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Por qué crece la ofensiva mundial para regular a los monopolios tecnológicos

Hace cinco años, empresas como Facebook, Google o Apple, eran tenidas en alta estima y consideradas innovadoras y benévolas. Sus dirigentes, vestidos con jeans y T-shirts, a diferencia de los ejecutivos de las tradicionales, eran ovacionados y admirados como modelos a imitar.

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Pablo Maas 31 diciembre de 2020

Por Pablo Maas

Una noticia reciente, aparentemente menor, pero altamente simbólica, ilustra el grado de malestar que ha provocado en grandes sectores de la sociedad la irresistible ascensión de las grandes empresas tecnológicas (BigTech). Hace dos semanas, la legislatura de San Francisco, California, la cuna de la llamada revolución tecnológica de Silicon Valley, votó por amplia mayoría una moción de condena al hecho de que el principal hospital público de la ciudad lleve el nombre de Mark Zuckerberg. Hace cinco años, Zuckerberg, el dueño de Facebook y su esposa Priscilla Chan, donaron US$ 75 millones a la institución, en la que Chan se desempeñaba como médica pediatra. Como parte de la donación, el hospital fue rebautizado como el "Priscilla Chan and Mark Zuckerberg San Francisco General Hospital and Trauma Center".

Hace cinco años, empresas como Facebook, Google o Apple, todavía eran tenidas en alta estima y consideradas innovadoras y benévolas. Sus dirigentes, cancheros y vestidos con sencillos jeans y T-shirts, a diferencia de los formales trajes de los ejecutivos de las grandes compañías tradicionales, eran ovacionados y admirados como modelos a imitar en la "nueva economía" digital, que prometía hacer del mundo un mejor lugar para vivir. Cinco años después, esa imagen ha caído hasta el subsuelo. Muchos residentes de San Francisco han aprendido a detestar a las grandes tecnológicas como a Darth Vader y la Estrella de la Muerte. De hecho, los legisladores de la ciudad lamentaron que el hospital público de la ciudad "lleve el nombre de una persona que ha puesto en peligro la salud pública en este país y alrededor del mundo".

La reacción contra las grandes tecnológicas, que ahora muchos llaman "Tecnopolios" (monopolios tecnológicos) ha ocurrido a una velocidad equivalente a su acumulación de dinero y poder. En 2020 fueron las principales beneficiarias de la pandemia. Empresas como Amazon crecieron hasta límites inimaginables, que harían ruborizar a los grandes monopolistas industriales de comienzos del Siglo XX en EE.UU. Pero este fue también el año en que los gobiernos encararon decididamente su control y regulación. Los europeos ya no están solos en su búsqueda de regular las actividades de los gigantes tecnológicos. En Estados Unidos, el Departamento de Justicia y los procuradores generales de casi 40 estados han desatado una andanada de juicios antimonopólicos contra Google y Facebook. Republicanos y demócratas coinciden en su hostilidad hacia los nuevos monopolistas y en la convicción de que se han transformado en demasiado poderosos.

Los políticos no hacen otra cosa que interpretar el sentimiento general. Cada vez hay más evidencias de que la confianza pública en los colosos de la economía digital se ha deteriorado fuertemente. Incluso dentro mismo de las compañías, crece el repudio a ciertas prácticas de sus líderes. En Google, 1.400 empleados firmaron este mes un petitorio en contra del despido de una investigadora negra. Timnit Gebru, una eminencia en inteligencia artificial, escribió un paper criticando la ética de los algoritmos que utiliza la compañía. El público en general ya es más consciente del lado oscuro de la tecnología.

"La satisfacción con ese estilo de vida conectado digitalmente parece estar decreciendo", escriben dos académicos en la última edición del año de la revista Foreign Policy (“7 Reasons Why Silicon Valley Will Have a Tough Time With the Biden Administration”). "Temas abstractos como la pérdida de privacidad y el poder de los efectos de red ahora ya se sienten reales y en persona: todos hemos visto cómo nuestras acciones online producen avisos que nos persiguen en Google y Facebook; todos vemos cómo los pequeños negocios cierran porque no pueden competir con las ventajas económicas y logísticas de las plataformas de comercio electrónico, incluyendo los favores impositivos y regulatorios que han podido comprar", detallan.

La ofensiva contra los "Tecnopolios" es global. En China, la gran noticia de este mes ha sido la decisión de las autoridades antimonopólicas de investigar al gigante del comercio electrónico: Alibaba, nada menos. La decisión se produjo semanas después de que se frustrara la salida a bolsa (IPO) del brazo fintech de Alibaba, llamado Ant. Para el Partido Comunista (PCCH), el imperio creado por Jack Ma, no parece ser demasiado grande para caer. Días antes de que los reguladores financieros chinos suspendieran la IPO de Ant, Ma se había burlado de ellos y los grandes bancos estatales chinos, a los que comparó con "casas de empeño". Ahora el PCCH le está demostrando quién manda en el país. La acción de Alibaba cayó un 10% en reacción a los anuncios.

"China repiensa el modelo Jack Ma", sintetizó en un título la semana pasada el Financial Times. Según el influyente periódico financiero, el gobierno chino tiene al menos dos motivos para actuar con sus propios monopolios tecnológicos de la forma en que lo está haciendo. El primero es interno: ponerle un límite al poder de los conglomerados de internet en la medida en que llegan a desafiar al propio Estado y al Partido. El otro es externo y consiste en ponerse a la vanguardia de los estándares internacionales en áreas como la privacidad de los datos y las finanzas digitales. Esto colocaría a sus compañías en mejores condiciones para competir con rivales como Google, Facebook o Uber fuera de China. Si este fuera el caso, se trata de una decisión estratégica y de largo plazo: China está en carrera para disputar con Estados Unidos la supremacía en las últimas tecnologías de inteligencia artificial y Big Data. Es un objetivo demasiado grande para Jack Ma o cualquier otro empresario individual, por grande que fuere. Lo que China está demostrando es que el capitalismo es demasiado serio como para dejarlo en manos de algunos capitalistas.

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