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Un café con el ex

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26 enero de 2021

Por Patricio DellaGiovanna Gaìta (*)

A escasos días de la asunción del presidente Joe Biden, la realidad política internacional nos invita a mirar al pasado. Pocos recuerdan hoy, después de la frenética presidencia de Donald Trump, a Mitt Romney. Un mormón republicano, adalid del libre mercado y del intervencionismo militar, que volvió a la escena del modo más inesperado, cuando los seguidores exacerbados de Trump irrumpieron por la fuerza en el Capitolio.

Romeny dio una conferencia de prensa donde sentenció que la insurrección contra el Capitolio sería el único legado que tendría la presidencia de Trump en la memoria de los americanos. Fiel a la premisa de los mayores, que advierten a los jóvenes sobre los riesgos de tomar un determinado curso de acción, Romney podría hacer uso de la frase: “Se los dije”.

Así como se anticipó a los sucesos de Siria, Gaza, Crimea e Iraq, que dejaron al descubierto el desacierto de la política exterior llevada a cabo por la administración de Barck Obama, el excandidato a presidente de Estados Unidos fue uno de los primeros republicanos en oponerse a Trump, junto al difunto John McCain. La pregunta que muchos republicanos del establishment se hacen es si acaso Romney tenía razón.

Aún se recuerdan, vívidamente, los debates presidenciales entre Obama y Romney. Un Obama que se preocupaba por las energías renovables, la desigualdad social y la inmigración, por un lado. Y un Romney, que se quería parecer cada vez más a Ronald Reagan reviviendo la Guerra Fría, por el otro. Los periódicos de mayor tiraje no escatimaron críticas al candidato republicano, acusándolo de extemporáneo, anacrónico e, incluso, senil, como lo fue Reagan. Los think-tanks conservadores argüían que las principales preocupaciones de la próxima administración serían Rusia, Gaza, Africa y, para sorpresa de muchos, Iraq. Lamentablemente, ya nadie quería oír hablar ni de guerras ni de Medio Oriente.

El exsecretario de Estado, John Kerry, en un debate electoral con sus pares republicanos, se reía de Romney y le decía a la audiencia: “This guy knows nothing” (“este tipo no sabe nada”). Más bien, todo lo contrario. Romney y sus asesores, conociendo lo que había sido Iraq, comprendieron que el verdadero conflicto en Medio Oriente recién comenzaba.

Todos ellos habían formado parte de la administración de George W. Bush, sabían con lujo de detalles el infierno que significaba dejar a Israel sola en un terreno hostil. Además, recalcaron que Rusia era la real amenaza para la estabilidad internacional. El pronóstico no fue desacertado: el gigante euroasiático se anexó Crimea y amenazó con cortarle el suministro energético a la Unión Europea durante la administración de Obama, atosigó constantemente a Alemania y jugó un rol decisivo en robarle la victoria a Hilary Clinton, con una mega estructura de fake news que fueron el arma de Trump durante sus cuatro accidentados años de gobierno.

El pueblo norteamericano no estaba listo para comprender el mensaje. O, quizás, tenía hartazgo de tantas guerras en países lejanos mientras su economía se iba a pique. No obstante ello, es necesario preguntarnos qué rol juega China.

Henry Kissinger, en su libro “On China”, nos enseña a descifrar al coloso del extremo Oriente. China busca enemigos de Estados Unidos (Rusia) como instrumento para debilitarlo. Así fue como Vladimir Putin y el presidente chino firmaron un acuerdo de asistencia recíproca en el plano energético y militar. Es decir, Crimea, Siria, Libia, Irán e ISIS son financiados indirectamente por China. Ésta, compra el gas ruso, y Rusia utiliza ese dinero para financiar sus aventuras militares, con el fin de alcanzar las ambiciones que tiene desde la época de Catalina la Grande: la conquista de los mares cálidos.

Ante este panorama, pareciera que Romney tenía razón. La situación actual es preocupante: China quiere avanzar en los mercados deprimidos por el Covid-19, Rusia avanza en el mapa con la diplomacia de la vacuna y Estados Unidos tiene enemigos en su patio trasero, con bases navales en Venezuela, Cuba y Nicaragua, y una amenaza latente en territorios clave en disputa: Ucrania, HongKong, Taiwán y el Mar de China.

¿Qué agenda tiene Biden? Por ahora vemos una reedición de la política exterior de Obama. La vuelta de los ex puede ser una falsa ilusión anacrónica para un mundo que se fue. Esto puede derivar en un error de cálculo estratégico, que lleve a Estados Unidos a incurrir en una grave falta de liderazgo. Biden, debería saber que volver con los ex es como dar vuelta las pilas del control remoto: funciona un tiempo más, pero al final hay que cambiarlas. La realidad nos muestra un mundo que, gracias a la globalización, se ha vuelto chiquito y peligroso. Más conflictos armados, en muchas partes del mundo, simultáneamente, en vivo y en directo.

Mientras tanto, la diplomacia norteamericana ha estado haciendo malabares entre China, Rusia y la Unión Europea. Su alianza más fuerte es con una América Latina desdibujada en el planisferio, que parece no percatarse de los nuevos tiempos que corren. América Latina se siente ajena a todo lo que sucede más allá del Atlántico y mira con simpatía al Gigante del Pacífico, que le dejó un virus letal, postración económica y pocas certezas sobre su estilo de liderazgo.

Es hora de que Estados Unidos tenga un debate interno serio sobre qué lugar desea ocupar en el nuevo mapa del poder internacional. El equilibrio es endeble y tiene un gran desafío por delante: saber jugar en varios tableros en simultáneo, cediendo espacio para no perder el liderazgo. Quizás, “Amtrak Joe” debería evitar subirse al mismo tren que Obama y tomarse un café con su ex rival Romney.

(*) Coordinador del Centro de Estudios Internacionales (C.E.I.) de la UCA y miembro del CARI

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