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La pobreza es la hija de la baja inversión

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Jorge Colina 27 enero de 2021

Por Jorge Colina (*)

Hay un solo motor para el progreso de las sociedades, que es, la productividad económica. Las sociedades prosperan cuando sus miembros pueden producir crecientes cantidades de bienes y servicios, los cuales exceden los requerimientos básicos para la subsistencia. En otras palabras, una sociedad que sólo produce alimentos para sobrevivir es una sociedad estancada, sin progreso. Cuando esa sociedad empieza a producir excedentes, por encima de lo que necesita para sobrevivir, es cuando comienza a prosperar.

En las sociedades capitalistas, este excedente social se materializa en salarios que superan lo que las familias necesitan para sobrevivir. Desde el punto de vista práctico, lo mínimo indispensable para sobrevivir decentemente sería lo que marca la Canasta Básica Total (CBT) o también conocida como línea de pobreza. Es decir, el conjunto de bienes y servicios que una familia debe consumir para no ser considerada pobre.

Argentina, desde 2018, está atravesando una severa y prolongada crisis. Confluyeron dos crisis. Primero vino la crisis fiscal y cambiaria del 2018 que llevó entre el 2017 y el 2019 la pobreza desde el 30% al 35% de la población. Sobre esta crisis se sumó el confinamiento por la pandemia que llevó la pobreza al 40% en el 2020.

Lo que es interesante de observar en este proceso es cómo se comportó la línea de pobreza, el salario formal de la economía (que es el que pagan las empresas más modernas) y un dato clave de la economía: la inversión.

Entre el 2017 y el 2019 (primera fase de la crisis), la línea de pobreza que mide el Indec se incrementó en 115% mientras que la mediana del salario formal de la economía lo hizo en 80%. Esto significa que los hogares están teniendo menos excedentes sobre el consumo básico necesario. Por eso, aumentó la pobreza. Cuando se mira la inversión surge que cayó 21%. Es decir, las empresas invirtieron menos y esto hizo menos productivos a los trabajadores.

En el 2020 (segunda fase de la crisis), la línea de pobreza volvió a aumentar 42% y la mediana del salario formal de la economía lo hizo en 39%. Es decir, de nuevo, los trabajadores formales están produciendo menos de lo básico necesario para sobrevivir decentemente. Cuándo se mira la inversión, aparece que en el 2020 cayó 26%.

Así las cosas, el aumento de la pobreza es el resultado de una sociedad que invierte cada vez menos y por eso los trabajadores en su conjunto pierden productividad (producen cada menos bienes y servicios con el mismo esfuerzo). La caída de la inversión está haciendo que el excedente social se reduzca, lo cual trae aparejado de que la pobreza no sea transitoria. No es transitoria en el entendido de que no desaparecerá con el mero paso del tiempo, ya que está producida porque la economía produce cada vez menos.

Así como no existe discusión en torno a que el motor del progreso material de la sociedad es la productividad, en donde sí existe un mar de controversias, confusiones y desaciertos es en cómo hacer para que la productividad se eleve.

Los enfoques tradicionales señalan de que la inversión es el sacrificio de consumo presente para generar mayor consumo futuro gracias a la mayor productividad generada por esa inversión. Esta es la forma en que prosperaron los países asiáticos (Corea, Taiwán, Singapur y más recientemente China) que partieron con modelos de muy alta inversión (cerca de 30% del PIB) y salarios reales bajos. También hay matizaciones. No hace falta deprimir el consumo presente cuando se tiene acceso fluido al mercado de capitales para financiar la inversión que elevará la productividad. Este fue el camino de los países de éxito en Europa del Este facilitado por su incorporación a la zona del euro.

Después están los enfoques heterodoxos. Estos señalan ?extremando la simplificación? que primero hay que redistribuir el ingreso entre la población, esto aumenta el consumo masivo lo que genera las condiciones propicias para que aumente la inversión. Este es el enfoque que adoptó Argentina desde el advenimiento del peronismo y que se resume en el principio de que el modelo debe ser de aumento de salario real para expandir el mercado interno y así generar mayor inversión y crecimiento.

Hoy, se hace muy difícil pensar en que la llave a la mayor inversión sea la redistribución, cuando los salarios formales vienen perdiendo contra la línea de pobreza. No se están generando excedentes. No se ve qué es lo que se puede redistribuir. Tampoco hay acceso a los mercados de capitales. Parece que no queda otra que el modelo asiático de sacrificio presente para un futuro mejor. Pero esto exige un esfuerzo monumental de sinceridad política, que todavía no se ve ni en un pequeño resquicio del arco político argentino.

(*) Idesa

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