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Churchill: “Los hechos valen más que los sueños”

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Carlos Leyba 29 enero de 2021

Por Carlos Leyba

Los sueños no necesariamente generan hechos. Los hechos, que pueden ser escalones de la historia, invitan a realizar los sueños. Esa dinámica contiene al progreso.

“Los hechos”, aquí y ahora, no conforman un sólido panorama de expectativas positivas. Componen un mundo de amenazas y desafíos en el planeta entero, incluyendo a los países que lideran acumulación y bienestar.

La mochila que registramos en nuestra memoria colectiva y en una enorme cantidad de historias personales es una acumulación de frustraciones previas a la pandemia.

Nuestro pasado inmediato, la magnitud y duración de la pobreza, el estancamiento económico, la debilidad de las instituciones, la colosal distancia entre los valores invocados y las prácticas colectivas, la decepcionante trayectoria de los líderes políticos, todo sumado, retrocede la mirada y hace muy dificil encontrar, colectivamente, signos positivos en el futuro imaginado.

Esos signos positivos son aquellos que sostiene las expectativas optimistas, materia prima de la confianza.

La política conduce la producción de los hechos colectivos y es responsable de generar las expectativas colectivas.

Sí, con la palabra pero, fundamentalmente, con gestos y hechos.

Los signos positivos no se alimentan sólo de las palabras sino de gestos y hechos.

Estamos pobres de hechos. Es insensato asignar esa carencia sólo a las responsabilidades inmediatas.

Vienen de largo.

Diría que culpables, cada uno en su medida, somos todos.

Hoy estamos pobres de gestos y, sobre todo, estamos poniendo demasiada distancia entre las palabras y los gestos. Los gestos que cuentan, en la política, son sólo los inmediatos. Veamos.

La desafortunada frase acerca de “disfraz para el carnaval” de Horacio Pietragalla, en respuesta a la demanda pública sobre el tratamiento a las personas confinadas por Covid por parte del gobernador Gildo Insfrán, genera desánimo en todos los que, lejos de la grieta, requerimos de los funcionarios públicos la conciencia y la práctica, minuto a minuto, de demostrar que sólo son elegidos servidores públicos para todos, y no titulares de una jerarquía moral o intelectual que sólo se demostrará, con actos muy distintos a los gestos y palabras de Pietragalla, al final de la gestión.

El Jefe de Estado debería llamar la atención por estos desplantes o prepotencias. No es el primero que tira arena en los ojos para no dar explicaciones. Recordemos a Victoria Donda.

Por cierto no nos olvidamos a los funcionarios del PRO que calzaron el mismo guante.

Esas cosas pequeñas alejan la posibilidad de consenso.

Hay pobreza larga en materia de gestos de respeto al otro. Respeto es la base para construir consenso: no es posible consenso sin respeto.

Para que los mayores recordemos y los jóvenes aprendan: “Este viejo adversario despide a un amigo”. Lo dijo Ricardo Balbín ante el ferétro de Juan Perón.

En su discurso en el 51º Foro Mundial de Davos, tuvo Alberto Fernández una oportunidad para generar expectativas positivas referidas al futuro.

La negociación de la deuda privada y la pandemia le han consumido una enorme energía a su Gobierno y se han llevado, sin resultados concretos positivos en materia económica, social e institucional, un cuarto de su mandato.

La cuestión de la deuda con el FMI y la perspectiva de la pandemia no hacen del escenario de 2021 uno de cosechas fáciles.

La constelación de cuestiones heredadas y sobrevenidas, que ni se ajustan ni se aflojan con “tornillos internos”, es de una magnitud única, como única es la acumulación de problemas estructurales que no pocos los confunden con sus efectos.

Sería injusto no reconocer que lo que le ha tocado administrar a Fernández es una complejidad de problemas con una límitación de instrumentos absolutamente única.

Nadie, desde 1983, la tuvo tan complicada.

Ni la hiperinflación de Raúl Alfonsín (1989), ni la hiperdesocupación de la implosión de la convertibilidad (2001), son comparables a la decadencia de 46 años que se acumula y nos asfixia, a esta inflación, a este estancamiento, a estos problemas fiscales y a la pandemia del presente.

Y menos aún al tamaño que ha adquirido un Estado cargado de desempleo encubierto, con una colosal incapacidad para brindar servicios públicos, una presión tributaria, enorme y desordenada, que es tal por la enorme evasión previsional y la práctica tolerada de la evasión en el último tramo del comercio.

Los blanqueos sucesivos, cualquiera sea el argumento, señalan años de gambeta fiscal y fuga de acumulación que van secando las ramas verdes del crecimiento.

Lo de Fernández es muy dificil. Es obvio que solo no puede. No sabemos si él piensa eso.

Sabemos que ni Cristina, ni el Instituto Patria, ni La Cámpora ?en ese orden, tronco, cerebro, y manos y patas, del Frente de Todos? creen que “los otros” tengan que seguir en el barco. Ni hablar de compartir la cabina de comando que es el consenso.

La firma la tiene Alberto. Pero el papel, la tinta y la lápicera están sometidas al manoteo de tronco, cerebro y miembros inferiores y superiores del FdT.

Hasta ahora ha predominado el rechazo al diálogo con la oposición. Fernández no ha ensanchado ni las bases de comprensión de los problemas, ni el clima de respeto previo al consenso y nada ha hecho que apunte a una cadena de gestos que señalen que él va por el camino imprescindible. Sin duda no hay futuro sin consenso.

Veamos. El viaje a Chile, donde ratificó su visión latinoamericana, fue un gesto de respeto al país hermano que diseña, desde hace décadas, una geopolítica diferenciada respecto de la dominante en Argentina.

En ese contexto “de respeto”, al no invitar al gobernador de Mendoza a que lo acompañe, siendo que las familias, de un lado y otro de la cordillera, tienen lazos de siglos y que las relaciones comerciales de Mendoza y Chile son de enorme intensidad y que, además, a través de Mendoza se teje casi toda la logística de la relación binacional, Alberto tuvo un gesto de ausencia de respeto toda vez que fue acompañado de otros gobernadores limítrofes.

¿La única provincia limítrofe gobernada por un opositor no pertenece al cuerpo de la Nación?

Pésimo gesto, inexplicable.

¿De qué unidad hablamos si ni siquiera al salir del país podemos sostener la unidad nacional?

Tal vez sea el tributo a una íntima colaboradora de Cristina, senadora por Mendoza, que promovió la frustrada expropiación de Vicentin, que bien puede haber promovido la exclusión de su provincia en este viaje, en clave preelectoral. En todo caso, como comprovinciana no lo reclamó. ¿Gestos de cabezas pequeñas y corazones vengativos?

Un gesto que claramente no contribuye al clima de consenso.

¿A qué viene esta preocupación que si bien es permanente, se hace cada día más crítica?

Es que estamos en un año electoral y nada augura que, con los antecedentes de clima político a la fecha, vaya a ocurrir otra cosa que una metralla continua entre bandos.

En otro año más de pandemia y discusiones de deuda externa, la disputa va a inviabilizar siquiera pensar las grandes transformaciones necesarias.

Es más que urgente transformar el clima político para pensar, en conjunto, una salida de este atolladero que nos está minando las expectativas y con ellas, la confianza.

En este marco quiero leer las palabras de Fernández en Davos.

Dejo de lado conceptos que todas las personas de buena voluntad, aunque con distintas visiones, compartimos. Muy bien por ello.

La mención al Papa Francisco ha sido muy saludable. Sobre todo por su coincidencia con la visión de la Santa Sede sobre el deterioro del Estado de Bienestar en el marco del capitalismo actual y por los impactos sobre la ecología, la pobreza y la desigualdad, de un crecimiento que ha desantendido valores profundos de Occidente.

Pero lo que desvanece esa manifestada coincidencia en las palabras papales, es el golpe al derecho a la vida producido, en los hechos, con la ley del aborto financiado por el Estado.

Es decir, se pueden defender las mismas ideas de Francisco sin necesidad de mencionarlo cuando, en los hechos y en los gestos, se lo acaba de ignorar, con celebración en el CFK incluida.

Vamos sí, a la excelente idea de poner en marcha el Consejo Económico y Social para el desarrollo. Pero, ¿por qué se aventa el consenso?

El consejo es una idea necesaria y posible.

¿Por qué necesaria? Porque nuestro país no ha diseñado aún, lo que es el primer bien público de una sociedad democrática: una visión compartida del futuro. Esas son las claves para orientar las voluntades acompañadas de los incentivos para que se conviertan en hechos.

Si no hay una visión compartida, ¿cómo imaginar la estabilidad de los incentivos del futuro?

Aquí esta todo por hacer: un país vacío, pleno de recursos, sin ideas y con la pobreza acumulada en un infinitesimo espacio del territorio.

No ocurrió por un capricho ni por un hecho de la naturaleza.

Es la consecuencia de las políticas o la ausencia de ellas, que

hemos estado ejecutando desde hace cuatro décadas con políticos, de todos los colores, que en lo único que han coincidido es en no hacer lo que hicieron y hacen, los países que han crecido desde que el capitalismo se convirtió en modelo, después de haber nacido como un hecho de la historia.

El Consejo que se propone AF deberá elaborar esa visión y esos instrumentos: nada nuevo. Se trata de copiar no lo que dicen, sino lo que hacen los paises exitosos.

¿Por qué posible? Porque antes de ahora lo hemos logrado. Sobre todo con Balbín y Perón en 1971/74, aunque radicales y peronistas lo ignoren, por la sencilla razón que están a años luz de la altura de aquellos hombres.

Justamente, porque Francisco predica la doctrina del encuentro y si las coincidencias mentadas tienen alguna profundidad, deberían pasar por ahí.

Si Alberto coincide con Francisco comprenderá que lo “económico y social” es el resultado. Pero que la base es el consenso, el acuerdo, la amistad política. Todo lo demás es la cáscara.

Ya sabe, lo que vale es lo que está adentro.

Lograr que sea posible son los hechos.

Alentarlo son los sueños.

Gracias Winston.

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