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11 diciembre de 2020

Carlos Leyba

El que hoy, tal vez, es el más leído de los comentaristas de la vida política argentina reconoció, este lunes, un hecho incontestable que muchos, lejanos de las voces audibles, definimos y alertamos hace años sin lograr atención: nuestro país es una fábrica de pobres.

Este es “el punto”. ¿A qué está asociada la construcción de una fábrica de la pobres?

Los que cargamos muchas décadas bien sabemos que “la fábrica de pobreza”, tiene causa y fecha de instalación. Sencillamente antes, estas legiones de pobreza, no estaban. Hechos y estadísticas.

¿Cuándo y cómo empezó a funcionar la fábrica? Recuerdo el tímido surgimiento de las villas miserias en los fines de los '50. Eran villas de tránsito hacia un trabajo que permitiera la instalación. Las chicas de los colegios religiosos de Belgrano iban, a fin de clases, a esas villas, hoy un barrio parque frente al golf municipal, a misionar. El migrante interior (al que el país no trato tan generosamente como lo hizo con los inmigrantes europeos) llegaba a la búsqueda del trabajo que rápidamente encontraba. No existía una cultura de la villa. Los curas progresistas eran curas obreros: se misionaba en el trabajo, no en la desocupación.

La pobreza tiene fecha estadística (1975) y no considerarlo no permite discernir.

¿Fue después de 1925? No. “El vigoroso desarrollo de la manufactura absorbió no solamente la población desocupada en 1931, sino también el aumento natural de la población en edad de trabajar, de los años 1931 a 1939”: Alejandro Bunge (Rev. Eco. Arg. Nº237 p.82). Entre 1944 y 1974, el PIB por habitante de Argentina creció al mismo ritmo que Estados Unidos.

La era de la divergencia ocurrió también a partir de 1975 y a compás de la desindustrialización programada y del endeudamiento externo.

El endeudamiento que financió la sustitución de la producción nacional por productos importados, sin expansión exportadora y que permitió la fuga de capitales que desfinanció la inversión. Una anomalía asociada a la fábrica de pobres instalada. El fundamento de una economía de consumidores que no produce lo que consume.

No se lo llama así pero es la cumbre del populismo: “generar consumo sobre la base de deuda externa”. La decadencia económica está asociada a la decadencia de la moral política. Simple, 20 millones de pobres y US$ 300/400.000 millones de residentes argentinos fuera del sistema.

El concepto de decadencia requiere progreso previo (Alexander Gescherkron). El exitosísimo proceso de industrialización, que se inició en los '30 y se continuo con el Estado de Bienestar hasta 1975, fue el período de progreso económico con inclusión social, sin pobreza y con distribución primaria del ingreso, que produjo el sistema capitalista de la Argentina del Siglo XX.

Todos los números lo avalan y no hay un solo número que lo pueda refutar. Estadísticas. No ideología o furias. Muchos excomunistas y exMontoneros son los adalides de los que niegan ese progreso extraordinario. Y muchos han sido parte de los gobiernos que han generado, con sus decisiones, la decadencia.

Federico Sturzenegger, liberal de pura cepa, sostiene que nuestro PIB por habitante fue 75% del de Australia desde 1900 hasta 1975, momento en que se derrumbó hasta nuestros días.

En las décadas de progreso conservadores, militares, peronistas, radicales. En las de decadencia ocurre lo mismo. No son los partidos, es el sistema, la estrategia y su diseño.

En la etapa de progreso es clarísima en la coincidencia en las políticas básicas. En la decadencia también.

Los procesos de política económica se identifican por lo central que tienen en común.

De los '30 al '74, lo común fue producción, industria, empleo, bienestar social.

Desde el '75 lo común es la destrucción de la industria, el desprecio por la producción, el desempleo o el empleo improductivo y el malestar que produce el dogma de “no hay alternativa”.

Un joven argentino en los '60 vio por primera vez una legión de personas pidiendo limosna en una avenida principal de una ciudad: por ejemplo, en Madrid. No en Buenos Aires. Entonces, nuestro PIB por habitante (en dólares) era el doble del de Japón y aquí se juntaba dinero para las misiones jesuitas en aquél país.

En los '70 y hasta 1975, en Buenos Aires, los bancos privados vendían departamentos en Belgrano, Caballito y Palermo, a 12 años de plazo en pesos y en cuotas. Los campos se vendían en pesos y a tres años.

En aquella economía argentina de pleno empleo, un objetivo de la política, con cientos de miles de empresas pymes que abastecían industrias y a la automotriz que exportaba y que era la mayor de América del Sur, la pobreza era 4%, menos de 1 millón de personas y los coeficientes de Gini tenían nivel nórdico.

Importan los hechos. Todo lo demás son comentarios. Los posteriores a la citada intervención periodística, con que empezó esta nota, se han mantenido en la misma línea de superficie del problema sin preguntarse qué es lo que la empuja y lo que genera la multiplicación de la pobreza.

La fábrica de pobres es una construcción deliberada.

En esa construcción, pergeñada a detalle, sus autores (de todas las fuerzas políticas) tal vez no hayan siquiera imaginado el resultado de esa ingeniería.

Pueden haber imaginado que decretar el fracaso y consiguiente desmontaje de la industrialización por sustitución de importaciones, resultaría en una nueva fábrica de bienestar colectivo sin exclusiones. No ocurrió. Lo dicen los números.

La obra fue el resultado de la ideología, de la mala traducción y de un enorme desprecio por la realidad.

El daño se mide en términos de futuro. La mayor parte de los pobres son jóvenes; y los pobres son la mayor parte de los jóvenes. Si calificamos la potencia de los jóvenes en términos de las carencias en las que se han formado por nuestra responsabilidad, lo que resulta es una gigantesca “hipoteca demográfica”.

Nuestra fábrica de pobres fue construida con los materiales de la demolición intencional del tejido industrial de la era en que en Argentina no había pobres.

Patrick Artus, economista jefe de la Banca Natixis, decía en 2011: “La desindustrialización es parte del deslizamiento progresivo de la sociedad francesa hacia una sociedad más frágil y más inigualitaria”. Emanuel Macron, con la pandemia, se propuso la reindustrialización y la programación a largo plazo para reparar los costos del abandono de los grandes objetivos.

Nuestra desindustrialización fue implacable desde 1975. Picos en la Dictadura, el menemismo y Mauricio Macri. Las otras gestiones contribuyeron con pasividad o con desorden, eludiendo el análisis causal y dedicándose sólo a cuidar las consecuencias.

Desde entonces se abandonaron las políticas de industrialización con programas de largo plazo y consensos sobre la arquitectura legal, políticas de incentivos para instalar el capital con alta productividad competitiva, apoyo tecnológico y compromiso público ? privado.

Todo los países que han logrado estándares de productividad se basaron en esa arquitectura estratégica que es el mejor y más sólido proceso redistributivo de la distribución primaria, el pago por el trabajo, y no el montaje reparador de sistemas de transferencia.

Pero todo sería peor si se hubieran desatendido las consecuencias.

Al comentario periodístico citado le siguió el debate en programas televisivos.

Las voces opositoras en términos de denuncia del presente (bien ciertas) en general, tienden a ocultar el alud de piedras desencadenado años atrás en el que, de una manera u otra, han participado: su peso es lo que nos sepulta. Ignorar al peso de la desindustrialización asusta.

El oficialismo, tratando de tapar el cielo con un harnero, dice a coro “Néstor y Cristina bajaron la pobreza”. Lo mismo podría decirse de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Ellos la redujeron de 47,3% con Raúl Alfonsín ?hiperinflación? a 26,7% en 1999. Pero allí la estancaron y la implosión de la Convertibilidad la llevó en mayo de 2003 a 51,7%.

Con Néstor bajó. Pero en 2014 la pobreza alcanzó a 32,4% y en 2015, 30,1%. La pobreza, con Cristina, comenzó a subir desde 2013.

Macri también la bajó a 25,7% pero en 2017 terminó con 35,5% y hoy ya estamos en 40,9%.

Hay un piso que no baja: lo garantiza el desempleo, la falta de creación de trabajo, la huelga de inversiones y lo sube, la baja de salarios y la desigualdad (la concentración) lo amplifican y los golpes de inflación la empujan. La fábrica funciona a ritmo y se acelera. Cada retracción es temporaria porque la base es la desindustrialización.

La fábrica de pobres ?y eso lo que es?nse instaló en el país hace 46 años cuando empezaron a cerrarse las fábricas de bienes, cuando se destruyó la estructura industrial de manera consciente. No fue un accidente, y este es el origen de la cuestión.

Desde 1975, bien medido, el número de personas pobres creció a la increíble tasa acumulativa del 7% anual. Mientras la población se duplicó, la pobreza se multiplicó por 20. El crecimiento de la población entre 1974 y la fecha, es igual al número de personas pobres en la Argentina. Eramos 22 millones en aquellos años y hoy 45 millones: de los 23 que se han sumado, 20 son pobres. Un escándalo. No es necesario comparar: en términos absolutos es una tragedia autogenerada.

Tragedia que haya ocurrido y que la política y el poder no la hayan advertido a tiempo para detener el proceso.

Tragedia que el diagnóstico más acudido sea ridículo acerca de las causas. Para un diagnóstico erróneo no hay remedio que pueda resultar ni cuerpo que lo pueda resistir.

La causa real de la pobreza no es “la inflación”: más bien “esta inflación” es su consecuencia. Recuerde que, en los años de la estabilidad menemista, la pobreza llegó al 27,1% que es nuestro piso montado en los escombros de las industrias destruidas.

De las consecuencias, la más dolorosa, la más graves, la más urgente es la pobreza y por encima de todo, la de los jóvenes.

Pero no es la única. Los impactos derivan al gasto público y de allí a la estructura tributaria.

Decía Joan Robinson: “La inversión genera el ahorro”. Podemos decir que “la pobreza” genera los déficit gemelos porque acusa el grado de la desindustrialización. Para pensar.

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