implica un peligro para Joe Biden, quien gobierna en la misma sociedad dividida. Tan solo es necesario que algunos legisladores azules “traicionen” al actual mandatario para que el Partido Republicano, que ansía una revancha, intente enjuiciar a Biden ante su más mínimo error. Nada nos asegura que, ante el tan alto nivel de polarización, los juicios políticos contra los presidentes no se conviertan ahora en moneda corriente en suelo norteamericano, donde tan solo se habían llevado a cabo dos hasta 2019.

Pero la historia no termina aquí. El resultado de ambos impeachments también deja una preocupante advertencia. Muchas personas, pese a sus inclinaciones políticas, son conscientes de que, luego de los ataques al Capitolio, Trump no debería ocupar nunca más un cargo público. Sin embargo, sus contundentes absoluciones también son una amenaza.

En este último proceso, tan solo siete legisladores rojos votaron para condenar a Trump, mientras que la mayoría de su partido lo apoyó rotundamente. La explicación para esto es la alta popularidad que ostenta el ex mandatario.

Con más de 74 millones de votos recibidos, Trump se convirtió en el segundo candidato más votado en la historia de Estados Unidos, tan solo por detrás, obviamente, de Biden.

Es difícil saber qué pensó cada senador a la hora de absolverlo. Pero, en su gran mayoría, deben de haber sido invadidos por dos sensaciones: temor y poder.

La primera es producto del gran apoyo popular que aún mantiene Trump: condenarlo hubiera sido visto como un acto de traición por los votantes del GOP. La segunda, porque más allá de los principios que ese país profesa por todo el mundo, internamente las ansias de poder siempre nublan todo. El ser humano siempre querrá más poder y, justamente es Trump, por ahora, quien puede permitirle al Partido Republicano recuperarlo en el corto plazo. Y es aquí donde se encuentra el mayor peligro: ignorar la libertad y la democracia que tanto pregonan con tal de continuar gobernando. Ahora, con Trump a salvo, el dilema republicano es ponerle un freno, o no, de cara a los comicios legislativos de 2022, donde él quiere poner su candidato.

Esta división interna también representa un desafío a nivel externo. Durante cuatro años, Trump intentó romper con la tradición histórica estadounidense de ser el líder mundial, lo cual lo llevó a enfrentarse con aliados de siempre, como con la OTAN. Ahora, con estas disputas internas, y aprovechando los conflictos entre aliados occidentales, sus principales adversarios, como China y Rusia, ya advirtieron que el sistema norteamericano es arcaico y está en decadencia.

Para muchos, Trump es uno de los peores presidentes que ha gobernado Estados Unidos. Para otros, el mejor desde Ronald Reagan. Lo que no cabe ninguna duda es que su legado permanecerá por mucho tiempo. Y, aunque por años será recordado por los últimos acontecimientos, con el paso del tiempo seguramente su presidencia será mucho más rememorada y estudiada que la de varios de sus antecesores.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales

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