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La política en 2021

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Carlos Leyba 13 enero de 2021

Por Carlos Leyba

¿Ha manifestado nuestra política vocación por diseñar, consensuar y ejecutar programas de acumulación y distribución, que interrumpan la decadencia?

No parece su prioridad.

¿Acaso el “poder” no se valida moralmente sólo si diseña, consensua y ejecuta ideas para el bien común?

“Poder” tiene dos lecturas. Una, el sustantivo “poder”: lo que se obtiene. Otra, el “poder verbo”: es el hacer.

“Poder hacer” requiere tener “poder sustantivo”.

La política se ocupa de ambas cosas.

A partir de la era del marketing, los que llegan al “poder sustantivo” continúan “en campaña” para mantenerse “sin ideas” y “sin hacer”. Así, “el poder” consume energía y perfora cerebro y valores de quienes lo ejercen.

Gobernar para conservar el poder instala el “inmediatismo”, reduce la política al ataque a las consecuencias.

“Siempre he creído mejor hacer que desaparezcan las causas, en vez de empeñarme en destruir sus efectos”, dijo Juan D. Perón (4/12/1944). Lección no aprendida. Particularmente por los que gobiernan en nombre del peronismo.

El marketing impide abocarse a causas, a planificar, a buscar consenso. Es “vamos viendo”. Gobiernan “las circunstancias” o el “ruido” de las “minorías activas, eufóricas y militantes” que han convertido las calles en plebiscito. Ganan los menos porque se mueven. Lo sustantivo se posterga y lo pequeño se consagra.

Sin plan, sin estrategia, puede haber legitimidad en el acceso, pero no legitimidad de ejercicio en el poder.

Vivimos tiempos limitados a “obtener y mantener el poder” a cómo de. No hay consenso porque se trata de aniquilar la alternativa.

En esta tensión por llegar y permanecer no se habla de ideas, de lo que importa. “El enojo” permanente, real o simulado, esconde la incapacidad de pensar de gobierno y oposición. “No puedo escribir cuando estoy enojado”, dijo Jorge L. Borges

¿Qué nos depara el año electoral? Frente de Todos (FdT) versus Juntos por el Cambio (JxC). Un tercer espacio: Roberto Lavagna, primero por la UCR y luego candidato con el apoyo de Luis Barrionuevo. Una voluntad tercerista que, en los hechos, dividió el voto opositor.

Cuando ganó CFK acordó con Néstor el futuro del PJ. Hoy aliado del FdT, con derecho a cargos, Graciela Caamaño vota K en el Consejo de la Magistratura: lo que importa.

La última declaración de Lavagna representa, por la oportunidad, el apoyo a CFK en su “crítica al ajuste” que Martín Guzmán intenta para acordar con el FMI.

En política, contenido y oportunidad pesan igual.

En 2021, Lavagna y los “liberales” restarán votos a la “principal oposición”.

JxC, en incertidumbre respecto a la estrategia electoral, está vacía de ideas acerca de cómo revertir la decadencia. El macrismo aceleró nuestro proceso decadente. Nada hay para rescatar en cuatro años de superficialidades y errores.

¿Habrá allí lugar para el optimismo de una propuesta?

El FdT capitaliza la base histórica del peronismo. En las últimas décadas aquella transformación se desmoronó con el concurso de los gobiernos “peronistas”. Queda la memoria de aquél proceso de inclusión. Voluntades esperanzadas: un recuerdo que se vota (Julio Bárbaro).

La paradoja del voto popular es ignorar que Estela Martínez, Carlos Menem o el matrimonio Kirchner, todos “candidatos en nombre del peronismo”, nada hicieron por aquél industrialismo incluyente que requiere del “movimiento obrero como columna vertebral” del Consenso.

Los Montoneros, la guerrilla usurpadora del nombre del peronismo, fueron los autores intelectuales del asesinato de José I. Rucci. Los mismos, en su alianza con Menem, lograron el indulto que incluyó a genocidas.

Practicaron “la ética de la conveniencia” que bien puede hacer del indulto un clásico o de la amnistía una forma legal de la amnesia. ¿Y el bien común?

El “poder sustantivo”, con años en nombre del peronismo, derrumbó el proceso de inclusión social que inauguró Perón y que consistió, sin violencia, en terminar con la “deferencia social”, que aún transita vastas regiones de America Latina. Somos culturalmente, desde entonces, una sociedad de iguales gracias a una revolución sin violencia que ejecutó Perón y que toda la sociedad compartió. Hoy está en riesgo por el incremento de la exclusión y la violencia social.

La eliminación de la “deferencia”, en aquellos años, se ejecutó con la continuidad de la industrialización; con nueva la convocatoria a trabajadores y empresarios a aportar para recibir equitativamente y por el ejercicio del poder sin dependencia de los lobbies.

Por los resultados, no ha sido esa la característica de los “sucesores”. No es el pensamiento revelado del FdT. Ni industrialismo ni política de trabajo productivo.

Su geopolítica “pro-China”, que empujan los lobistas del PRO, sin estrategia industrial, de empleo y de ocupación territorial, conforma un paso barranca abajo.

El FdT renunció al protagonismo de los gobernadores y a la alianza con el sindicalismo y el empresariado nacional.

Con legitimidad de llegada, el FdT propone una oferta “superadora del peronismo movimiento”.

El líder es Néstor, su mandato es la sucesión. No el pacto social.

Salvador Dalí, creo, prefería la monarquía a la democracia porque aquella había resuelto el problema de la sucesión. En el FdT el mandato es “será pingüino o pinguina”.

Su construcción ideológica se nutre de inspiraciones antagónicas a las de Perón.

El origen: la Revolución de 1943, “fue llevada a cabo para impedir la huelga revolucionaria que el Partido Comunista, con el 40% de los cargos directivos de las organizaciones obreras, estaba dispuestos a perpetrar” (Perón, 4/12/1944).

La Cámpora, que controla el PJ, reivindica a Héctor Campora a quién Perón le pidió renuncie a la presidencia por “deslegitimación de ejercicio”. Es que Cámpora y Montoneros fueron los adversarios principales al Pacto Social, al plan y al legado de Perón de 1973.

Reivindicar a Cámpora y a Montoneros, a quienes Perón llamó “estúpidos imberbes” es, en términos de blanco y negro, bastante “gorila”.

Ni bien ni mal. Pero, ¿es correcto usar el envase con otro contenido?

El FdT entregó la conducción de la estratégica Comisión de Presupuesto de Diputados a Carlos Heller, prestigioso banquero que llega como un aliado de la izquierda “no peronista”. Vilma Ibarra, formada en rutas intelectuales enemigas del peronismo, es la redactora de la ley del aborto, cúspide de un modelo cultural que no puede estar más alejado de lo que conocíamos como peronismo original adscripto a la Doctrina Social de la Iglesia.

Al respecto, Fernández (en Canal 7) reveló su dominio teologico de la patristica y refutó el magisterio de Roma en materia de aborto. Sostuvo que Francisco, al no conocer el pensamiento de Tomás y Agustín (sic), incurrió en un error doctrinal que él, Alberto, logró salvar al proponer la ley de liberalidad financiada del aborto. ¿Silencio de la Iglesia?

En 1963, en La Habana, John W. Cooke me “escandalizó”, sin ser yo peronista, con sus expresiones sobre el pensamiento político y la persona de Perón. El gordo Cooke, que quería a Perón viviendo en Cuba o “expulsado”, inspira el FdT kirchnerista: reivindicar históricamente la guerrilla, apoyar al chavismo y sostener una estrategia internacional “pro-China”. Muy Cooke.

Coherente, Cristina, presidente, no quiso la estatuta de Perón cuando Antonio Cafiero, el último peronista conocido, le pidió que lo instalara. Debe haber otros, pero el silencio los hace desconocidos.

Néstor, junto a Torcuato Di Tella, proponía un sistema de un partido de izquierdas, el FdT y uno de las derechas. No al movimiento. Pero la clave es el método de obliteración de cualquier alternativa: “la sucesión”.

Apostilla: Menem, con Di Tella, pero Guido, formalizaba, junto a otros hoy rabiosamente K, las relaciones carnales con Estados Unidos.

“Lo esencial” es la dinastía sucesoria como liderazgo y articulación de la política: es el único programa de largo plazo revelado.

Es que la ruptura del “liderazgo sucesorio” (dejando de lado cuestiones judiciales), por ejemplo una confrontación democrática en las PASO 2023, encogería el FdT.

El mandato sucesorio permite confluir intelectualidad “progre” con base popular urbana. Un piso muy alto.

¿Qué hay del otro lado? Una oposición, cocinada en marketing, sin capacidad de formular alternativa. Una suma de “la memoria antiperonista” más derecha tradicional y una nueva corriente de neoliberalismo militante. Los une la resistencia, no una propuesta. Gente a la defensiva.

2021 dos partidos.

Uno, que cuenta con el aparato del Estado, las agencias de capilaridad política (Anses, entre otras), las “cajas”, el posible control de la Justicia. Un proyecto de permanencia, motorizado por el “vamos por todo”, sin programa ni plan, pero administrando la sucesión sin discusión.

Otro, suma de fragmentos escurridizoa a los que sólo los une la resistencia. Incapacidad de reemplazo porque no puede consolidar una visión, un liderazgo, una causa, y navega sin ideas, más allá del valor, cierto pero no abarcador, de las reglas republicanas.

Alberto Fernández representó una inspiración social demócrata, aliada a los gobernadores y al movimiento obrero, con un mensaje “consensual”. Por eso sumó votos.

La gestión inicial de la pandemia proyectó su imagen por encima de la del FdT.

Pero la realidad, pandemia y economía, más el abandono de aquél posicionamiento consensual fundante, erosionaron su futuro.

Lo que le queda a Fernández, como herramienta un tanto deshilachada, es la recreación del Pacto Social, el legado de Perón. El meneado Consejo Económico Social.

Tal vez en 2021 Alberto logre la inclusión de trabajadores y empresarios en un proyecto de construcción.

Hasta hoy “la sucesión” es el único programa y AF se esmera por compartirlo. Su último paso fue golpear a la “columna vertebral de protesis de los intendentes del conurbano”. ¿Ese golpe de la dupla Máximo más AF, la quebrará o la enderezará?

Difícil ser optimista. Falta de ideas y programas, en ambas márgenes, garantiza la espantosa continuidad.

Cuando hay una necesidad hay una oportunidad, aunque nuestras limitaciones nos impidan verla.

No es sano imaginar lo peor para que nazca lo bueno.

Hay mucho por hacer.

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