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Nuevo mito urbano: la “maldición” de exportar alimentos

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Héctor Rubini 14 enero de 2021

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

Una conocida legisladora nacional no dudó ayer en sostener que es una “maldición” que Argentina exporte alimentos. Más aún, que eso es una “desgracia” por ser bienes transables, por el hecho de que “siempre hay demanda de los productos que Argentina le vende al resto del mundo”.

Cuesta creer que una funcionaria (encima, economista) haga semejante “diagnóstico”. No hace falta contar con un Doctorado en Economía para saber que las exportaciones son un motor de crecimiento económico y que el cierre de la economía hasta la autarquía casi total es el camino más seguro no sólo hacia el empobrecimiento, sino hacia la miseria.

Si aumentan los precios en el exterior, no hay mejor incentivo que ese para reasignar recursos hacia los bienes demandados cuyos precios aumentan, y para incentivar y acelerar las mejoras tecnológicas y de productividad laboral y de los demás recursos empleados en su producción. Inequívocamente, a mayor producción (y empleo), mayores ingresos de divisas por exportaciones. Salvo en un régimen esclavista o bajo oferta ilimitada de mano de obra u otros factores (supuesto teórico útil para experiencias de estricta monoexportación), es imposible suponer que si crecen las exportaciones empeorarán trabajadores y demás factores empleados en la producción de los bienes exportables. Cuesta, y más aún en el último medio siglo, encontrar algún ejemplo concreto y convincente que muestre la validez general de ciertos modelos de “crecimiento empobrecedor” (“immiserizing growth”), como el publicado en 1958 por Jagdish Bhagwati. Mucho más difícil es hallar base empírica convincente para sostener (implícita o explícitamente) que la Argentina de hoy muestra un patrón de largo plazo en línea con modelos o enfoques de ese tipo.

Por otro lado, da la impresión que el foco de semejantes afirmaciones tiene que ver con las exportaciones de alimentos para los seres humanos. Dos son los problemas subyacentes. Uno sería que al subir los precios de ciertas oleaginosas y cereales (base para la alimentación animal) su impacto es inmediato sobre los precios locales de los alimentos para los humanos (que no son sólo de origen animal. El otro es el simple hecho de identificar esas exportaciones directamente con alimentos elaborados. La volatilidad de los precios internacionales de los insumos para alimentar a los animales y para los seres humanos deberían reflejarse uno a uno en subas y bajas para los alimentos para los seres humanos en la Argentina, dada la citada “maldición” de exportar alimentos.

Los datos de exportaciones del primer semestre de 2020 muestran que lo complejos sojero y maicero (son proveedores más bien de insumos de alimentos humanos y de animales, y para biocombustibles, pero no de alimentos terminados para consumo humano), concentraban el 40,3% de las exportaciones de dicho período, con un total de U$S 10.998 millones. Luego, entre sectores exportadores de insumos para alimentos y bebidas humanas, más bien que para alimentos animales siguen (además de otros sectores no relacionados con la alimentación), la exportación de los complejos triguero (6,8% del total), la carne y cuero bovinos (5,9%), pesquero (3,1%), maní (1,7%), cebada (1,5%), uva (1,5%), lácteo (1,5%), girasol (1,4%), limón (1,0%), peras y manzanas (0,9%), avícola (0,7%), ajo (0,5%), porotos (0,4%, miel (0,4%), arrocero (0,3%), papa (0,3%), azucarero (0,2%), olivícola (0,2%), garbanzos (0,2%), té (0,1%), cítricos excluido el limón (0,1%), arándanos y frutos similares (0,1%), resto del sector hortícola (0,2%) y resto del sector frutícola (0,2%). Entre todos estos sumaban U$S 7.991 millones el 29,3% del total. Esto es: el volumen y participación sobre el total exportado de los principales rubros exportables para la alimentación humana era inferior al correspondiente a los rubros exportados para la alimentación de animales (con predominio del sector porcino y avícola chino). O sea, es mayor la exportación de nutrientes de origen vegetal para sostener la seguridad alimentaria china que la de alimentos directos para seres humanos. En otras palabras, asumir que la exportación de alimentos humanos tiene más peso que la de la de insumos para la industria alimentaria de China y otros países es un mito. Otro, el que hay una causalidad visible y evidente, o al menos correlación entre las subas de precios internacionales de commodities agrícolas y los precios de los alimentos. La evidencia reciente muestra claramente que no hacen falta más cuñas tributarias y no tributarias para “desacoplar” precios locales de los internacionales.

Tomemos como punto de partida el valor promedio mensual de la tonelada del poroto de soja en el pico de agosto de 2012 (U$S 684,02/ton, según las “Pink Sheets” del Banco Mundial). Desde entonces y hasta diciembre de 2013, dicha cotización cayó 17,5%. En dicho período el precio de la harina de soja bajó 12,6%. Sin embargo, el indicador del precio internacional del kilogramo de cortes de carne vacuna de dichas series (valor FOB en puertos de Australia y Nueva Zelanda) subió 2% en ese período mientras que el valor FOB del kilo de pollo en Estados Unidos cayó 1,4%. En Argentina, en dicho período, el IPC subió 15,1% y los precios de alimentos y bebidas 11,8%, pero el índice de precios de alimentos del Banco Mundial para todo el globo cayó 18%.

Entre enero de 2014 y octubre de 2015, el Indec publicaba un IPC nacional (IPCNu). En ese período ese índice aumentó 33,8% y alimentos y bebidas 27,2%. Pero el índice de alimentos del Banco Mundial cayó 20%. En ese período el precio del poroto de soja cayó 33,5% y el de la harina de soja, 30,9%. A su vez el precio internacional de la carne vacuna había subido 1,3% y el del pollo cayó 23,9%.

Si se toma la serie actual del IPC, con base diciembre 2016 = 100, se observa que desde entonces y hasta diciembre de 2020 el IPC de Argentina acumuló una suba de 236%, mientras que el precio de los alimentos aumentó 293,1%. Sin embargo, el índice de precios de alimentos del Banco Mundial sólo 13,3%. En dicho período el precio del poroto de soja aumentó 20,2%, la harina de soja 39,3% el precio internacional de referencia del Banco Mundial para la carne bovina subió sólo 6,8%, mientras que el del pollo registró una baja de 19,4%.

Que un bien sea comerciable no significa que necesariamente las subas y bajas de cada país en sus precios internos dependa en el corto plazo forzosamente de los internacionales. En buena medida eso va a depender de las trabas impositivas y regulatorias al comercio exterior y también al comercio interior (incluyendo controles de precios) de cada país.

Tratar de explicar la inflación sólo con los precios internacionales de los commodities, ignorando de manera adrede el rol del expansionismo monetario y de los ajustes en el corto plazo del sector privado a los cambios en los ingresos observados y esperados, es formarse una idea incompleta de la realidad. Un error serio que se inicia en “comprar” como verdades generalizaciones sin base empírica o (peor aún) simples falacias, y que puede conducir a recomendaciones de política económica de consecuencias gravosas.

Si se compra como “verdadera” la aparente necesidad más intervenciones estatales y más invasivas, la toma de decisiones en línea con dichos diagnósticos sin base empírica convincente, puede conducir a verdaderos desastres. Ejemplos históricos abundan en nuestra región, y no necesariamente hay que mirar hacia Venezuela. Nuestra historia acumula una verdadera enciclopedia de decisiones erradas simplemente por atribuir a los números de la realidad relaciones causales débiles, o directamente inexistentes.

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