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El planeta espera con ansiedad los movimientos de Joe Biden

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Atilio Molteni 21 diciembre de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

A pesar de los zooms, los diálogos cerrados y los seminarios de diverso calibre que emergerán con Joe Biden en la Casa Blanca, la moneda está en el aire. El 14 de diciembre, el Colegio Electoral lo consagró como presidente electo y después de felicitarlo, el líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, exhortó a sus colegas a respetar la decisión popular. Será ratificada por el Congreso el próximo 6 de enero, aun cuando, según Donald Trump, su victoria le fue negada por fraude, pero no aportó pruebas que convencieran a la Justicia. Podemos suponer que, habiendo obtenido millones de votos, continuará influenciando la política interna, debido a que sus acciones han agravado el sectarismo.

No obstante, en Washington y en otras latitudes hay quienes impulsan una versión revisada del bipartidismo, para lograr el reciclaje del liderazgo de Estados Unidos en el orden internacional, abandonado por Trump con su política “América Primero”, para lo cual sugieren fórmulas novedosas, que alcanzan al plano económico, político militar y tecnológico. También habrá intentos para reformular su papel en la protección del clima y el medio ambiente.

La nueva administración Biden intentará comenzar una etapa positiva, adaptada a las realidades y a los desafíos del momento, donde su papel no será de preeminencia absoluta, pero será importante para fijar las tendencias del sistema global, sin cambios radicales en sus características, orientada a otorgar al mundo democrático una mayor unidad y confianza, un regreso al multilateralismo y a enfrentar problemas que afectan a todos los Estados.

De esta manera, los cambios que se propiciarían tenderían a recomponer los temas multilaterales antes que los bilaterales, no obstante los casos particulares de regiones como el Asia-Pacífico y China. Algunos analistas comentan que en los primeros meses del 2021 no habrá novedades específicas, por la prioridad que otorga Biden a las crisis internas y a la lucha contra la pandemia y, además, porque está por vencer la “Trade Promotion Authority”, por la cual el Congreso otorga facultades al Presidente para negociar acuerdos comerciales sin interferencias.

Conforme con lo anterior, Biden va a promocionar una nueva agenda transatlántica, además de sus compromisos con la OTAN. Asimismo, prestará colaboración a Europa para que alcance su soberanía estratégica y apoyará una mayor integración en la UE, por interés mutuo y por tratarse dicha región del segundo liderazgo democrático del mundo.

La competencia geopolítica de China y Rusia, al ser Estados revisionistas con agendas destinadas a expandir su poder e influencia, representan un desafío creciente. El gran desarrollo alcanzado por Beijing y las características de su sistema político, generan situaciones complejas, en aspectos económicos, tecnológicos, diplomáticos y estratégicos. A largo plazo, sus expectativas no son tan brillantes, pues su crecimiento comenzó a declinar desde 2007, como también su productividad, pero en 2020 va a ser la única economía que va a crecer 2%.

El objetivo inmediato de China apunta a convertirse en la potencia dominante en el Asia-Pacífico, pero su accionar se extiende también a otras regiones, como lo demuestran la iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), sus inversiones y el volumen de su comercio internacional como, por ejemplo, sucede en Latinoamérica y en otros países, donde trata de imponer tecnologías estratégicas chinas (5G e inteligencia artificial).

Posiblemente, Biden planea organizar una estrategia de largo plazo bipartidaria para competir con China, ya que ha declarado que no levantará de inmediato las tarifas impuestas por Trump y revisará la totalidad de los acuerdos existentes. Además, objetará las prácticas chinas tales como: lesionar la propiedad intelectual, vender productos por debajo de su costo, abolir los subsidios ilegales, y obligar a las empresas estadounidenses a transferir secretos tecnológicos. Este enfoque reflejaría la tendencia de los dirigentes tradicionales de la política comercial, a decirle con hechos a China que se debe adaptar o tendrá graves problemas.

A juicio de Biden, es necesario alcanzar un acuerdo político consensuado para tratar con China, que debe organizarse con la colaboración de sus aliados europeos y asiáticos. Por lo pronto, incrementará su diálogo de seguridad con Japón, India y Australia, para evitar los posibles conflictos en distintas áreas del Asia-Pacífico, donde la rivalidad es creciente, en especial, en el Mar del Sur de la China y Taiwán, que se suman al problema irresuelto de Corea del Norte.

Ya durante la presidencia de Barack Obama, Vladimir Putin era un rival estratégico de Estados Unidos, pero ahora el presidente electo tendrá que enfrentar un poder que considera al liberalismo obsoleto y que afecta a sus intereses, por lo cual ha intensificado sus acciones con relación a Europa y también en otras regiones, e incluso interfiere en la política interna estadounidense por distintos medios, en ocasiones en favor de Trump.

Para algunos analistas, Moscú, de ser una potencia nuclear con influencia regional, se ha convertido en una amenaza híbrida. No obstante, se argumenta que Washington debería llevar adelante una política de dos carriles, fundada en contener las ambiciones del Kremlin, pero, sin dejar de colaborar en los problemas que afectan a la humanidad, como la desnuclearización y la defensa del medio ambiente.

La semana pasada, Marruecos estableció relaciones diplomáticas con Israel, como lo han hecho otros tres Estados Arabes -Emiratos Arabes Unidos, Bahréin y Sudán- resultado de negociaciones patrocinadas por Estados Unidos, superando la condición de que debían ser posteriores a un arreglo entre israelíes y palestinos.

Se trata de países sunitas que, junto a Israel, enfrentan la amenaza del Irán chiita. Teniendo en cuenta que Estados Unidos intenta disminuir su presencia militar en la región, dicho desarrollo se interpreta como una forma de cooperación frente a Teherán. Al mismo tiempo los enfrentamientos continúan y se han agravado en Siria, Libia y Yemen, mientras aumenta la frustración popular ante las autocracias, así como la desigualdad económica. Paralelamente, existen marcadas diferencias entre algunos Estados sunitas como, por ejemplo, las de Turquía y Arabia Saudita.

El presidente Trump apoyó varios objetivos israelíes, y respaldó al primer ministro Netanyahu, posición reflejada en su “Plan para la Prosperidad”, que perderá vigencia porque Biden podría revitalizar la fórmula de dos Estados, que permita el establecimiento de una entidad palestina viable.

Además, volverá a respetar el Acuerdo Nuclear de 2015 con Irán, a condición de que Teherán lo cumpla al pie de la letra, como primer paso a negociaciones posteriores de mayor amplitud, que incluyen el alcance de sus misiles y las acciones de desestabilización en otros países, como contrapartida de la reducción de las sanciones. Un entendimiento diplomático podría concretar un nuevo equilibrio y disminuir las tensiones regionales, pero este escenario es difícil de concretar sin la colaboración de China y de la Federación Rusa.

Latinoamérica ha sido una de las regiones del mundo más afectadas por la pandemia, y el promedio de su PNB decrecería 8%, mientras hay una gran desocupación y no se satisfacen necesidades básicas, en una situación parecida a la década perdida de los años '80, que demuestra la precariedad de la situación social y la gran desigualdad.

Lo antedicho es el resultado de una mala organización política, programas económicos inadecuados y corrupción. La solución no sólo depende de políticas distributivas, sino de más crecimiento, secundado por una mayor participación en el comercio internacional, la integración regional y la ayuda del FMI y el BID, en los cuales es necesaria la colaboración del Gobierno estadounidense.

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