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La macroeconomía de los laberintos superpuestos

Navegar una pandemia, con una estanflación estructural de una década a cuestas, un riesgo de despegue vertical de variables nominales por los desequilibrios fiscal-monetario y una brecha cambiaria insostenible, ¿qué más se puede pedir para terminar un año horrible?

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21 diciembre de 2020

Por Fernando Navajas (*)

La economía argentina está atrapada en varios laberintos superpuestos. Tiene que salir de un laberinto de corto plazo en 2021 que resuelva el problema de la brecha cambiaria y evite que sea un “año de despegue”, pero nominal en vez de real. Es decir uno en donde la inestabilidad de las variables nominales llega a ser disruptiva.

Además de eso, la economía tiene arriba o encima a otro laberinto mucho más complicado, que es la trampa de la “estanflación del bicentenario” que empezó pos-2010 y que nos está llevando al periodo de estancamiento de la productividad y el crecimiento más largo de la historia moderna, superando a la década pérdida de los '80.

Si uno toma los datos de Penn World Tables y hace un benchmarking de la posición relativa argentina en cuanto a productividad laboral, stock de capital por trabajador y productividad total de factores y toma como cortes los años 2000, 2010 y la última observación (2017) observa que, en medio de una caída de la productividad bastante generalizada en varios países después de 2010, Argentina pierde terreno frente al desempeño del resto. La nuestra es una estanflación agravada, en comparación.

 Los laberintos de corto y mediano plazo no tienen las mismas chances de ser dejados atrás. Argentina tiene, a mi juicio, alguna chance de salir del primer laberinto o por lo menos evitar “el año del despegue” nominal disruptivo. Pero tiene chances muy bajas de salir del laberinto de arriba, el estanflacionario, y puede quedar sumergida en un atraso secular con disminución de la población y huida del capital humano.

Nunca antes el país estuvo en un dilema tan fiero como el que se dibuja en los próximos años si no se logra salir de esta trampa de desarrollo. El hecho de tener más de la mitad de la población en la pobreza o en una situación vulnerable frente a la misma, y todo esto a la salida del mayor boom de precios de commodities de la historia y encima habiendo más que duplicado el gasto y la presión tributaria respecto a los '90, habla a todas luces de un fracaso colectivo colosal en el modelo de desarrollo del país.

La pandemia del Covid-19 no es una circunstancia lateral a estos problemas, sino más bien otro laberinto yuxtapuesto. La hipótesis más plausible, que a algunos nos costó explicar al comienzo de la pandemia, de que íbamos camino a ciclos múltiples de duración y tamaño incierto se verificó en los hechos, y con mucha crudeza. Y ahora la vacunación agrega más, no menos, incertidumbre a este proceso. Y se abre un riesgo de que esto no se "resuelva" y nos quedemos en un equilibrio endémico por muchos años. Adicionar esto a la trampa de la estanflación del bicentenario implica navegar un laberinto mucho más complejo del que ya teníamos.

No hay cabezas de pensamiento que alcancen para enfrentar esto. Pero la incertidumbre del Covid hace complicado también el laberinto de corto plazo, referido a los equilibrios macro financieros, porque puede revertir la tendencia de las finanzas públicas y afectar el empleo nuevamente.

Las proyecciones más lógicas hoy apuntan a que, en la mejor de las circunstancias, la Argentina va a estar viendo la salida en marzo de 2022 y con un número de muertes por millón de habitantes muy parecido al que van a terminar teniendo los países de peor desempeño. Es decir que 2021 va a continuar siendo un año bastante “virtual” para muchos y el riesgo de “downside” es alto, como lo anticipa el último WEO del FMI.

Navegar una pandemia, con una estanflación estructural de una década a cuestas, un riesgo de despegue vertical de variables nominales por los desequilibrios fiscal-monetario y una brecha cambiaria que anuncia insostenibilidad, ¿qué más se puede pedir para terminar un año horrible?

Bueno, hay algo más y eso es que el Gobierno niegue rotundamente este diagnóstico, en especial el de que estamos inmersos en una estanflación que empezó pos-2010. O que niegue que la brecha cambiaria no es sostenible. La labor central del Gobierno, de llevar adelante su gestión en un marco de relativa paz social es para mí menos cuestionable. Pero el error de diagnóstico político del Gobierno deviene de no aceptar que hubo errores de política económica en los 2000 que nos llevaron a esta situación.

Energía e infraestructura es el mejor ejemplo sectorial, pero el enfoque macro general sobresale. Así como el macrismo nunca entendió que la estanflación no se resolvía con un cambio de orientación en 2015, el Gobierno de Alberto Fernández está atado de manos y no puede reconocer los errores sectoriales y macro de la gestión del kirchnerismo. Y el kirchnerismo profundo, o mejor dicho su conducción, menos que menos. A diferencia de casos como el de Bolivia, en donde se ha abierto una brecha autocrítica muy dura a la gestión de Evo Morales por parte del MAS, acá se sigue creyendo que no hubo ningún error y que “hay que hacer exactamente lo mismo”. Macri piensa igual, de su lado.

¿Qué nos ayuda a zafar de que el “año del despegue” nominal sea inevitable o que podamos salir caminando de esta situación? La respuesta de una parte significativa de mis colegas es “nada que este Gobierno pueda hacer porque lo que hay que hacer no lo quiere o no lo puede hacer”. Esto encierra la idea de algún programa de estabilización. 

Mi lectura es diferente, en función de entender las restricciones políticas que al interior de su coalición tiene el Gobierno.  Argentina “heredó” de la crisis de 2018 dos negociaciones que van a marcar o acotar el devenir de la gestión económica de este Gobierno , una con los acreedores en Nueva York que se llevó una parte importante de 2020 y otra en camino con el FMI que, yo espero, sea lo más larga posible. ¿Por qué? Porque en ambos casos esas negociaciones tienen, paradójicamente, un rol de acotar la incertidumbre en medio de su propia incertidumbre.

En el caso de la deuda en NY eso fue notable, porque puso en vilo al Gobierno y lo obligó a hacer menos mala letra que la que hubiera hecho de otro modo. Con el FMI pasa lo mismo. El FMI es un stakeholder con el cual se abre un “intervalo” de posibles acciones de política económica que eliminan los extremos de ambos lados (ajuste vs. desajuste macro y/o reforma vs. contrareforma o reforma antimercado) y “ayudan” a mi juicio al negociador argentino, es decir Martín Guzmán, a moverse dentro de ese intervalo y hacia una posición intermedia mientras la coalición de Gobierno observa y acepta o convalida. Los intentos de patear el tablero o salirse del intervalo son esperables como parte del señalamiento, son ingredientes inevitables. En el caso de la deuda en NY eso fue muy obvio, claro que ahí estaba la jueza Loretta Preska como amenaza latente. El FMI va a jugar también del mismo modo, con la amenaza latente viniendo del propio directorio del organismo.

¿Cuáles son los tres temas centrales que hoy definen este proceso de “dialogo de política” estabilizador? Eso daría espacio para otra nota, pero son temas que se vinculan con los dos laberintos mencionados.

El primero para mi es ayudar a transitar la eliminación de la brecha por la vía de un ajuste no disruptivo del tipo de cambio, que el sistema de precios ya ha empezado a procesar (como en el caso de la devaluación Favrega-Kiciloff de enero de 2014) al duplicarse la tasa esperada de inflación mensual respecto de la “norma” del 25% característico para una economía con los ingredientes de Argentina.

La segunda, y también muy difícil, es la oportunidad de dotar a los contratos laborales formales en el sector de servicios los elementos necesarios para que la economía haga la inevitable reasignación de empleo dentro del propio sector servicios que el shock del Covid obliga a realizar.

El tercero, es el de revisar la estrategia de avanzar en acuerdos sectoriales en energía, agro y servicios que tengan una mejor lógica costo-beneficio para la economía en términos de generar posibilidades de inversión, crecimiento y exportaciones genuinos, es decir, sin la asistencia del presupuesto.    

(*) Economista jefe de Fiel

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